Cuando en enero de 2019 Alessandra Pirera entró al museo de La Bombonera en el barrio de La Boca salió enojada. La napolitana de 38 años esperaba encontrar a Diego Armando Maradona en todos lados. Llegaba acostumbrada a convivir en su ciudad con pequeños museos y altares paganos por todas partes, construidos en cada cuadra por napolitanos y napolitanas que desde 1984 hicieron un pacto de amor con el Diego. En la Bombonera, en cambio, Alessandra se quedó con la sensación de gusto a poco. Encontró algunas fotos, una estatua y un mural. Salió del estadio y se lo contó a un amigo argentino. La conversación llevó a encontrarse con otro amigo y de ahí a viajar hasta Villa Fiorito. En la tierra del Diez, conoció al Pocho Zárate, primo por parte de la familia materna. Al llegar a la cancha que había visto cientos de veces en el video donde un maradonita decía que sus sueños eran jugar en la selección y ganar un mundial, Alessandra entendió que entre Nápoles y ese rincón del conurbano bonaerense había un puente, un hilo invisible que conectaba dos sures del mundo.
En los días que se quedó en Buenos Aires, Alessandra volvió a Villa Fiorito varias veces. La familia Zárate la bautizó La Napolitana y se hicieron amigos. Antes de tomar el avión para volver a su casa, tenía la decisión tomada de impulsar un proyecto que volviera tangible el vínculo entre Villa Fiorito y Nápoles como ciudades amigas. Habló con organizaciones sociales y empezaron a avanzar de a poco. Después, llegó la pandemia que pospuso los planes en todo el mundo. Cuando este miércoles se enteró de que Maradona había muerto, sintió dos cosas. Primero, la pena de no poder salir a la calle por el aislamiento dispuesto por la segunda ola de coronavirus en Europa. Y segundo, la tristeza de que el Diego no llegó a conocer el proyecto para unir sus ciudades.
La noticia se la dio su mamá, como cuando muere un familiar o un ser querido. Estaba durmiendo una siesta, algo que no hace casi nunca, y el teléfono la despertó. Su madre le habló con el cuidado y la cautela de las malas noticias y ella no lo podía creer. Cortó y chequeó la información con sus amigos de Villa Fiorito y Buenos Aires. Cuando fue ver qué decían los medios de Italia, se encontró con que todos tenían móviles en vivo y en directo desde su ciudad: “Había periodistas en la calle entrevistando a la gente. No era la directa desde Buenos Aires sino desde acá. Porque se había muerto alguien de Nápoles», cuenta en diálogo con El Ciudadano. Es activista, feminista y trabaja en comunicación y cooperación internacional, lo que la llevó a vivir durante varios años en países de América Latina.
Alessandra nació en 1982 y es de la generación napolitana que, si bien no disfrutó de su fútbol como los más grandes, se crio como si la pelota fuera sinónimo de Maradona. En los carnavales, todos los niños se disfrazaban del Diez y en la escuela había decenas de compañeros que se llamaban Diego. Es la misma generación que, años más tarde, hizo una reivindicación política de su figura, haciéndola crecer en espacios de militancia. Y es también, 30 años después, la generación que vuelve a usar el nombre Diego para sus hijos.
Para ella, entender la relación entre Nápoles y Maradona es hablar de amor: “Te hace entender el sentido profundo del encuentro del amor, de todos los amores. Los dos llegan de historias muy diferentes, de recorridos distintos, que se parecen, pero no son iguales. Pero se encuentran y el uno ya no es más lo mismo sin el otro. El venía del Barcelona y cuando llegó acá lo esperaba un estadio con 70.000 personas que ya habían decidido que él iba a ser Dios sin conocerlo. Y lo fue, obviamente. Los dos decidieron que este iba a ser el encuentro de la vida. Nápoles lo eligió porque era un Dios caído, con contradicciones. Y Diego nos eligió porque acá había algo de sus orígenes. Maradona no sería Maradona sin Nápoles y al revés».
Un mural, cientos de murales
Los Barrios Españoles son una de las zonas más populares de Nápoles. Están formados por los barrios San Ferdinando, Avvocata y Montecalvario y fueron construidos en el siglo XVI durante la dominación española. Tiene callecitas muy estrechas, edificios pegados entre sí, la ropa colgando de los balcones y una de las densidades habitacionales más altas de Europa. En una de esas calles hay un hueco, donde debería haber un edificio, que forma una especie de placita o estacionamiento. En una de las paredes que la rodean, en los años noventa pintaron uno de los murales más emblemáticos de Maradona. Está jugando a la pelota con la camiseta del Nápoli y su cara está pintada justo sobre una ventanita de un edificio. “Desde que lo hicieron nunca se abrió. Nadie vio abierta esa ventana porque sería arruinarle la cara al Diego”, cuenta Alessandra.
Hace unos años, las paredes de esa especie de plaza que no es una plaza se fueron llenando de fotos de Maradona que la gente del barrio tenía guardadas en sus casas. Se armó un museo de recuerdos al aire libre. Hasta ahí llegaron este miércoles vecinas y vecinos para despedir al Diego. Apenas se conoció la noticia, se juntaron como en un velorio familiar a hacerse compañía. Ese mural no es el único. Nápoles es una de las ciudades de referencia a nivel mundial a la hora de pensar en el arte callejero que queda impreso en paredes que hablan. De Maradona hay decenas. Uno de los más impactantes fue hecho por el artista conocido por el seudónimo Jorit, pintado en una pared lateral de un edificio tipo Fonavi. Es un Diego con barba, un poco canosa, y la leyenda dice: “Dios humano”. Cuando Alessandra supo que Maradona había muerto escuchó decir a una vecina: «Hoy se volvió humano».
Como la placita, en Nápoles los altares y rincones para recordar al Diego se replican cada dos o tres cuadras. En un bar, porque ahí el Diego tomó un café. En una pared, porque pasó por esa calle. En un pasillo, porque así lo quiso un vecino. La ciudad está acostumbrada a construir rituales paganos. La iglesia Santa Maria Delle Anime del Purgatorio, por ejemplo, fue construida en el siglo XVII para dar sepultura a los pobres sin familia y hogar. Los cuerpos iban al subsuelo de la Iglesia y con los años, el pueblo se ocupó de darle nombre a los huesos sin identidad para convertirlos en santos de culto.
En la ciudad mediterránea también se multiplican los lugares bautizados con el nombre de Diego Armando Maradona. El estadio del Nápoli es el más conocido. La gente decidió ponerle así y este miércoles, después de la noticia de su muerte, el nombre fue oficializado. «Y si no lo oficializaban no importa. Nosotros ya decidimos que se llama así», cuenta Alessandra.
Una relación de 30 años
El vínculo entre Maradona y Nápoles no tuvo que ver sólo con los dos campeonatos que ganó el Nápoli en los ocho años que lo tuvo como jugador. Es cierto que el club no logró conseguir otro título hasta ahora. Pero el amor entre la ciudad y el futbolista va más allá de los triunfos. “Nápoles reconoce a Maradona como Dios por su personalidad, por ser un héroe caído, un héroe al revés como la Latinoamérica de Galeano. Sólo una persona con muchas contradicciones podía ser un Dios en Nápoles. También es cierto que esta ciudad le hizo mucho daño a Maradona. La droga se la dimos nosotros. Quizás la hubiese encontrado igualmente, pero fueron esos años de locura los que lo llevaron a la adicción. Tenemos una responsabilidad en eso”, cuenta Alessandra.
Otra de las cosas que forjó el vínculo fue que Maradona nunca se olvidó de Nápoles. Sus posteos en redes sociales siempre estuvieron traducidos al italiano y tomó posición ante cada debate que atravesó a la ciudad. En tres décadas, el diálogo fue permanente y atento, de ida y vuelta. Él le hablaba a la ciudad y la ciudad le hablaba a él. En 2018, por ejemplo, cuando el jugador francés afrodescendiente Kalidou Koulibaly fue víctima de cánticos racistas por parte de la hinchada, salió en su defensa. “Recordó el racismo que sufrió él y que sufrimos como napolitanos. En un momento en el cual en el sur de Italia empiezan a tener espacio discursos racistas contra los migrantes, un héroe popular que todos quieren recuerda que lo que están haciendo es lo que les hacían a ellos mismos décadas atrás”, explica Alessandra.
Pero, para la napolitana, lo que más unió a la ciudad mediterránea con el Diez fue su discurso político y de clase: “Maradona viene de una clase social baja y su grandeza, su valor político, es que nunca se olvidó ni se despegó de su orígenes. Al contrario, se hizo vocero de esas clases sociales. Después, pudo cometer los peores errores de su vida en lo personal, pero en términos colectivos, nunca abandonó su condición social ni pretendió ser otra cosa. Siempre se reconoció como un hombre del pueblo. Eso lo vincula a Nápoles, que es una ciudad pobre donde los hinchas de futbol son de los sectores populares que están en el trabajo informal. Él siempre les habló directamente. En eso fue el jugador más político y más revolucionario de la historia, además ser el mejor en términos futbolísticos”.
La napolitana terminó de entender la relación entre su ciudad y Maradona cuando llegó a Villa Fiorito. En la cancha donde el Diego empezó con las primeras gambetas, Alessandra vio a los mismos niños, iguales al Diego, medio siglo después. Ella, que se había criado con ese video en loop, vio que los niños eran iguales a los juegan en las calles de Nápoles, a los que a lo largo de toda su vida vio crecer en su barrio con la camiseta 10. «Ahí entendí lo que fue el encuentro del Diego con mi ciudad y cuando él decía que Nápoles era como Villa Fiorito. Fue eso, amor». Le hubiese gustado contárselo. Al menos, hacerle saber que ese hilo entre sus dos lugares en el mundo es un sueño que busca volverse realidad.