Una idea poderosa acerca de la importancia de lo público y del acceso libre, irrestricto, vasto, plural y diverso a bienes culturales de calidad, desde una óptica donde las infancias aparecen en un primer plano, marca el recorrido vital, tanto en lo público como en lo privado, de María de los Ángeles González, o Chiqui, como la conocemos la mayoría, desde aquella niña fantasiosa que leía a Shakespeare en su Saladillo natal hasta la mujer del presente, una imprescindible de la cultura nacional, que en su recorrido marcó la vida de muchísimas personas, tanto dentro como fuera del ámbito del arte y la cultura.
Motor de las escénicas locales en tiempos en los que el teatro (casi como ahora) para muchos era una herramienta subversiva, de su paso por Arteón, Discepolín y más tarde en La Sociedad del Ángel aún resuenan los ecos en el imaginario cultural rosarino, porque sus ideas acerca de lo poético pero también de lo político que tiene un cuerpo en escena se encarnaron en una nueva generación de creadores y creadores, muchos de ellos de aquella Agrupación Filodramática Te Quisimos Con Locura, que hoy son en gran medida los que sostienen, sustentan y dan sentido a las escénicas locales.
Este viernes por la tarde (a las 17, en Córdoba 501, por iniciativa del edil Leonardo Caruana, del Frente Amplio por la Soberanía), esa mujer del discurso basal, enraizado, bellamente delirante, lleno de ideas, de una trascendencia inusual, de una dialéctica poderosa, de una profusión de sentidos infrecuente; esa mujer que cuando habla (evoca) te hace reír y llorar al mismo tiempo casi como en un grotesco, tendrá un nuevo reconocimiento, esta vez de manos del Concejo Municipal, como Ciudadana Distinguida de Rosario (extrañamente aún no lo era).
Con un interés personal por la diversidad y los derechos humanos, y con una interminable lista de charlas y conferencias tanto en el país como en el exterior, particularmente en los últimos años, Chiqui, también docente y abogada, acumula distinciones como la de Doctora Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) que recibió en un acto realizado en marzo de 2022, o una década antes, el título Emérito Honoris Causa de manos de las autoridades de la Universidad de Aberdeen (Escocia), por su tarea vinculada a las infancias, en esas miradas en las que el primer mundo suele quedar azorado frente lo que pueden el talento, el deseo, la creatividad y la perseverancia mucho más allá de los presupuestos.
De las bellas y poderosas obras de Discepolín con la fundacional ¿Cómo te explico?, aquella epopeya adolescente latiendo aún en los escenarios con esos actores y actrices que miraban azorados a una platea llena de jóvenes y adolescentes que agotaron en el final de su recorrido, en 1981, dos funciones en el Astengo con cuadras de cola, escapándole con ingenio y sensibilidad a lo atroz de la última dictadura cívico-militar, pasaron poco más de cuarenta años.
En todo este tiempo, Chiqui González creo, entre más, Bajo el ala del sombrero o Desnuda de terciopelo, que por una década no pasó de hacer funciones, fue convocada a mediados de los años 90, cuando se alejó de la dirección teatral (lugar que la espera siempre con los brazos abiertos), para transformar el galpón del CEC en un espacio alternativo y convocante, inédito en lo público, lleno de gente circulando todo el tiempo, con frío o con calor, gracias a su ingenio desbordante y contagioso, más allá de lo que se programaba (que siempre fue único).
También creó la inolvidable muestra inmersiva Con ojos de niño, forjó el sentido del Tríptico de la Infancia o la muestra itinerante Berni para niños que recorrió el país, en tiempos de la gestión de Hermes Binner, un aliado político formidable para ella, una mujer que venía del peronismo y era convocada por el socialismo, como pasó luego en la provincia junto a Miguel Lifschitz para inaugurar el Ministerio de Innovación y Cultura (MIC), en un acto de sensibilidad y transversalidad política que salió bien.
Chiqui fue y es una mujer potente, luminosa, arriesgada; creadora de grandes equipos de trabajo interdisciplinarios que ya desde MIC, y sólo por mencionar las de Rosario, forjó otras tantas proezas estético-políticas como la recuperación de El Cairo como cine público que iba camino a transformarse en un estacionamiento, la inmanente Plataforma Lavardén como si la hubiese imaginado el mismísimo Lewis Carroll o CasArijón, que potenció la cultura de aquél barrio que la vio nacer.
Todo eso y mucho más es Chiqui González a quien todas las gestiones y los espacios culturales extrañan. Pero sobre todo es la ternura y la inteligencia, una niña grande, de ojos grandes y luminosos, que entendió desde siempre que perder el juego, resignar lo lúdico, es olvidar lo vivido, es prescindir de la patria de la infancia, más allá de estar convencida que «siempre somos lo que la niñez nos dejó ser».
Chiqui González es esa mujer que a tantos nos enseñó que el teatro es uno de los pocos fenómenos vivos que nos quedan y por lo tanto, desde las pequeñas trincheras de los escenarios independientes hay que defenderlo. También nos enseñó que el cuerpo siempre es el gran paradigma, particularmente en este nuevo milenio, pero sobre todo, con sus “ojos de niña” nos hizo ver que hay otros mundos posibles que están en éste, siempre acercándonos las herramientas para que podamos encontrarlos y disfrutarlos.