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Mark Fisher, el #albertogate y la visita a los genocidas de Ezeiza

Tengo amigos que votaron tanto a Milei como a Massa cuya única conclusión final es hay que “armar algo nuevo”.  Ese punto en el convergen las posturas es el que me interesa y al que veo como un signo no sólo generacional sino también de un nuevo sentido de representación que quizás no obedezca a la idea de representatividad como la conocimos hasta ahora.

Nazarena Galantini
Lic. en Filosofía- Cursando la Maestría de Género, poder y Sociedad, UNR

El desamparo político

Todo lo que pasó en estos días con el caso de Alberto Fernández tiene tantas aristas para analizar que creo que vamos a tener meses para entretenernos. Digo entretenernos como una forma de decir: está claro que una cosa es más grave y preocupante que la otra y la degradación moral del susodicho es total. Pero quiero hacer foco en una, en la que me tiene literalmente obsesionada hace por los menos… no sé, algunos años, y es la del desamparo político en el que se encuentran generaciones como la mía y las de más abajo también. Probablemente esté leyendo mucho a Mark Fisher, debido al curso que tengo que dar en las próximas semanas, pero me viene justo porque siento que encontré la forma de decirlo pudiendo citar a alguien más que a mi propia cabeza o a la de algunos amigos y compañeros que dijeron alguna vez cosas similares.

Los realistas y los delirantes

Empecemos por Milei: estoy en el polo opuesto de sus ideas. Política, ideológica y éticamente no comparto ni una coma de lo que dice y practica. Sin embargo, estoy más cerca de su visión de clases (sí, un poco estirada y delirante) que de la de muchos de los dirigentes peronistas y progresistas con los que me identifico. Milei tiene ese revival setentista, de la guerra fría, en el que todo sucede en un mundo dividido entre comunistas y colectivistas empobrecedores y el mundo de los empresarios héroes, occidentales, varones. Esta visión maniquea y estiradísima de Milei, sí, es un poco un absurdo y es una de las cosas que le burlan una parte de mis referentes (entre ellos incluso Cristina) cuando dicen “este tipo vive en la Guerra fría, se quedó en un mundo que no existe más”. Claro, el mundo y la historia se desarrollan, y nunca se repiten de manera, literal y exacta, pero la verdad es que quienes lo dicen se ubican a sí mismos como los realistas, es decir los que están más y mejor parados en la realidad. Entonces por ahora, tenemos dos enfoques, el de los realistas y el de los delirantes. Soy de las personas que piensan que, en este contexto político que nos toca atravesar, valen y suman muchísimo más algunas cuotas de delirio que todo el realismo junto del mundo. Y para mi este tema está directamente ligado al del desamparo político en el que naufragamos. El escándalo del #albertogate es su máxima expresión, pero la deriva viene desde hace mucho tiempo. Hay que decir que hay una militancia que ya lo advertía al interior de sus organizaciones incluso antes de que Milei siquiera estuviera en el horizonte de posibilidades de nadie: hay un estilo del hacer político que ya no va.

La resignación como propuesta nunca fue y no va más

Quiero decir algunas cosas antes sobre el realismo. El realismo es una corriente filosófica que está apoyada en la creencia de que los objetos (también podemos llamarle cosas) tienen independencia del sujeto que conoce y por lo tanto de sus ideas. Este primer punto fue siempre un debate en filosofía dada la naturaleza compleja de aquello que llamamos objeto: un objeto puede ser material o incluso puede ser otra idea, un número matemático, etc. En este último caso se haría más difícil distinguir qué es un objeto como tal y qué es propio del sujeto que conoce y sus ideas ya que éstas no existen materialmente. Pero, además, el realismo es una forma de interpretar la verdad, es decir, postula una idea muy precisa acerca de qué es, dónde y cómo se encuentra la verdad. En este caso, la verdad se da en la correspondencia entre la idea y el objeto. Se llama realismo por una razón bastante obvia y es la de que lo real, es decir el objeto independientemente de las interpretaciones que se hagan de él, se impone sobre las ideas. El problema en el que incurre a veces esta forma de ver las cosas es que no considera que las ideas también pueden modificar y transformar al objeto en cuestión, que de hecho lo hacen y que la relación entre las ideas y las cosas (o entre el sujeto y el objeto) es mucho más dialéctica que meramente representativa. Por eso en política se ha llamado realpolitik a la manera excesivamente pragmática de encarar asuntos públicos y a la forma de reducir la política a leyes objetivas (cuando no, dogmáticas) inmodificables.

Claro que el realismo puede ser una herramienta útil para interpretar las cosas cuando éstas se nos van de las manos y se vuelven un poco lisérgicas, pero lo que ocurre es que el realismo cuando es la única opción, también es una actitud de derrota y resignación hacia esa creencia tan repetida de que “esto que tenemos no es lo mejor, pero es lo único posible”. Y es acá donde entra la pregunta política por nuestro propio campo: ¿esta forma de hacer política, esta dirigencia, estos “proyectos” caracterizados por la ausencia total de proyectos… son lo único que podemos esperar?  ¿Son lo único posible?

Lo cierto es que los realistas, los que sólo piensan en aquello que se supone puede hacer, y no en aquello que es necesario hacer para que las cosas sean posibles, nos trajeron hasta acá (y cuando digo hasta acá nos dejaron como corolario de todo esto a Milei). Quienes estamos en las veredas opuestas del presidente actual porque somos de izquierda o porque somos progresistas o porque somos peronistas, gracias a ese realismo doctrinal del es lo que hay, es lo que se puede, terminamos votando a lo menos peor y bancando (por no decir peleando dentro de nuestras organizaciones contra…) la frase de no hay que hacerle el juego a la derecha, y muchas otras diatribas realistas que finalmente nos hacen desembocar en la pura impotencia y resignación. Milei, en cambio, con su visión setentista de los hechos está ideológicamente más cerca de animarse a crear un futuro que él mismo imagina en su cabeza. Es acá donde necesito parafrasear a Mark Fisher nuevamente y decir que ningún futuro es inevitable, hay que inventarlo, pero inventarlo a veces puede ser más parecido a buscar en el pasado ese futuro que no fue, que no se concretó pero que sigue virtualmente vivo. En nuestro caso argentino, Milei lo hizo revivir. De la peor manera y trayendo de ese pasado lo más rancio: el apoyo y la visita a los genocidas en Ezeiza es la foto más peligrosamente icónica de esta película. A esas referencias del pasado es a las que tenemos que oponerles gestos del mismo tenor ideológico. Lamentablemente, muchos no vemos en la realpolitik expresada en los referentes clásicos de nuestro campo político, esa posibilidad. En todo caso, el desafío es hacerlo desde una generación que carece de las nostalgias por los agotados paradigmas de la vieja política.

Tal y como están las cosas ¿quién le hace frente a Milei si lo que nos ha desamparado es no sólo la falta de audacia política sino también ser testigos de la debacle moral? Estoy segura que, de este lado de la brecha debe haber muchas más opciones que, o el pragmatismo más interesado en la autopreservacion de algunos dirigentes o la exhortación a la revolución como consigna vacua, a veces muy bien intencionada, pero más superyoica que otra cosa, de otros. Alberto demostró de manera hiperbólica ser eso que llamamos casta, y creo que es tiempo de que se escuche a quienes insistimos hace tanto tiempo y desde lugares tan diversos sobre esto. Tengo amigos que votaron tanto a Milei como a Massa cuya única conclusión final es hay que “armar algo nuevo”.  Ese punto en el convergen las posturas es el que me interesa y al que veo como un signo no sólo generacional sino también de un nuevo sentido de representación que quizás no obedezca a la idea de representatividad como la conocimos hasta ahora. Esa “cosa nueva” que tenemos que armar tampoco tenemos que ir a buscarla demasiado lejos, su germen ya está en nuestra sociedad argentina, es lo que por estos días es más atacado que nunca (y no por nada): es el espectro de lo que nos dejaron los feminismos y su voluntad de discutir todo tipo de jerarquías. Pienses lo que pienses sobre los feminismos, la transformación cultural que aportaron es inmensa porque nos ayudó a rebelarnos hasta contra las más minúsculas e injustas relaciones de poder al interior de nuestras organizaciones, de nuestras familias, del colegio, del club, y más. Desde ya que no es el único ingrediente del futuro perdido que tenemos que recuperar (pienso que hay otros que incluyen todo tipo de formas contraculturales que están sucediendo en este momento), y otros ámbitos de la vida, pero es uno de los reservorios políticos y éticos más importantes que tenemos.

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