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Maradona y Kusturica: festejar y hacer amigos, un modo de hacer una película certera

Aunque hubo bastante material audiovisual sobre Diego, fue el realizador serbio-bosnio en "Maradona by Kusturica" el que dio en la tecla al plasmar quién era ese hombre que hizo magia con sus pies al tiempo que debía sobrellevar la aclamación mundial valiéndose solamente de su honestidad brutal

Se sabe que los proyectos audiovisuales sobre Maradona son una suerte de tema común para realizadores muy distintos entre sí y de orígenes muy diversos.

Es que hay tanta tela para cortar en esa vida agitada y plena de momentos imborrables que si se la quisiera contar entera no otra cosa que una serie interminable –¿200 capítulos?– es lo único que podría abordar las múltiples aristas que tuvo el mejor jugador del fútbol mundial que no se contentó con ocupar semejante posición sino que buscó otros lugares sociales, tal vez más acordes con su clase de origen a la que nunca olvidó, esos lugares estaban relacionados con los desequilibrios e iniquidades sociales; allí donde una voz o una bandera se levantaban contra los poderes establecidos o denunciaban las miserias del capitalismo salvaje o el neoliberalismo, allí estaba este hombre conocido por todos para acompañar esos gestos y ofrecerse a derramar la consigna donde hiciera falta.

Podría decirse sin exagerar que hay mil momentos en la existencia de Maradona y no sólo los vinculados al fútbol, que allí también los hay, sino los que atañen a ese empuje, esa energía que parecía portar y que a los ojos de muchos lo hacía inmortal.

Algunos momentos oscuros y otros generosos, solidarios, cálidos y frontales, un tipo con garra para caerse –excesos, adicciones, maltraer de la fama, dinero en abundancia¬- y también para levantarse una y otra vez hasta que el cúmulo de situaciones fueron haciendo mella en su organismo con el fatal desenlace conocido.

Una leyenda en vida

En una vida de este calibre hay episodios que cautivan a cineastas y realizadores audiovisuales que detectan múltiples aristas fusionadas en un solo hombre que es, además, un astro del deporte más popular del mundo.

Es cierto que ya se filmó o grabó bastante, desde la ficción hasta el documental más riguroso, pero indudablemente siempre había –y habrá- más y seguramente despuntarán otras visiones sobre D10S potenciadas por su reciente desaparición. Ahora nomás Maradona, sueño bendito, de Alejandro Aimetta y en formato de serie espera su estreno en una plataforma de streaming luego de que se hubiese interpuesto un recurso judicial de parte de su primera mujer y sus hijas.

Antes, se pudo ver El día que Maradona conoció a Gardel, de Rodolfo Pagliere, un film sin sentido visible cuyo mayor mérito era tener a Diego interpretándose a sí mismo –si esto, claro, puede verse como un mérito, aunque es cierto que Maradona siempre “garpa”– y a Alejandro Dolina al frente del elenco; en 2005 se estrenó el documental Amando a Maradona, del argentino Javier Vázquez, donde se repasa su vida en Cuba y describe el fervor de sus seguidores en todo el mundo.

El premiado Carlos Sorín hizo El camino de San Diego, en la que narra una historia sobre un joven humilde del interior profundo, artesano en madera, que hace una figura del astro y recorre medio país hasta llegar a Buenos Aires cuando Maradona estaba internado por dificultades cardíacas y la gente se juntaba en procesión en las puertas del hospital donde lo atendían.

El relato funciona muy bien y pone en evidencia la fe y el cariño que el 10 despertaba en todo el mundo, porque en realidad los más desposeídos lo sentían como un igual, como alguien que estaba donde hubiera podido estar cualquiera de ellos si contaban con ese talento casi sobrenatural.

En 2007 se estrenó internacionalmente Maradona, la mano de dios, una película del italiano Marco Risi que tuvo a la argentina Julieta Díaz interpretando a Claudia Villafañe, la mujer del futbolista.

Luego vendrían El otro Maradona, de Ezequiel Luka y Gabriel Amiel, donde se cuenta la vida de Goyo Carrizo, quien jugaba con Maradona en el potrero en Villa Fiorito, el barrio de su niñez, con una habilidad similar al campeón pero que finalmente ni siquiera se dedicó al fútbol.

Otro italiano –porque en realidad los italianos lo veneran tanto como los argentinos-, Alessio Federici, hizo Maradonapoli, que cuenta justamente esa pasión que sienten por Diego los europeos.

En otra popular plataforma de streaming el año pasado se vio Maradona en Sinaloa, una docuserie que toma algunos de los momentos que transitó Diego cuando dirigió al equipo de fútbol los Dorados en ese estado mexicano, del que siempre se sospechó que pertenece a uno de los cárteles de drogas más peligrosos del país azteca.

También en 2019, el británico Asif Kapadia estrenó en Cannes su documental sobre la vida de Diego, del que dijo que además de entrevistarlo trabajó sobre 500 horas de material fílmico para encontrar las imágenes que mejor lo representaran. “Una vida de él vale por cientos de las nuestras”, había dicho Kapadia luego de ver todos esos archivos.

El documental, titulado Diego Maradona, Rebelde. Héroe. Dios hace eje la historia del 10 entre 1985 y 1991 cuando Diego alcanzó el máximo lugar en el fútbol.

Gitanos, fiestas y amigos

Como se ve, hubo ya muchas propuestas que apostaron por las distintas facetas del ídolo haciendo eje en los rasgos o en las situaciones que entendían –con mejor o peor suerte– que lo representaban.

Pero hubo un film, Maradona by Kusturica, estrenado en 2008, que buceó con maestría y sensibilidad en la vida del jugador que movió a las tribunas mundiales a partir de relevar qué significó su figura para nacionalidades muy disímiles y quién era realmente ese hombre que hizo magia con sus pies al mismo tiempo que debía llevar una vida con el peso de la aclamación mundial valiéndose solamente de su honestidad brutal.

El cineasta detrás de esa película es Emir Kusturica, el director serbio-bosnio que se confesó un fanático de Diego, que hurgó también en archivos de todo el mundo pero que además se convirtió en un fiel amigo que todavía le escribía a menudo.

Maradona supo ver el afecto que Kusturica le brindó y –como cabía esperar de su personalidad– también fue queriéndolo con el énfasis y la pasión con la que él quería.

El título refleja muy bien la propuesta porque en el relato se cifra claramente la mirada, el modo en que Kusturica elige los momentos clave en la vida de Diego y los compagina poniendo en evidencia que en la construcción de una vida la pasión, el azar, las decisiones, con su cohorte de amigos, enemigos e interesados, la intersección de esos aspectos, son definitivos para alcanzar alguna orilla, no importa si se trata del mejor jugador del mundo o el hombre más común de todos, allí se juega la fibra más íntima, la que permite andar, es decir, un campeón, con todos sus fastos, también «sufre» los avatares de una vida ordinaria.

Y en Maradona by Kusturica eso está plasmado perfectamente, se ve a un Diego íntimo con reveses y bondades, contradicciones y certezas.

Hay una conversación entre Diego y Kusturica a poco de conocerse personalmente que ya establecía un piso de entendimiento y afecto importantes.

Un pasaje de ese diálogo fue cuando Maradona le dice que había visto su película Tiempo de gitanos –su obra más conocida– y que le había gustado mucho.

Kusturica le responde que su región está llena de gitanos, que todos son un poco gitanos, les gustan los festejos y hacerse amigos.

Cuentan que Diego lo miró detenidamente y luego dijo que buena parte de los argentinos también eran así, sólo que los habían domesticado los poderes de turno, pero que si los dejaran ser, vivirían festejando y haciendo amigos.

Y luego agregó que ellos podían empezar por ahí y que así tal vez hicieran una buena película.

 

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