«Me pareció muy atractivo que esté en el Delta, con una casa levantada sobre pilares para pasar las inundaciones, con los chicos llegando en lancha por el río; todo ese universo que se da en la vida isleña, sumado a la apuesta por una educación alternativa, era muy atractivo de contar», dijo el director a la agencia de noticias Télam.
La historia del film mecha el día a día de chicos y chicas que van de la primera infancia a la preadolescencia, con las reuniones de padres en las que intentan que el proyecto educativo no se descarrile, ya sea por temas económicos como por mantener a esta pequeña comunidad educativa cohesionada.
«Es una condición formar parte de la comunidad, de otro modo no existiría. A La Biguá (así se llama la escuela) siempre la pienso como una especie de comunidad cooperativa de padres, docentes y chicos, en la que todo funciona interconectado y nada podría funcionar sin el otro. Los padres buscan que sea así, es una comunidad de crianza», opinó De la Orden.
La escuela es gratuita. Se mantiene gracias al trabajo de las familias que manejan la panadería y que ponen el cuerpo, también, para los arreglos que hay que hacer. Pero esta situación idílica choca contra la ilegalidad en la que se mantiene, dado que no está reconocida por ninguno de los niveles del Estado.
«Ese insertarse está respondido en la película. No hay una formalidad que tradicionalmente tenga que hacerse para ingresar a la educación formal. A veces es un examen libre, otras veces simplemente van y se anotan. Va cambiando gestión a gestión, según los vientos políticos e institucionales», aclaró el realizador.
De la Orden explicó que estuvo a punto de hacer la película en una escuela pública tradicional de Villa Fiorito, pero que los permisos para hacerlo complicaban su proyecto. En medio de todo eso encontró a La Biguá. Y al mismo tiempo opinó acerca de si es una alternativa que puede extenderse en la sociedad.
Al tiempo que sobre la posibilidad de poner dinero para lo que haga falta, y si eso dañaría el espíritu de la escuela, analizó: «Opté por ese segmento porque evidentemente viven en este mundo, en este momento. Los problemas de los adultos también existen y el problema económico lo tenemos todos, todos los días: Si atenta o no, no es el análisis. Es lidiar con lo que tenemos todos los días».
En el contexto de la misma charla y respecto de si esos chicos tienen más conocimientos académicos que otros de su misma edad dentro de la educación tradicional, De la Orden planteó: «Yo no tengo esa sensación; pienso que los chicos tienen conocimientos distintos, no sé si más. Tienen otro tipo de vinculación emocional entre ellos y con el contexto. Esas serían las ventajas. Yo encuentro ese tipo de ventajas, que les da una calidad distintiva. Pero estoy seguro de que si hubiera filmado en otra escuela, lo hubiera encontrado».
La formación en la escuela no está reconocida por ninguno de los tres niveles del Estado. «Se debe a razones absurdas, seguramente. Es muy difícil pensar desde un marco nacional algo tan alternativo. Naturalmente se tiende a hacer un modelo comprobado y algo tan chico y específico es muy difícil de insertar. Seria interesante que se pudiera intentar, de todas formas», destacó sobre la problemática.
Y respecto de si corren riesgo estas familias a algún tipo de contratiempo legal, debido a que, al no estar legalizada, sus hijos «oficialmente» no están escolarizados, concluyó: «Estas familias corren un riesgo. Son desertores y la educación es obligatoria. Nunca tuvieron un problema porque en el Delta el Estado es deficitario, hay menos escuelas de las que se necesitan y eso también la hace tolerable. En todo el país hay de estas escuelas y en todas se las arreglan».