En 1993 Diego llegó a Newell’s para seguir conquistando corazones y rompiendo algunos otros. En Rosario la grieta futbolera es tremenda. Debe ser una de las únicas ciudades en donde la mayoría de los hinchas son de los clubes locales. Y donde, lamentablemente, la violencia de unos pocos ganó terreno. Y caminar por el Parque Independencia con una camiseta de Central, o por el Parque Alem con la de Newell’s es peligroso. Sí, una locura.
Diego vistió la rojinegra, pero el amor de “los otros” no terminó. Las generaciones más grandes, aquellas que disfrutaron sus goles y sus gambetas lo siguieron amando profundamente, tal vez con el corazón un poco roto. Fue un poco eso, el amor de tu vida que eligió a otro. Lo puso en palabras Fontanarrosa, ídolo Canalla, cuando confesó que su esposa “entró dos veces a la habitación matrimonial para despertarlo más temprano de lo habitual: cuando estalló la guerra de Malvinas y en 1993, cuando Diego Maradona firmó para Ñuls”.
El paso de Pelusa por la Lepra se convirtió en un amor para toda la vida. Y su regreso a la ciudad con la Selección Argentina en 2009, un mimo para los y las hinchas de Central, cuando llevó al combinado albiceleste a jugar un partido clave contra Brasil, por las eliminatorias rumbo al Mundial de Sudáfrica 2010, al Gigante de Arroyito. Sí, fue Diego uno de los pocos que decidió jugar un partido de la Selección en otro lugar que no sea Buenos Aires.
El abrazo del dolor: la conmovedora foto de dos hinchas llorando al Diez
Y colaboró un poco para cerrar esa grieta diciendo que “acá no juegan ni Central ni Newell’s, ahora somos todos argentinos”. Y tenía razón.
El año pasado volvió al Coloso siendo DT de Gimnasia fue homenajeado por los y las hinchas y los dirigentes. Este año, pisó el Gigante, sin homenaje de por medio, tal vez, el único que de forma institucional no lo hizo.
Ayer lo lloraron todos y todas. Sin distinción de camiseta. Y la foto que se pudo ver hoy, de una mujer con una nena con la camiseta auriazul en el Coloso junto a su familia de Newell’s, no hace más que reafirmar eso: el amor por Diego no conoce de camisetas. Y es hora de que la famosa “grieta” futbolera, esa que tan mal le hace a nuestro fútbol, se cierre para siempre. El folclore, del bueno, no hace mal, la violencia es la que lo destroza. Gracias Diego por generar esa foto.