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Boxeo

Maravilla perdió por nocaut técnico

Sergio Martínez se quedó sin la corona de peso mediano del Consejo Mundial al caer con el boricua.


El notable poeta popular Francisco Gorrindo, nacido en Quilmes (Buenos Aires), jamás imaginó que las estrofas de uno de sus más logrados tangos, “Las cuarenta”, más de cincuenta años después de su estreno sea instalado en el presente como un cachetazo a la realidad justamente con otro hijo pródigo de esa ciudad bonaerense: Sergio Gabriel Martínez. Dijo el poeta: “Toda carta tiene contra y toda contra se da…”.

Sergio Maravilla Martínez, sin dudas el boxeador más mediático de los últimos 30 años, en la madrugada del domingo en el Madison Square Garden de Nueva York quizás sin conocer el tango y mucho menos su mensaje, demostró que esa visión poética, llegado el momento, cobra vida y se instala en la historia de alguien.

Maravilla (71,894) debía defender su título mediano del Consejo Mundial ante el boricua Miguel Cotto (70,307). Llegaba luego de 15 meses de inactividad. Con dudas físicas y con multiplicada dosis de triunfalismo. Esta última actitud, maquillaba una realidad interna.

Le pelea, pactada reglamentariamente a 12 rounds, duró 2 m30s. Lo demás fueron adornos a una contundente victoria de Cotto por nocaut técnico en el noveno capítulo.

El toque de campana inicial mostró a Cotto con una determinación ofensiva de pelea que sorprendió a una sola persona: Sergio Martínez. Todos los demás sabían que eso iba a suceder. La historia, las características naturales, las circunstancias de la noche imaginaban ese plan de combate para el retador. Es decir, probar de movida la lucha franca desde el centro del ring y no permitirle al campeón sus movedizas combinaciones. Un Martínez mal parado, con piernas excesivamente separadas, estático, recibió una izquierda en gancho abierta que lo desestabilizó y permitió la llegada de una derecha cruzada que lo puso en la lona. De pie, pero sin estabilidad firme, soportó el embate ordenado, veloz y potente de Cotto, para caer dos veces más. Las imágenes lejanas de un José María Gatica con promesas a los gritos de campeón, que sucumbieron en el mismo lugar ante un fulminante nocaut de Ike Williams, sorpresivamente ocuparon la escena…

La campana de la segunda vuelta dejó en claro que desde allí, Sergio Martínez, a través de su coraje y amor propio, sólo iba a tratar de encontrar la manera más honrosa de perder. La mano salvadora de alguna noche le notificó que no contara con ella. Miguel Cotto, un grande sin discusiones, con alta concentración y movimientos certeros, a cada paso dejó bien explicado su condición de ex triple campeón mundial. Las dudas que tenían los analistas sobre Martínez estuvieron lejos de  pasar por temas táctico y técnicos, pues se instalaron en su condición física. Descartada la lesión de la mano, nunca comprobada en su magnitud, el ojo estaba puesto en sus rodillas. Doble rodillera, un pantalón más adecuado para una playa caribeña que para boxear, fueron algunas señales negativas. Miguel Cotto basó todo su trabajo en velocidad, orden y potencia, a la hora de combinar golpes y absoluto control de cada situación. Jamás se dejó desbordar por alguna emoción traicionera, ni aún cuando le produjo las tres caídas a su rival. Sergio Martínez, desdibujado, falto de distancia en todo momento, certificó que no podía boxear esa noche. Simplemente porque su boxeo está en las piernas y éstas dijeron ausente. Además ese jab punzante, que otras veces marcó diferencias, en especial por su condición de zurdo, tampoco apareció. Mirada perdida, arcos superciliares y párpados con signos de castigo y movimientos tambaleantes hablaban de un final anunciado. El cierre del noveno asalto, precisamente en el que Martínez pronosticó  que noquería a su rival, fue donde su técnico decidió poner punto final.

La pelea para Martínez fue un suplicio, un martirio en lo físico y en lo psíquico. La sufrió, quizás como nunca le había ocurrido.

Martínez y Cotto, dos grandes. Dos boxeadores curtidos por los golpes y la vida, tenían muy claro antes de subir al ring que “el que gane sigue… el otro se va”.

Seguramente si hubieran estado presentes los hermanos Virgilio y Homero Expósito, próceres del tango y amantes del boxeo, se hubieran corrido hasta el camarín y luego del abrazo le habrían dicho a Martínez: “Tomalo con calma, esto es dialéctica pura. Chau no va más es la ley de la vida… ya gastaste las balas y el fusil. Chau no va más… dale un tiro al pasado y empezá. Fue tan solo la vida, no más… pero dale, dale, la vida está en flor. Tenés que seguir…”.

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