Por Natalia Concina
Paloma López Fabián sufrió amputaciones en sus brazos y piernas cuando tenía dos años y medio como consecuencia de una enfermedad, y ahora diecinueve años después enseña a maquillarse a través de su cuenta de Instagram, además de estudiar trabajo social y surfear. «Cuando doy una entrevista lo hago porque me parece que está bueno mostrar que hay personas que somos diferentes, y eso está buenísimo porque si todas las personas fuéramos iguales el mundo sería un embole», dice Paloma a Télam.
La joven cuenta que el gusto por maquillarse la acompañó desde muy pequeña. «Recuerdo maquillar a mis abuelos jugando, por ejemplo. Pero cuando fui más grande empecé a darme cuenta de que la gente me miraba mucho en la calle, hoy en día también sucede», señala.
«Entonces empecé a maquillarme como una forma de mostrar que yo estaba bien y tratar de evitar esa mirada de lástima, o sea, si me querés mirar, mírame por mi maquillaje, no por lo que no tengo. Hoy me maquillo para empoderarme, tal vez al principio lo hacía por la mirada del otro, pero ahora lo hago para mí», asegura.
En 2019 Paloma, que hoy tiene 21 años, abrió una cuenta en Instagram donde mostraba cómo se maquillaba; al principio no tuvo muchos seguidores pero al comienzo de la pandemia la descubrió la maquilladora profesional Lucía Numer, la recomendó y a partir de ahí la historia cambió.
«Ella me acompañó a mejorar el Instagram, recomendó mis historias y a partir de entonces se produjo un estallido; comenzaron a llamarme para hacer notas, las marcas comenzaron a mandarme sus productos, y así comenzó a crecer la cuenta», cuenta a Télam. Paloma relata que «Instagram generó el contacto con un montón de personas que están en la misma que yo. Cuando alguien me escribe y me cuenta su historia está bueno porque siento que no soy la única, que en otras partes hay personas parecidas o que están pasando por situaciones similares», sostiene. En paralelo a lo que sucedía en las redes, la joven terminó la carrera de maquilladora social e hizo numerosas clases con maquilladores reconocidos como Gervasio Larrivey y Sebastián Correa.
«Me siento conforme con el nivel que alcancé, se nota mucho la diferencia de cuando comencé pero no me la creo, pienso que siempre se puede mejorar», afirma.
Además de maquillar Paloma estudia Trabajo Social y hace surf todos los veranos desde 2016. «Con mi familia siempre veraneamos en Punta del Diablo, Uruguay, y yo siempre miraba a los surfistas. Mi papá notó que me gustaba y consultó en la escuela de surf si me podían sumar y se coparon», recuerda. «Me ayudan a entrar al mar pero después yo manejo la tabla, surfeo sentada, me encanta», describe y cuenta que sus padres la llevaron a natación desde los seis años para fortalecer sus músculos aunque este deporte hoy la aburre a diferencia del surf en el que -asegura- «cada ola es diferente».
Alegre e inteligente, Paloma prefiere no ser presentada como un ejemplo de «superación» personal. «Yo no ´superé´ lo que me pasó; aprendí a convivir con eso, hay días que estoy mal y hay días que estoy perfecta, pero no es que esté todo bien, es un laburo que se hace todo el tiempo», señala. En ese camino, la joven describe situaciones que «no ayudan».
«Me ha pasado ir por la calle y que alguien me mire, se detenga y se ponga a llorar. Eso es un bajón, esas miradas compasivas no ayudan; imaginate ir por la calle y que de la nada alguien te mire y se ponga a llorar, no te ayudaría a vos tampoco; eso pasa porque hay falta de empatía real, quizás el otro, en este caso yo, está pasando por un re buen momento y con esa actitud se lo arruinás», relata con gracia y honestidad brutal.
Y continúa: «Otro tema recurrente es que yo no tengo problema de contar lo que me sucedió, pero no quiero hablar todo el tiempo de eso, el pasado pasó, prefiero hablar del presente».
Dentro de los obstáculos para poder desarrollar sus actividades diarias, Paloma menciona los problemas de infraestructura. «Las calles están rotas, no hay rampas y los colectivos y los edificios no tienen acceso para sillas de ruedas, entonces las ciudades están pensadas sólo para un cuerpo y no se piensa que hay cuerpos diferentes», describe.
«Tampoco hay cuerpos diferentes en publicidades; las personas con discapacidad no aparecemos y cuando aparecemos se nos ve como sapo de otro pozo», afirma.
Cuando tenía dos años y medio Paloma contrajo una infección por un meningococo, una de las bacterias que puede causar meningitis (inflamación de las membranas que rodean el cerebro y la médula espinal) y otras formas de enfermedades como la que le provocó a ella: meningococemia, una infección del torrente sanguíneo.
«Ella comenzó con mucha fiebre, al día siguiente salieron las petequias. Su pediatra nos dijo que nos fuéramos rápido al hospital y cuando llegamos ingresó directo a terapia intensiva. Sus miembros se habían necrosado por lo que hubo que amputarle unas partes», describe Maribel Fabián, madre de Paloma.
A los siete años tuvo una recaída con internación y a los once tuvo la última, pero más leve; ahí determinaron que tenía una enfermedad autoinmune por la que toma actualmente medicación.
«Mi mamá y mi papá me re acompañaron. Yo no recuerdo nada de cuando tenía piernas ni brazos así que mi vida siempre fue con esta realidad. Fui a la escuela, salí a bailar, fui de viaje de egresados y tengo autonomía para casi todas las actividades de la vida: escribo, me baño, como todo sola; sólo necesito ayuda para algunas cosas puntuales como ponerme un arito por ejemplo», cuenta.
Esta semana, la OMS lanzó una iniciativa mundial para terminar con las pandemias por meningitis bacteriana para 2030, una enfermedad que afecta principalmente a niñas y niños menores de 5 años con una mortalidad del 15% y una morbilidad del 40%. Es decir que 4 de cada 10 personas que la padecen quedan con alguna secuela.
En la actualidad existen vacunas que previenen las meningitis causadas por las tres bacterias más comunes (meningococo, Haemophilus Influenzae y neumococo) y en Argentina las tres se encuentran dentro del Calendario Nacional de Vacunación.