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María Riot: trabajadora sexual que pelea por el reconocimiento de derechos

María Riot, prostituta y activista, cuestionó el abolicionismo y reclamó que el Estado les brinde derechos laborales.

Puta y feminista. Militante y actriz porno. Hace cuatro años ella misma se bautizó María Riot, cuando comenzó como trabajadora sexual. Tiene 25 años, vive en Capital Federal y es una de las referentes de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR). El 27 de enero visitó Rosario para el aniversario de la muerte de Sandra Cabrera. Desde la organización, trabajan para obtener el reconocimiento del Estado de sus derechos laborales. En diálogo con El Ciudadano, Riot cuestionó la postura abolicionista que predomina en el feminismo institucional y académico, la criminalización de los espacios para ejercer, y la modificación de las leyes de trata que propiciaron el abuso institucional. En el Día Internacional de la Trabajadora Sexual, y en el  marco de un Congreso que se está desarrollando en Buenos Aires, la activista destacó los espacios ganados por las trabajadoras, dentro y fuera del feminismo, para alcanzar el reconocimiento de sus derechos.

Para Riot, las problemáticas que atraviesan a la prostitución también suceden en otros trabajos. Y son consecuencia de la clandestinidad y la precarización en la que se sienten obligadas a ejercer el trabajo, “o porque vivimos en una sociedad machista que nos afecta por ser mujeres, no por ser trabajadoras sexuales”.

—¿Cómo preparan el congreso de trabajadoras sexuales? ¿Cuáles son los principales ejes a charlar?

—El Congreso de Trabajadoras Sexuales comenzó el martes. Es un gran encuentro donde cerca de cien trabajadoras y trabajadores sexuales de todo el país nos encontramos formándonos en sindicalismo, feminismos y política. El Congreso está siendo más enriquecedor de lo que esperaba: no sólo debatimos y compartimos nuestras distintas experiencias, formas de trabajo, las problemáticas a las que nos enfrentamos, sino que además nos estamos afianzando como colectivo y nos encontramos cada vez más unidas. Por el Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales haremos un evento en el congreso para reclamar nuestros derechos laborales. Vamos a festejar el avance con las Kumbia Queers y Sudor Marika tocando con nosotras.

—¿Cuándo te definiste como trabajadora sexual?

—A pesar de que empecé en el trabajo sexual hace cuatro años, me costaba reconocer que era trabajadora sexual porque sentía culpa del trabajo que estaba ejerciendo. No veía nada de malo en lo práctico. Me di cuenta de cuántos años había perdido en trabajos precarios y con sueldos mal pagos, pero tenía culpa de reconocerme como una mujer sexualizada y que, además, cobraba por ello. La moral y el control de la sexualidad y de los cuerpos de las mujeres también lo tenía en mi cabeza a pesar de que desde los quince años me reconocía como feminista y que pensaba no tener ningún tabú ni prejuicio con mi sexualidad. La sociedad quiere hacer sentirnos culpables por decidir por nosotras mismas. Por cobrar por algo que deberíamos hacer gratis y por amor, así que no fue hasta que empecé a conocer a otras trabajadoras sexuales que reconocí que yo sí era una trabajadora sexual y que además era mi identidad política.

—¿Cuáles son los principales problemas que deben enfrentar las trabajadoras sexuales?

—A comparación de la mayoría de mis compañeras, yo cuento con ciertos privilegios que me permiten haber elegido la modalidad de trabajo vía internet y realizar los encuentros en hoteles con clientes que me contactan mediante mi email o redes sociales. Mi mayor problema es el estigma, que es el que nos atraviesa a todas, sin importar la modalidad que ejerzamos. Sin embargo, mis compañeras que ejercen bajo otras modalidades se enfrentan a terribles vulneraciones que van desde la violencia institucional, ir detenidas por ofrecer servicios sexuales en la calle, allanamientos en sus propios departamentos –donde mientras psicólogas las anotan como víctimas de trata negando su agencia la Policía les roba sus pertenencias–, precarización laboral y muchas otras problemáticas sociales que nos atraviesan como mujeres más allá de nuestro trabajo como la desigualdad social, políticas de inmigración y vivir en una sociedad machista y patriarcal.

—¿Cuáles son las reivindicaciones más urgentes que reclaman?

—Nuestro reclamo más fuerte es “Derechos laborales para las trabajadoras sexuales”. Hoy no contamos con un reconocimiento del Estado de nuestro trabajo y de nuestros derechos como el acceso a la salud, a la obra social, a ser monotributistas –ya que la categoría de trabajadora sexual no existe–. No tenemos evidencia de nuestros ingresos que nos permita alquilar y eso hace que muchas compañeras tengan que pagar alquileres muy caros de habitaciones compartidas en hoteles para ellas y sus hijos o pagar el doble porque no tenemos papeles para demostrar que somos trabajadoras. También pedimos la derogación de artículos contravencionales que siguen vigentes en 18 provincias que permiten que se estén llevando a trabajadoras sexuales detenidas hasta 30 días y que la Policía haga abuso de poder sobre nosotras de diversas maneras que vulneran nuestros derechos.

—¿Cómo y cuándo te acercaste a la militancia en Ammar?

—Me acerqué a Ammar hace dos años. Como aún tenía mucho miedo de que mi familia se enterara de mi trabajo, y por la culpa y el estigma que nos quieren imponer para que sigamos invisibilizadas sólo fui tres veces y dejé de ir. Con el pasar de los meses decidí hacer público en una entrevista para Página/12. Conté que era actriz porno, pero pedí que no publicaran que además ejercía la prostitución. Al poco tiempo empecé a leer a Georgina Orellano, la secretaria general de Ammar, y me di cuenta de cuánto estigma tenía encima. En marzo del año pasado, después de decir públicamente en mis redes sociales que además del porno ejercía la prostitución, Georgina me contactó y me invitó a coordinar un taller de Trabajo Sexual. Desde ese día no me fui más. Cuando conocí a mis compañeras y escuché las problemáticas tan graves que estaban atravesando me dije a mí misma: tengo que militar, tengo que dar la cara y visibilizar estas vulneraciones de derechos que nos están atravesando como colectivo. Ayudar a terminar con el estigma para que podamos conseguir el reconocimiento de derechos. Tengo ciertos privilegios que debo usar para que quienes tienen menos privilegios puedan acceder a una mejor calidad de vida y que mejoren sus condiciones de trabajo.

—¿Considerás que las recientes discusiones sobre género habilitan a abrir el debate acerca de los derechos laborales de las trabajadoras?

—Una de las cosas que hizo que Ammar esté tan presente en los espacios feministas y el movimiento de mujeres es que se trata de algo de lo que todo el mundo está hablando. Desde el movimiento Ni una menos, cada vez hay más personas dándose cuenta de un montón de violencias naturalizadas tanto en las relaciones, como en los medios, hasta marcas que venden remeras con la palabra “feminista”. Gracias a internet, las redes sociales y toda la construcción que viene de décadas, el feminismo tomó una visibilidad que nunca antes la había tenido y la decisión de que las trabajadoras sexuales hayamos decidido ir a los espacios feministas a pesar de que muchos años nos cerraron las puertas, también hizo que muchas feministas se estén replanteando cosas como el punitivismo, lamentablemente muy presente y naturalizado en el feminismo, y cómo tenemos que respetar las decisiones de otras mujeres a pesar de que sean cosas que nosotras no haríamos o elegiríamos para nuestra vida.

Cuentapropista

—¿Cuáles son las dificultades  de ejercer el trabajo sexual por cuenta propia?

—Aunque el trabajo sexual no es ilegal en Argentina, todos los espacios donde podemos ejercer están criminalizados. Si trabajás en la calle, te persigue o detiene la Policía. Si trabajás por encuentros arreglados a través de internet, te cierran las cuentas de las redes sociales o tenés que pagar en páginas que cada vez son más caras (y que muchas han sido cerradas por “promoción de la prostitución”). Si querés anunciarte en el diario, no podés porque se prohibió. Se buscó una alternativa que fue pegar papelitos en las calles. Luego campañas abolicionistas instalaron en la sociedad que había que despegarlos porque así se combatía la trata, así que también nos niegan el poder publicitarnos en la vía pública. Si querés organizarte con otras compañeras y armar una cooperativa, no sólo tenés que pagar un alquiler muy alto porque los dueños de departamentos abusan con los precios al saber que se ejercerá el trabajo sexual ahí, sino que la Policía exige pago de coimas y realiza allanamientos donde muchas veces terminan con el cierre del lugar de trabajo –donde muchas también viven– o con compañeras con causas por trata por ser la que abrió la puerta, la que figuraba en el contrato de alquiler o por ser la secretaria. Toda la criminalización lo único que hace es favorecer a que trabajemos en más clandestinidad y que muchas prefieran trabajar en departamentos privados dejando un alto porcentaje a un tercero. Como no contamos con un marco regulatorio de derechos puede ejercer abuso de poder, imponer malas condiciones laborales, engaños o que tenga que atender clientes que ella no quiere. En Mendoza también se está penalizando al cliente que contrata servicios sexuales, lo que hace que las trabajadoras sexuales se hayan ido de las calles más céntricas y ahora estén trabajando en lugares oscuros y a veces cerca de las vías o rutas, expuestas a más agresión y al control policial.

Medios

—¿Cuál es el tratamiento que considerás los medios de comunicación hacen sobre el trabajo sexual y la pornografía? ¿Cómo influyen las opiniones o debates mediáticos en la cosificación de la mujer?

—Los medios son formadores de opinión y claramente han creado una narrativa del trabajo sexual errónea, generalizadora, amarillista, moral, que tergiversa y que echa la culpa a la prostitución de un montón de problemáticas sociales que atraviesan a toda la sociedad en sí misma, como la desigualdad social, la exclusión de ciertos sectores e identidades, el capitalismo, el machismo y el patriarcado. Usan imágenes que siguen estereotipándonos con fotos de zapatos rojos con medias de red y en la calle, como si esa fuera la única manera de ejercer el trabajo sexual. Nos deshumanizan y nos reducen sólo a víctimas, presentando informes o datos tergiversados y sin evidencias. Los acompañan de opiniones de periodistas que confunden trata con trabajo sexual y que siguen estigmatizando el uso de la sexualidad, presentando esos artículos como representativos de la realidad cuando es su propia perspectiva y concepción de la prostitución. Sin embargo, cada vez estamos ganando más espacios en los medios y nos contactan periodistas todos los días para saber sobre nuestra militancia.

Secretos de una pornografía distinta

—¿Cómo comenzaste a interesarte por el porno?

—Me interesé en el porno buscando sobre trabajo sexual. En mi adolescencia ya me sentía atraída por todo lo que tuviera que ver con la sexualidad, más allá de lo que podía hacer en mi vida privada. Pensaba en el trabajo sexual como un trabajo más, que en algún momento de mi vida podría llegar a hacer. A los 15 años, gracias al Riot Grrrl (movimiento musical feminista) conocí el feminismo y eso me llevó a conocer mujeres que usaban internet para reclamar que empoderarse mediante su capital erótico era algo válido. Vendían videos, hacían porno y el sexo era un lugar de disputa de nuestro placer, y eso también podía ser cobrar o actuar delante de una cámara. Al ver productoras que hacían un porno distinto al que yo creía que era el porno, con un discurso feminista, con personas detrás de la cámara que reivindicaban diversas sexualidades, otras prácticas que no se veían en el porno más comercial, y diversas identidades haciendo lo que deseaban con su sexualidad, me dije “yo quiero formar parte de esto”. No sólo me atrajo lo artístico y la idea de crear un porno diverso al que se suele conocer, sino que también vi el hacer porno como una acción política.

—¿Cómo definirías el porno feminista?

—Este porno plantea una pornografía con una visión feminista, donde la sexualidad se salga de la heteronormatividad, donde todo deje de girar en torno al placer del hombre y en donde se pueda reivindicar el uso de nuestro cuerpo y erotismo de la manera en que queremos. Hay otra etiqueta que debe venir acompañada, que es el porno ético: que las condiciones de trabajo sean buenas, que haya un buen trato, buena paga y que se respete a los “performers”. Y eso a veces no sucede. Como puede haber porno ético sin tener una perspectiva feminista, puede haber un porno feminista que no sea ético bajo mi perspectiva. Por eso, prefiero no usar etiquetas, a pesar de que sirven para visibilizar ciertas cosas. Terminan delimitando y muchas veces sirven para ser usadas por marketing. Prefiero llamar el porno donde yo trabajo o el que quiero dirigir como pornografía. Sin ninguna etiqueta más. Para también reivindicar qué es la pornografía y cómo deberían ser las condiciones de todas las producciones pornográficas, cambiando la industria desde adentro sin necesidad de etiquetarnos para diferenciarnos.

En contra del abolicionismo

—¿En qué momento el feminismo comenzó a reconocer al trabajo sexual desde una postura no abolicionista?

—Seguimos disputando que el feminismo nos reconozca. Hay que recordar que el feminismo no es uno solo, que desde sus comienzos ha ido cambiando y que lo han conformado diversos feminismos y sujetos que han sido críticos con posturas, pensamientos y debates muchas veces opuestos entre sí. Un ejemplo muy claro fue y es la lucha de los feminismos negros, que disputó los lugares de las mujeres negras en el feminismo y reclamó a los demás feminismos que tuvieran una visión más amplia, conciencia de clase y de raza. Las opresiones que nos atraviesan a las mujeres no son las mismas sino que están sujetas a diversos contextos sociológicos, históricos y culturales. Las trabajadoras sexuales hace décadas que disputamos nuestro espacio y llamamos a los demás feminismos a escuchar nuestras voces, que no excluyan a las putas de sus pedidos, que no sigan perpetuando el estigma que hay y que, como muchas han hecho históricamente con las lesbianas y con las trans, no quieran dejarnos afuera del feminismo porque el movimiento es de todas. No sólo de las mujeres que se creen iluminadas que pareciera ser que dan carnets para decidir quiénes pueden ser feministas o no.

—En la actualidad, ¿cuál considerás que es la postura que predomina?

—Claramente la postura abolicionista es la que predomina. El abolicionismo lleva años queriendo posicionar a las trabajadoras sexuales como víctimas. Cambiaron sus posturas y estrategias pero su discurso tuvo lugar en el feminismo más hegemónico y que más se dio a conocer. Forman parte del feminismo institucional y académico. Quienes están hoy sentadas en un escritorio del Estado decidiendo por las mujeres, por las trabajadoras sexuales y diciendo qué es trata y que no lo es son, en su mayoría, abolicionistas. En este último tiempo esto está cambiando y de gran manera. Cada vez tenemos más voz y más espacios ganados, con compañeras que nos apoyan y difunden nuestro pedido de reconocimiento de derechos. Formamos parte de las marchas, cada vez más medios se interesan por nuestra lucha y cada vez más compañeras y compañeros se acercan a militar a la organización. También recibimos constantemente mensajes de personas que nos dicen que eran abolicionistas porque nunca habían escuchado a una trabajadora sexual, porque pensaban que si eras feminista tenías que estar en contra del trabajo sexual y que tenían una idea sobre la prostitución muy distinta a la que es porque siempre habían escuchado una sola narrativa que confundía malas experiencias por condiciones precarias y clandestinidad con lo que es el trabajo sexual en sí. Hay que entender que las problemáticas que atraviesan a la prostitución también suceden en otros trabajos y que principalmente son por consecuencia de la clandestinidad y la precarización en la que nos obligan a ejercer o porque vivimos en una sociedad machista que nos afecta por ser mujeres, no por ser trabajadoras sexuales.

La trata es otra cosa

—En una entrevista dijiste que las campañas con frases como “Sin clientes no hay trata” confunden a las trabajadoras con las víctimas de trata. ¿Cuál es la actualidad de esa situación? ¿Cómo afecta al ejercicio del trabajo la legislación vigente contra la trata?

—La modificación a la ley de Trata niega nuestra agencia y dictamina que nadie puede dar consentimiento a su propia explotación por lo que nos convierte y reduce en sólo dos figuras: víctimas o proxenetas. Niega cualquier complejidad del trabajo sexual y nuestro consentimiento al decidir ser trabajadoras sexuales. Todo trabajador da consentimiento a su propia explotación. Para detectar si hay trata se llevan ciertos procedimientos y hay leyes que dicen mediante cuáles situaciones podemos dar cuenta de si hay trata. En el trabajo sexual es distinto: siempre es trata, siempre somos posibles víctimas y cualquier arreglo económico –algo que sucede en todo trabajo– es un delito. Esta modificación llenó las cárceles de trabajadoras sexuales o mujeres que trabajaban como secretarias o limpiadoras de un departamento como trabajadoras autónomas y fueron condenadas por el “delito de explotación sexual”. Esto hizo que Argentina se posicione como uno de los países con más “rescatadas” y más “lucha contra la trata” porque lo que están haciendo es perseguir trabajadoras sexuales. El abolicionismo y las políticas antitrata están vigentes hace años y sin embargo nos preguntamos, ¿Dónde están esas víctimas rescatadas? ¿Dónde están las políticas públicas para aquellas mujeres que no quieren o desean ejercer la prostitución? ¿Por qué dicen alegremente que tienen diez mil víctimas rescatadas cuando supuestamente con tanta infraestructura, subsidios y poder estatal deberían estar reduciendo esos números? ¿Les dieron trabajo genuino a aquellas víctimas o las dejaron en la calle o con emprendimientos para hacer carteras o tortas que claramente no les alcanzan para subsistir? ¿Qué hicieron para que las compañeras trans puedan tener acceso a otros trabajos además de la prostitución, siendo la misma muchas veces la única opción para ellas por una discriminación y exclusión social predominante en esta sociedad? Confundir trabajo sexual con trata sólo perjudica a las trabajadoras sexuales y no ayuda en nada en solucionar la problemática de la trata, que está aún más presente en el trabajo agrario y textil y, sin embargo, no se usan las mismas políticas ni los mismos discursos sino que se piden derechos para esos trabajadores y que puedan salir de esa vulnerabilidad.

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