Luego de su suicidio, la prensa y los corrillos artísticos y vinculados al mundo de las pasarelas dijo que la actriz y modelo Margaux Hemingway había sido víctima de una “maldición familiar”. Ese rostro precioso lleno de pequeñas pecas y algunas dotes expresivas le habían permitido a la nieta del gran escritor Ernest Hemingway surgir con peso propio entre las modelos de las marcas rutilantes primero y luego, casi en un movimiento derivativo, pasar al set cinematográfico. Sus actuaciones en films fueron creciendo desde mediados de los 70 hasta su muerte en 1996; actuó en películas no demasiado significativas en cuanto a elaboración pero su presencia en ellas nunca resultó menor.
Fue una actriz cuya naturalidad sesgada por una sombra interior le otorgaba un plus de atracción más allá del personaje encarnado, eclipsando incluso a los protagonistas principales. En ciertas entrevistas Margaux denotaba una angustia que calaba hondo más allá de la vida mundana elegida, cuando asistía a fiestas y cócteles de estrenos. “A veces no hay nada que me impulse a levantarme a la mañana, el mundo es demasiado horrible y nada indica que cambie, debo pensar en la gente que quiero mucho para hacerlo”, dijo una vez en una nota para una revista de cine francesa.
Una familia muy “normal”
Las notas aparecidas luego de su muerte revelaron cuestiones que podrían haber influido en la decisión tomada. Su padre Jack, era uno de los tres hijos del famoso novelista y cuentista, y su madre, Byra Louise Whittlesey, a quien apodaban Puck, era hija de un acaudalado comerciante venido a menos y tenía afición por el alcohol e ínfulas de aristócrata. Margaux era la del medio entre dos hermanas, Mariel, la menor, también actriz y recordada sobre todo por ser la belleza de la que se prendaba Woody Allen en la temprana Manhattan (1979), y Joan, la mayor.
Cuando era niña, la familia socializaba con celebridades del espectáculo y solían poblar las páginas de revistas dedicadas a retratar el jet set hollywoodense. Fuera de las cámaras fotográficas, sus padres no tenían buena relación y a las seis de la tarde ya estaban con varias copas encima. Según contaría Mariel luego de la muerte de su hermana, Margaux se volvió “completamente loca a los catorce años” y no obedecía lo que le imponían sus padres.
Dejó la escuela y comenzó a salir con amigos y hasta casi se mata cuando intentó esquiar mientras estaba borracha. A esa edad ya Margaux sufría de depresión, bulimia y epilepsia y aunque intentó tratamientos no obtuvo ningún resultado. De todos modos, de algo de todo esto se sirvió como recurso para sus composiciones actorales, generalmente de personajes algo perturbados.
Romance con un señor mayor
Su primer compromiso amoroso lo encontró en un hombre que le llevaba 18 años, Errol Wetson, una especie de bon vivant ricachón acostumbrado a conseguir todo lo que le gustaba. Fue en New York, donde Margaux trabajaba para una empresa publicitaria y buscaba una oportunidad para que se fijaran en ella los fotógrafos de moda o los productores cinematográficos. Rápidamente Wetson averiguó en qué hotel se alojaba Margaux y golpeó en su habitación con una botella de champán en una mano y una rosa en la otra. Eso fue todo lo que necesitó para conquistar a la joven de 19 años.
Después de cuatro meses, Margaux se mudó con Wetson. Si bien estaba enamorada, no había olvidado su sueño de actuar. También sabía que él podría llevarla hasta allí. Margaux estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario, incluso permitiendo que Errol controlara todos los aspectos de su vida. Él se asumió como su manager, le presentó a personajes importantes y hasta le indicaba qué ropa tenía que ponerse y qué tenía que dejar ver de su estilizado cuerpo.
Un contrato de un millón de dólares
A mediados de la década del 70 se convirtió en una de las mayores supermodelos de Nueva York al firmar un contrato de un millón de dólares con la firma Fabergé. Repentinamente apareció en la portada de Vogue y su nombre comenzó a brillar tras ser mencionarla como la “nueva supermodelo de New York”. Su sueño se había hecho realidad, tenía fama y conocidos en la industria del cine, pero muy pronto cedió a sus hábitos, que aquí crecieron con el consumo de sustancias más duras y su ritmo de vida se tornó cada vez más vertiginoso.
Tres años después de casarse con Errol Wetson, en 1978, se separó porque “las cosas entre nosotros nunca funcionaron, él cree que es mi dueño, pero yo no”, había dicho públicamente. La realizadora Lamont Johnson le dio a Margaux su primera gran oportunidad como protagonista en el thriller Lipstick, donde tuvo la oportunidad de trabajar junto a la veterana Anne Bancroft, hacerse un nombre en la industria cinematográfica y dejar en el imaginario popular unos rojos labios carnosos.
En esa instancia su hermana Mariel fue convocada por productores, y pronto se convirtieron en dos bellas actrices que encantaron al público del momento. Había una diferencia de edad de siete años entre Margaux y Mariel, lo que podía significar que nunca estuvieron realmente cerca. Mariel reveló más tarde que era inevitable ver muchas veces a su hermana mayor “mortificada” por su propio estilo de vida. No era que Margaux fuera una mala actriz, pero para la crítica su hermana era mejor.
Así, el estrellato de Mariel se había apoderado del de Margaux y ella lidió con esto de la misma manera que con sus problemas: con abuso de sustancias y tomando decisiones riesgosas. Casada nuevamente con el realizador venezolano Bernard Foucher, Margaux “huyó” a París al ver que los flashes se posaban en Mariel. Pero mudarse a París sólo empeoró este sentimiento. Margaux y su marido ofrecían fiestas con miembros de la llamada alta sociedad. En esas ocasiones, la conducta de Margaux se fue poniendo espesa: pasada de copas refería algunos detalles de su vida sexual con Foucher graficándolos con poses hasta pornográficas.
Hipocresía social y familiar
A principios de los 80 volvería a Estados Unidos tentada por propuestas para un par de películas, entre ellas la comedia They Call Me Bruce (1982) y Over the Brooklyn Bridge (1984). Es posible que estos roles no le hayan dado el reconocimiento que siempre parecía estar buscando, como el de ser el centro de la escena en las reuniones y estar ansiosa por que la quieran, pero sirvieron para recuperar parte de la autoestima que había perdido durante su permanencia en París.
Margaux sintió que había vuelto a encarrilar su vida y que las cosas mejorarían. Pero nada sucedió así, tuvo un accidente esquiando y estuvo un año postrada durante el cual aumentó 30 kilos. Cuando pudo reponerse ya no contaba con su exquisita figura y eso la desconsoló. Dejó a su marido y se topó con que no podía encontrar un rumbo para su vida.
En 1987 Margaux se internó en el centro de rehabilitación Betty Ford, famoso por los tratamientos a actores y actrices y a gente vinculada a Hollywood. De ese momento sobresale una frase expresada al salir de la internación. “Estoy mejor, pero de lo que quizás no me cure nunca es de la hipocresía social, empezando por la familia”, algo casi inexplicable en boca de alguien que alternaba con círculos sociales “altos”, donde, como se sabe, cuenta sobre todo la apariencia.
Cuando terminó su tratamiento creyó que un cambio era posible. Perdió su peso extra y se obsesionó con el yoga y el senderismo. Trabajó una vez más para ganarse el respeto de los productores de Hollywood, con todo lo que eso podía significar cuando no existía el MeToo. Incluso consiguió un papel en la película francesa Amor en do menor. Pero el film pasó desapercibido y Margaux volvió a su comportamiento autodestructivo. Quería atención y la quería en ese momento. En Hollywood, una de las formas más fáciles de hacerlo es quitándose la ropa. Entonces Margaux posó desnuda para la revista Playboy.
A partir de allí tuvo actitudes algo excéntricas. Una de sus amigas, la modelo Cheryl Tiegs, señaló que Margaux se sentaba en un banco en una plaza y pasaba el tiempo dándole de comer a las palomas, cuando debía estar atendiendo algunos compromisos de trabajo. En 1994, se embarcó en un viaje a la India en busca de “iluminación”, confiándoles a sus amigos que intentaría “curarse”, pero semejante aventura terminaría convirtiéndose en una pesadilla. Si bien se desconocen detalles, muchos creyeron que en ese viaje sufrió un colapso mental, pues terminó presa en Katmandú cuando la encontraron deambulando semidesnuda por las calles de la capital de Nepal. Su hermana Mariel la rescató y le consiguió ayuda profesional. No fue poco trabajo para su hermana menor ya que también debía ocuparse de Joan, la mayor, internada por efectos del consumo de LSD.
A Margaux le encantaba vivir el momento, lo que probablemente tenía algo que ver con las malas decisiones que tomaba a menudo. De algún modo ella no quería pensar en su pasado, por lo que no es de extrañar que hiciera todo lo posible para evitar revivir lo que la dañaba. De buenas a primera consiguió trabajo como presentadora de un programa televisivo de Discovery que mostraba lugares considerados salvajes y poco explorados alrededor del mundo. El entusiasmo no duró demasiado y sus vecinos de Santa Mónica, donde vivía, comenzaron a verla demacrada y ciertamente perturbada. Solía permanecer horas con su rostro apoyado en un ventanal de su casa.
Margaux tenía una amiga llamada Judy Stabile. Habían sido amigas el tiempo suficiente para que Stabile supiera cuando Margaux iniciaba algún vía crucis depresivo. Judy la llamaba con frecuencia y cuando Margaux dejó de devolver las llamadas, fue hasta su casa. Cuando llegó, vio el coche de Margaux, pero al llamar nadie abrió la puerta. Stabile se preocupó y consiguió una escalera para mirar por la ventana del dormitorio. Lo que vio quedaría grabado para siempre en su mente. Se trataba del cuerpo inmóvil de su amiga tendido en la cama. Stabile llamó a una emergencia pero ya era demasiado tarde, Margaux se había ido.
La maldición de los Hemingway
En principio su muerte se atribuyó a un ataque epiléptico. Pero el informe toxicológico encontró niveles altos de fenobarbital. Esto llevó a creer que se había hundido en otro episodio depresivo. Mariel, se negó a creer que su hermana se hubiera quitado la vida y declaró a la revista People que ese año había visto mucho mejor a su hermana. “Creo que ella estaba en franca recuperación”, dijo. Un episodio que había pasado desapercibido en esa conducta errática que llevaba Margaux fue cuando a principios de los 90, en medio de otra crisis, dijo a una revista de Los Ángeles que ella y su hermana mayor, habían sido abusadas sexualmente a edad temprana por su padre. Jack Hemingway negó las declaraciones diciendo que Margaux no estaba en sus cabales y que lo hacía para que la prensa se ocupara de ella.
Cuando ella murió, la familia fue acosada por la prensa para saber más sobre aquellas declaraciones. Su padre y la que había sido su madrastra, Ángela, se resistieron a responder. Años después de la muerte de su hermana, en 2013, Mariel hizo un documental llamado Running from Crazy. Era sobre la familia Hemingway y sobre todos los oscuros secretos que la rodeaban, y allí Mariel confirmó los dichos de su hermana cuando recordó haber visto a su padre entrar por las noches en el dormitorio de las niñas. Mariel reveló que creía que la única razón por la que escapó del abuso del padre fue porque todavía dormía junto a su madre.
Mariel aceptó finalmente que su hermana había decidido terminar con su propia vida. También que todas las malas decisiones de su hermana respondían a un dolor interno que la torturaba. La prensa y la comunidad artística, en cambio, atribuían su muerte por suicidio a esa “maldición” que, al igual que a la familia Kennedy –con sus muertes, asesinatos y accidentes– los perseguiría por generaciones. Tapar los abusos de padres a hijos era considerado un deber para defender la familia de cualquier ataque. Al fin y al cabo era la institución que erigía los cimientos de una nación y se debía velar por ella sin que importasen las víctimas que ocasionara. Margaux había sido una de esas víctimas y nadie había velado por ella.