María Kodama llegó a Rosario invitada por la Secretaría de Cultura municipal para participar de una charla abierta que celebraba los veinticinco años del Servicio de Lectura Accesible que funciona en la renovada Biblioteca Argentina Dr. Juan Álvarez.
Antes, en las primeras horas de ese día, atendió a la prensa en un conocido hotel céntrico y se predispuso para preguntas de toda índole que buscaban sacarle algún secreto aún no revelado sobre Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, con el que compartió parte de su vida y con quien contrajo matrimonio pocos meses antes de su muerte.
Licenciada en Letras, traductora, prologuista y escritora, presidente y creadora de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, Kodama tiene la popularidad y el espíritu de una joven estrella de rock. Así vive. “Sólo hago las cosas que me dan placer, las otras no”, dijo a El Ciudadano.
Sí en la cultura hay grieta, Kodama está sujeta en uno de esos bordes. Y, por tanto, recoge en partes iguales, admiradores y detractores, críticos y seguidores fieles que la persiguen por la calle, la aplauden y le piden autógrafos y selfies. De voz sutil pero definiciones fuertes, recibió a El Ciudadano en una charla exclusiva y sin concesiones en la que se refirió a la vigencia de las obras del escritor pero también habló de su propia vida, de sus deseos, la forma de entender la ética, la política y la democracia para la que dejó polémicas definiciones.
—La última vez que Jorge Luis Borges salió al interior del país fue en 1984 cuando vino a Rosario a dictar una conferencia. Según las reseñas de la época usted no lo acompañó porque estaba en Europa. ¿Recuerda algún viaje a esta ciudad en que vinieran juntos?
—Recuerdo algunas veces que vinimos a Rosario, a él le gustaba mucho esta ciudad. Venía a dar conferencias pero no oficialmente.
—Se cumplen por estos días 120 años del nacimiento de Borges. ¿Cuál cree que es la vigencia que tiene su obra?
—Vengo de China y es muy interesante lo que ocurre allí. Viajé a dar una conferencia en la universidad y descubrí que hay toda una camada de profesores que han formado a una camada de estudiantes que han leído muy bien la obra de Borges. Las preguntas que me hicieron luego de la conferencia demostraban qué bien habían sido enseñados. Hay una gran cantidad de fans de Borges en China, impresionante. Recuerdo cuando hicieron la traducción de su obra completa, cuya presentación fue en el Museo de la Gran Muralla, y cuando pusieron los volúmenes en mis manos pensé: “Dios Mío qué habrán hecho” y me dije a mí misma: “Nunca lo sabrás” (risas). Pero lo han estudiado muy bien. También fue muy emocionante, en este viaje, conocer a una chica de unos catorce años a la que le dieron permiso para venirme a escuchar porque lo que quería era saber si había entendido bien un cuento que había leído. Muy emocionante porque sí, realmente lo había interpretado bien. Estoy muy contenta con todos esos fans chinos de Borges.
—¿Por qué cree se suceden estos amores en culturas tan diferentes a la nuestra y a las de donde Borges se crió y desde donde escribió?
—Totalmente. Lo que pasa es que Borges tenía una gran influencia de autores interesados en Oriente. Él escribió haikú y tankas (tipos de poesía japonesa), y no por catequización mía sino porque su abuela se interesaba mucho en la literatura oriental. Y entonces él me contaba que, cuando era chico, leía Tales Before Midnight que eran cuentos que sucedían en Oriente. A él lo fascinaba eso.
—De hecho, en la última etapa de su vida, Borges quiso aprender japonés…
—Sí, exactamente. Había un interés enorme por la literatura que había leído en traducciones y, lógicamente, es una literatura fascinante. Es muy interesante porque, por ejemplo, la gran literatura del siglo VI y VII, más o menos, está escrita por mujeres. Porque las mujeres escribían en hiragana y katakana que es el silabario japonés. Los hombres utilizaban los kanjis que son sinogramas chinos y ellos consideraban que eso no era japonés, que estaba mezclado con otras culturas, y por lo tanto no eran realmente escritores japoneses. De ese siglo, la gran literatura está escrita por mujeres.
—Usted eligió un lugar difícil que es el de resguardar la memoria activa de Borges…
—Te interrumpo. Yo no elegí el lugar, me lo impuso él, que es otra historia.
—Me corrijo. Más allá del afecto y la admiración que estimo siente aún por él, su trabajo de preservación no deja de ser una carga. Se la criticó mucho por ocupar ese lugar. ¿Encuentra que, solapadamente, hay una crítica por ser mujer?
—Supongo que sí. Además los que me critican son personas que nunca conocieron a Borges y otras tantas trataban de distorsionar toda su obra. Él me dejó este legado, y yo no sabía que me lo había dejado, porque si lo hubiera sabido yo lo dejaba. No era tonta, me daba cuenta que esto era una cosa infernal. En ese entonces me llamó el abogado y, antes de hablar con la prensa, me comunicó la noticia. No podía creer que (Jorge Luis Borges) hubiera hecho eso. El abogado me dijo que no podía saberlo de antemano porque no hubiera aceptado. Yo soy una persona que tiene una sola obsesión y es la de que nada me atrape.
—¿Borges le temía a la muerte?
—No. Más bien tenía una curiosidad.
—¿Qué esperaba de sus obras para cuando no estuviera?
—Nada. Él no hablaba de su obra.
—¿Tampoco volvía a leerlas?
—No, sólo para corregir y corregir. Eso sí. Porque quería la perfección que no existe, pero él quería alcanzarla.
—Borges afirmaba que América Latina no existía. Decía que “nadie en la América Latina se siente un latinoamericano”. ¿Cree que hoy hubiera tenido otra opinión después de los hechos políticos de la última década en que Latinoamérica pasó a transformarse en sinónimo de identidad, de Patria?
—No puedo decir lo que él diría. Simplemente, dada la forma en que pensaba, todos podemos deducir qué es lo que diría. Yo no puedo decir lo que él pensaría porque estaría haciendo mi pensamiento y no el de él. Lo que yo pienso es que América Latina, salvo Chile y Uruguay, vive engañada. Piensa que vive en una democracia y nunca hubo democracia en América Latina. Democracia no es conmigo o contra mí. Democracia es conmigo. Si yo subo y vos sos de izquierda y yo de derecha, lo que hiciste bárbaro lo continúo, lo que no sé les pido que me ayuden a mejorarlo. Y cuando veo eso otro que pienso cambiar les pregunto a ustedes qué opinan. Eso para mí es la democracia. Y eso no existe en América Latina. Cada uno que sube se agarra como un supremo y destruye todo lo que hizo el anterior para construir lo mismo. Así no hay avance. Porque es como construir sobre arena. La democracia es la conversación, es la comprensión, es respetar, es mejorar y presentar lo que uno hace. Puede ser que esté equivocada pero eso para mí es la democracia.
—Borges también tenía un pensamiento bastante pesimista del futuro político de Argentina.
—Lo que él decía era que el error de este país era que en lugar de tomar la obra de Sarmiento (Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas) como libro de cabecera, tomamos el Martín Fierro pero, desgraciadamente, del Martín Fierro, lo que tomamos fueron los consejos del Viejo Vizcacha. Y por eso estamos como estamos. Eso lo ha dicho él y se puede corroborar. Cuando América Latina entienda eso y no mire siempre la mitad de la verdad, cuando vea el error que cometió, entonces si es inteligente y vuelve a vivir una situación análoga, podrá darse cuenta que se equivocó y no irá por el mismo camino. Si siempre pensás que tenés la razón vas a seguir cometiendo el error. Esto viene desde la época en que se fundó el país. Nunca se dice todo, siempre te crean en la cabeza que fulano es un monstruo y luego te lavan el cerebro. Y no es así: todos son monstruos y santos. Y la maravilla es que sos monstruo y santo pero vos sabes que hay un eje intermedio que es la ética. Vos tenés que hacer que eso concuerde y que tu monstruo y tu santo se unan en esa historia.
—La ética es el valor más importante, es supremo.
—Exactamente. Pero ¿Quiénes venían a América Latina? Los segundones, los que no heredaban. ¿Para qué? Para llevar el oro y la plata a España, y ser el indiano. Es algo que está en los genes.
—Usted dijo que “escribir es como bailar: son las puertas de escape de todo el horror cotidiano”. ¿Está trabajando en algún libro?
—Yo escribo siempre pero no publico. La escritura es una puerta de escape para mí. Escribo porque me da placer y sólo hago las cosas que me dan placer, las otras no.