Milena Heinrich – Télam
Las escritoras Mariana Enriquez, Gabriela Cabezón Cámara y Camila Sosa Villada fueron referentes centrales de este 2020 porque enriquecieron la escena cultural con libros, premios, debates y posicionamientos políticos desde distintas perspectivas y porque sus obras arman una singular genealogía de literaturas desenfrenadas, capaces de expandir el sentido sobre un mundo convulsionado que busca nuevas formas de proyectar sus maneras de habitarlo.
¿Por qué ellas entre un generoso elenco de escritores y escritoras que en este año tan voraz lograron poner palabras, romper silencios, acompañar el miedo, asumiéndolo a riesgo propio? ¿Qué hilo común atraviesa a estas autoras que transitan y escriben en géneros tan distintos? La arbitrariedad se impone pero en lo aparente se postula una respuesta: las tres fueron reconocidas con importantes premios internacionales, lo que subyace: a su modo, cada una quebró la norma y marcó el gesto inesperado para tambalear lo obvio; transformar y ensayar diálogos con un futuro sino distinto, al menos no anquilosado, sin convenciones.
Mariana Enriquez
Como flamante directora del área de Letras del Fondo Nacional de las Artes (FNA), cargo que asumió ad honorem y con el que estrenó la gestión pública en este 2020, Mariana Enriquez desató la polémica cuando ubicó a la ciencia ficción, lo fantástico y el terror como los principales géneros de la convocatoria del FNA. En un año atravesado por la sazón sobrenatural, con esa decisión “excepcional”, Enriquez sacudió las estructuras que atraviesan los géneros y puso en disputa el imaginario literario nacional. Lo cierto es que a pesar de los murmullos, el concurso siguió su curso: frente a las críticas del (relegado) lugar de la poesía, el primer premio se lo llevó una poeta tucumana.
Pero Enriquez (Buenos Aires, 1973) también fue la narradora que este año sumó al Premio Herralde que había ganado en 2019 por Nuestra parte de noche, el Premio Celsius a la mejor novela de ciencia ficción y fantasía en español y el Premio de la Crítica de la Asociación Española de Críticos Literarios por el mismo libro, que ella define como una especie de autobiografía de su imaginación, «una ficción que habla del poder sobre los cuerpos y el territorio, un poder impune no sólo por permanecer en secreto y resguardar conocimiento”.
En este calendario atípico para la escena mundial, la escritora y periodista publicó El otro lado, una recopilación de sus artículos de no ficción desde mediados de los 90 hasta el presente, al cuidado de Leila Guerriero. En ese volumen, el primero que reúne esta faceta de su obra, se incluyó el texto “La Ansiedad” que escribió cuando la pandemia empezaba a instalarse en Argentina y circuló muchísimo. Allí dice: “¿Por qué tengo que ser intérprete de este momento? ¿Por qué escribí algunos libros? Me rebelo ante esa demanda de productividad cuando solo siento desconcierto”.
Como su obra de ficción explora los géneros de terror y fantasía, justamente en un año donde el miedo fue el estado de alarma, su trabajo fue resignificado, a pesar de que ella siempre dejó en claro que ser escritora no la obliga a tener opinión formada sobre el mundo. Acaso sí experimentarlo, como contó en una charla con María Gainza en abril de este año: “He pasado crisis personales y nacionales pero ninguna me preparó para este momento y todos los días me pregunto por qué. Tuve otros momentos de fragilidad nacional y personal pero hay algo de la escala de estos acontecimientos que me perturba de otro modo”.
Gabriela Cabezón Cámara
Podría decirse que Gabriela Cabezón Cámara (Buenos Aires, 1968) fue la voz literaria y política que pensó la pandemia desde la literatura y el medio ambiente. Activa defensora de la Ley de Humedales y convencida de la oportunidad histórica de esta crisis para exponer una mirada crítica del modelo de producción y extracción capitalista, la autora de Beya. Le viste la cara a Dios ofreció alegatos narrativos y poéticos a través de distintos textos e intervenciones, siempre en un pacto comprometido con el cuidado del entorno y la naturaleza.
“No se puede respirar humo, comer basura, tomar agua contaminada y tener más pestes como el coronavirus”, dijo cuando participó de la edición virtual de Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura. Y apuntó: “Si la normalidad supone algo así como una estabilidad, un equilibrio, sepan que no hay más, vivimos de crisis en crisis que son más riqueza para las minorías y más pobreza para las mayorías”.
Esa intervención ilustra la línea que trazó en algunos de los textos que circularon este año, como el que tituló El capitalismo está desnudo, en el marco de la antología El futuro después del covid-19. Allí, Cabezón Cámara escribe: “Vivimos sobre un cementerio y vamos, no como individuos sino como especie, a otro. Miles de viejos mueren descartados como mierda en el centro del mundo, ahí donde el dinero se junta pero no alcanza para salud pública. Una extinción masiva de especies está sucediendo en este mismo instante. Para algunas hay tregua. Para nosotres no. El tirano, este capitalismo tardío que no tiene afuera, no hay nada afuera de él ya, nos lleva a la muerte total, de todes, de todo”.
Además de su feroz crítica al sistema neoliberal, Cabezón Cámara también estuvo en el centro de la escena porque su novela Las aventuras de la China Iron fue una de las seis finalistas del premio International Booker Prize 2020, el más prestigioso del mundo de los libros traducidos al inglés y se convirtió en la segunda argentina en apenas tres años en quedar en la “shortlist” del galardón, luego de que en 2017 Samanta Schweblin llegara a la misma instancia con Distancia de rescate. Además, hace poco tiempo se supo que otra novela, La virgen cabeza, será llevada al cine.
El estilo visceral de la escritora emergió como pulso urgente contra la concentración de recursos y el saqueo a la tierra mediante sus redes sociales donde posteó peticiones para proteger el medioambiente y promover la ley de humedales. Pero su voz no sólo acompañó los reclamos por el cuidado del entorno y de la especie sino que también fue la que homenajeó con una belleza inigualable a Diego Armando Maradona, con un texto publicado en Anfibia al que llamó Réquiem para un río imposible y que será recordado por definirlo como un “cebollita que venció la gravedad”. “Diego, el río siempre vivo aunque siempre traten de matarlo, el de la fiesta lujosa del pueblo”, escribió en la conmoción colectiva del 25 de noviembre, el día de la muerte del legendario futbolista.
Camila Sosa Villada
Si la novela Las Malas, de Camila Sosa Villada, fue el libro del año 2019 junto a Cometierra de Dolores Reyes y El fin del amor de Tamara Tenenbaum, en este 2020 el reconocimiento de la obra pasó del boca en boca inicial en Argentina a un matiz internacional cuando la escritora y actriz fue distinguida hace poco más de un mes con el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2020, un galardón que distingue la obra de escritoras en idioma español. “Parece mentira que en pleno 2020 una deba agradecer que este premio se otorgue a una escritora trans, como si una tuviera que pedir permiso y pedir perdón. Pero hoy el mundo es un poco más justo y por lo tanto más bello”, destacó la autora el día de la ceremonia virtual.
Esa novela, la primera de Sosa Villada (Córdoba, 1982), que escribió “con dolor y resentimiento” y desde la “venganza” como dijo a propósito del Sor Juana, también fue finalista de la lista corta de la primera edición del Premio Medifé Filba y además se anunció que será adaptada al cine. “Es un libro cómplice que anestesia la culpa de una sociedad que pretendió mi cadáver y el de muchas y que aún lo pretenden, es un libro que tapa una falta de la cultura y es cómplice porque no cuenta ni el diez por ciento del horror que fue ser travesti hace 25 años”, dijo Sosa Villada.
Por la irrupción de ese modo de escritura confundible que sorprendió con Las Malas, este año Sosa Villada reeditó La novia de Sandro, un libro donde la poesía atraviesa los misterios del amor travesti y estremece desde la belleza y el dolor, con ese estilo provocador que caracteriza su obra y un lenguaje que se tensa para hablar del desengaño amoroso y el disfrute erótico de los cuerpos. Porque para ella, como dijo a la agencia de noticias Télam cuando salió el libro, “la escritura debe ser provocadora y brutal”.