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Manuela Labrador: «A un desaparecido lo esperás siempre»

Manuela Labrador vive en España hace 42 años, desde que la dictadura cívico-militar diezmó su familia. Su mamá, Esperanza, fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo en Rosario. El caso Labrador fue el primero denunciado ante el juez español Baltasar Garzón en 1996

A Manoli le llevó 20 años poder decir la palabra allanamientos. Cada vez que hablaba sobre la noche del 10 de noviembre de 1976 decía visitas. Esa madrugada mataron a su papá Víctor, a su hermano Palmiro y a su cuñada Edith Graciela Koatz. Dos meses antes, en septiembre de 1976, se habían llevado a su hermano Miguel Ángel, de 25 años. Los que quedaron de la familia Labrador se exiliaron a España. Su mamá Esperanza fue y vino durante años para seguir buscando a su hijo Miguel Ángel que sigue desaparecido.

Esperanza Labrador fue una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo en Rosario. Participó de las primeras reuniones de Madres en Buenos Aires a principios de 1977. Desde la primera reunión sus jueves estuvieron destinados a las rondas, primero en Buenos Aires y luego en Rosario. Nunca dejó de buscar a su hijo y acompañada por María Manuela Manoli, vinieron a Argentina todos los 24 de marzo a marchar.

El caso de la familia Labrador fue la primera denuncia contra los represores argentinos ante el juez Baltasar Garzón en España. Formó parte de la estrategia de justicia universal. Entre 1996 y 1997 se iniciaron juicios por los asesinatos y desapariciones de 297 españoles durante la dictadura argentina.

Esperanza falleció en 2011 pero Manoli siguió viajando a Rosario. Durante su última visita, hace unos días, prestó declaración en el marco de la megacausa Feced. Pasaron 42 años y fue la primera vez que declaró ante tribunales argentinos.

 

De la posguerra española a la Argentina de Perón

 

El 5 de junio de 1950 Manoli pasó su séptimo cumpleaños en Rosario. Recién llegados de Salamanca, España, los Labrador vinieron a Argentina para escapar de la miseria provocada luego de varios años de guerra, en busca de trabajo y algo de paz.

Esperanza y Víctor tenían tres hijos: Manuela, Palmiro y Tomás. Todavía no sabían que Miguel Ángel ya estaba en camino. Manoli es la más grande y cuando terminó la primaria empezó a trabajar con sus papás. Vivían en barrio Refinería y trabajaban en Arroyito. Todos hinchas de Central.

 

Fotos: Juan José García.

 

Con el tiempo pudieron poner su propia fábrica de calzados y les fue bien, toda la familia trabajaba ahí. Palmiro también estudió, se recibió de químico auxiliar. Unos años antes de la dictadura, Tomás falleció electrocutado en la fábrica. Tanto Palmiro como Miguel Ángel militaban en la juventud peronista.

El menú podía ser asado o ravioles con salsa, pero lo importante es que los domingos se almorzaba en familia. «Se bromeaba, se reía, hablábamos de política. Éramos una familia muy unida y feliz», cuenta Manoli. Recuerda la efervescencia política de los años previos a la dictadura. Cuenta que todos acordaban con las ideas de Perón: «El movimiento de Perón no se muere ni termina porque hizo muchísimas obras sociales, ayudó mucho al obrero, algo a lo que no estaban acostumbrados». Enumera: jubilaciones, escuelas, ropa para niñas y niños. Por un momento viaja al presente y anuncia: «Ahora debería pasar lo mismo». Habla de los peligros de las políticas neoliberales que se están llevando a cabo hoy en Argentina pero también en España y el mundo.

Vuelve a 1976. En septiembre desaparecieron a su hermano Miguel Ángel: «Hombre, claro que estábamos preocupados», dice con su acento español. Relata que en aquel entonces «mataban a cualquiera por la calle, te paraban cuando ibas en el auto y te ponían contra la pared, había muchísimo miedo». La preocupación de su mamá y papá era que desaparecieran al resto de sus hijos, ninguno estaba tranquilo.

«La figura del desaparecido es lo peor que puede ocurrir en una casa, lo estás esperando siempre, siempre, siempre». La voz se apaga entre lágrimas y agrega: «Siempre lo tienes en tu memoria, siempre, siempre».

 

Relato del terror

 

La noche del 10 de noviembre de 1976 un grupo encabezado por José Rubén “Ciego” Lo Fiego -ex policía del Servicio de Informaciones- allanó tres casas: la de Víctor y Esperanza, la de Palmiro y Edith Graciela Koatz y la de Esperanza y su marido Oscar Rivero, «Cacho». Su relato es cronológico y es casi cinematográfico. Las imágenes y los sonidos siguen frescos.

Gritos, órdenes, patadas y corridas. Silencio de muerte. De nuevo: gritos, órdenes, patadas y corridas. «A mi casa llega un grupo de alrededor de 20 personas. Lo Fiego encabeza el grupo, nos empuja adentro de la casa. Me tiran en el suelo de la habitación, me tapan con sábanas. También estaban mi cuñada y sobrina a la que les hicieron lo mismo». Manoli tenía 33 años, estaba casada desde los 17 con Cacho y ya tenían sus dos hijas, una de 14 y otra de 2.

Manoli gritó, preguntó por su bebé, sollozó y tuvo mucho miedo por lo que podía pasar. Cuando lo cuenta habla con voz bien bajita, como si alguien pudiera escuchar o quizás porque lo que cuenta es tan terrorífico que parece inconfesable.

La patota se fue. Dejó los teléfonos desconectados y a Cacho golpeado y atado a una silla. Le hicieron firmar talones bancarios. Cuando lo desataron, empezaron a llamar a la casa de Palmiro pero nadie contestaba. Ya de día, tocó la puerta Esperanza. Desesperada, en medio de llanto, les dijo que también habían allanado su casa, los habían golpeado y Víctor se había ido a la casa de Palmiro a buscarlo. «Pero para nosotros todavía era muy pronto para ir de mi hermano. Había mucho miedo, mucha incertidumbre. Esperamos a que se hiciera más de día». Fueron a las 10 de la mañana pero la manzana estaba rodeada y no pudieron acercarse mucho. Un chico les dijo que había tres muertos. Se dieron cuenta de que eran Víctor, Palmiro y Graciela.

 

Fotos: Juan José García.

 

Recurrieron al consulado de España para pedir ayuda. Les recomendaron no decir nada a nadie, tenían que quedarse en Argentina hasta reconocer los cuerpos. «Vamos a hacerlo cortito a esto», propone Manoli antes de decir que los tres estaban destrozados, no habían muerto de un balazo, tenían golpes, huesos rotos y «todo el cuerpo con hilos de sangre como si saliera por los poros». Todavía tiene pesadillas con esas imágenes.

Lo que siguió fue la odisea a Buenos Aires para poder salir del país. Son recurrentes las analogías que encuentra Manoli entre su historia y las películas que vio sobre los nazis y su persecución al pueblo judío. «A nosotros nos pasó lo mismo», enfatizó.

Los allanamientos y asesinatos fueron el 10 de noviembre. El 16, Manoli y Esperanza se tomaron un avión y el resto de la familia -Cacho y sus dos hijas, una cuñada y sobrina- se fue en barco. En esos 15 días de viaje por el mar, tendrían tiempo de buscar un lugar donde vivir. Los últimos momentos antes de despedirse fueron difíciles ya que se demoró la partida del barco «porque estaban buscando extremistas». Manoli y Esperanza se tomaron el avión y pasaron 15 días en España sin saber si su familia había podido viajar. Finalmente, llegaron sanos y salvos.

 

La lucha y Esperanza

 

Pasaron menos de tres meses y Esperanza decidió volver a Rosario a buscar a su hijo Miguel Ángel que estaba desaparecido. No la pudieron convencer de los peligros. Se quedó en su casa de siempre, que estaba desarmada y sin su familia. La fábrica fue saqueada.

Esperanza logró un encuentro con el general Leopoldo Galtieri, que él dijo que la muerte de su marido había sido «un error» pero que sus hijos eran montoneros. Esperanza lo agarró de su uniforme y le gritó «asesino, criminal».

A principios de 1977 le llegó una invitación para reunirse con otras madres desaparecidos en Buenos Aires. Desde entonces nunca se alejó de la lucha continua, con cita todos los jueves. Recibió amenazas y tuvo que volver a España en 1978. Le duró poco. Quiso volver para la visita del rey a Argentina. Prometieron recibirla pero no pasó.

 

Fotos: Juan José García.

 

Mientras, Manoli le escribía cartas todos los días. Hablaban por teléfono una vez al mes porque era muy caro. También era peligroso. Esperanza le rogaba «hija por favor no me preguntes nada, no me comprometas». Manoli primero vivió varios años en Salamanca y luego se mudó a Madrid donde sigue viviendo.

Recién a mediados de los noventa, Esperanza se mudó definitivamente. Estaban en plena vigencia las leyes de obediencia debida y punto final. Sin embargo, viajaron todos los 24 de marzo. Marcharon, escracharon, exigieron justicia, festejaron condenas, hicieron las rondas.

En 1996 el juez español Baltasar Garzón tomó las denuncias de familiares de españoles asesinados y desaparecidos por la dictadura argentina. La primera denuncia que tomó fue la de la familia Labrador.  Ahí Manoli hizo sus primeras declaraciones. Fue en un reportaje que pudo decir por primera vez la palabra «allanamientos» en vez de «visitas». Manoli siempre supo que era ilegal y recuerda los tormentos, pero le llevó todos esos años poder decirlo.

«No venir este 24 de marzo me parecía una ofensa a mi mamá que ha sido una luchadora. Sería una ofensa a mi familia. Si estoy es porque tengo que estar. Nosotros no elegimos irnos a España, nos lo impusieron de la noche a la mañana», explicó. «Vengo a exigir justicia, cárcel común y efectiva para todos los que participaron de esta destrucción».

Cuando habla de situaciones que le parecen injustas, de chicas y chicos que vagan por la calle, que piden comida, sus ojos se llenan de lágrimas igual que cuando habla de su tragedia familiar. Su voz se entrecorta cuando nombra a Esperanza. Cuando nombra a Palmiro también. Y cuando habla de Miguel Ángel ni hablar. “Es que a un desaparecido lo estás esperando siempre, siempre, siempre”.

 

Fotos: Juan José García.

 

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