La distancia de algo más de 561 kilómetros fue cubierta con tanta rapidez como ansiedad. El auto, con mínimas paradas, llegó a la puerta del Luna Park. Tres hombres decididos bajaron: René Barrale, Luis Abba y Juan Domingo Roldán. Se sentaron frente a Juan Carlos Lectoure, en su oficina. “Tito, venimos con Martillo Roldán. Es un gran noqueador. Manéjelo usted y hágalo campeón mundial”. En ese momento nació una intensa relación entre el boxeador y el promotor. Tito Lectoure se hizo cargo de la carrera de Roldán con una dedicación tan estrictamente personal como paternal. Le hizo ganar muchos dólares. Lo ubicó en los primeros planos internacionales y logró que peleara tres veces por el título máximo. El sueño de la corona mundial no pudo concretarse.
Juan Domingo Roldán era un muchacho de campo. Nacido en Freyre (Córdoba) el 6 de marzo de 1957. Tan sencillo como limitado a la hora de expresarse. Querido por todos, integraba una clásica familia de chacareros. Sólo cursó hasta quinto grado y a los once años se puso a trabajar. En cierta oportunidad, llegó al pueblo un circo, en el cual hacían un concurso con un oso. El que se animaba a luchar con él y no era derribado en dos rounds, recibía un premio en dinero. Le ofrecieron pelear. Tenía quince años. “Por esa plata me peleo con el oso, el domador y todos los del circo”, contestó. Luchó y se llevó sus pesos a casa.
Una tarde escuchó en LT28 Radio Rafaela que en Fraga, una localidad a sesenta kilómetros, había un festival de boxeo. Allí fue con su padre y su hermano Víctor, al que le decían Tenaza. Los dos hermanos combatieron y empataron. Entre los asistentes estaba el entrenador Gregorio Yost. Le vio condiciones a Juan y lo invitó a entrenarse en su gimnasio. La aventura del boxeo cobró forma y realidad. Como aficionado ganó 85 peleas con 53 nocauts, 3 derrotas y 4 empates. Fue medalla de plata en el Campeonato Sudamericano de Venezuela en 1977.
Desde los 17 años y por cuatro más, se radicó en la ciudad de Santa Fe, atendido por el equipo de Amilcar Oreste Brusa. Llegó recomendado por su representante, Guillermo Gordillo. Debutó como profesional el 8 de diciembre de 1978, noqueando en un round al uruguayo Jorge Servin en San Francisco. Esa noche comenzó a moldearse su fama. De boxeo temperamental y sanguíneo. Con un estilo no vistoso, ni técnico, pero sí efectivo. Pegaba y caían. Un noqueador de pura raza y paladar negro. En su quinta pelea, el periodista de La Voz de San Justo, Gregorio Goyo Martínez lo bautizó Martillo. En 4 años hizo 25 peleas. Ganaba. Demolía. Gustaba. Atraía gente.
Luis Abba un productor de seguros de San Francisco, de La Segunda de Rosario, le compró el contrato a Gordillo y con René Barrale comenzaron a delinear su carrera.
Cuando Amilcar Brusa entró en conflicto con la empresa Luna Park, algunos boxeadores se fueron del equipo y Roldán fue uno de ellos. Comenzó a ser entrenado por Adolfo Robledo. Se convirtió en figura de Luna Park. Las altas recaudaciones testimoniaban su carisma y llegada al público. Tito Lectoure asumió una estricta conducción técnica. Lo exigió hasta límites extremos. Fue campeón argentino el 13 de marzo de 1981 al ganarle por puntos al santafesino Jacinto Fernández. Logró la corona sudamericana el 12 de febrero de 1982, noqueando en dos vueltas al uruguayo José María Flores Burlón. Sus resultados. Sus actuaciones y los excelentes vínculos internacionales de Juan Carlos Lectoure, le abrieron las puertas a las grandes ligas.
Tito, de la mano de su amigo el promotor Bob Arum, encontró la manera de que Roldán fuera considerado en Estados Unidos. La prueba crucial la tuvo el 10 de noviembre de 1983. En Las Vegas debió enfrentar al temido Frank “The Animal” Fletcher. Roldán lo despachó en seis rounds. Lectoure comenzó a trabajar para la ansiada chance mundialista. Finalmente el 30 de marzo de 1984 en Las Vegas, enfrentó a la mega estrella Marvin “Maravilla” Hagler, el campeón de la AMB, CMB y la FIB. Llegó impecablemente preparado físicamente. Puso en la lona fugazmente a Hagler en el primer capítulo. En el tercero Hagler le metió un dedo en el ojo derecho de manera intencional. A partir de ese momento Roldán se desmoronó anímicamente y no pudo sobrellevar la lucha en condiciones normales. Perdió por nocaut técnico en el décimo.
“No me puedo sacar de la cabeza esa pelea. Se me escapó. Hubo dos peleas. Del primero al tercero y del cuarto en adelante. Hice cintura y cuando se vino lo tumbé con un cross zurdo a la cabeza. Hagler muy zorro. Me metió el dedo en el ojo derecho y se me cerró totalmente. No veía nada. En el décimo me quedé sentado. No tenía sentido seguir así”, definió tiempo después esos momentos. Tito Lectoure se enojó mucho. No le perdonó que no siguiera peleando. Soñaba con esa corona. “Cagón, acordote de Galíndez”, se escuchó claramente a Tito, en la transmisión de televisión. Tito enfurecido se fracturó una mano al darle un puñetazo a la pared en el vestuario. Martillo Roldán iba a tener tres años después, exactamente el 29 de octubre de 1987, una nueva oportunidad.
Cerquita de la cima
Peleó ante Tommy Hearns. La Cobra de Detroit. Fue la pelea donde estuvo más cerca de alcanzar la gloria mundialista. En el tercer round conectó duramente a Hearns. Al negro le temblaron las piernas y las ideas.
En su desesperación no supo definir. Fallo en envíos sin puntería y le falto frialdad. Hearns era un grande. En el tercero, recuperado, noqueó a Roldán.
De manera sorpresiva, unos años más tarde, tuvo otra chance. El rival: Michael Nunn que estaba invicto en 31 peleas. Roldan esa noche fue una sombra. Desmotivado, confundido, desorientado. Sin el hambre de triunfo necesario. Cayó ante el norteamericano. Con esta derrota se apagaron las luces rutilantes de su carrera. El final estaba anunciado. El querido colega, amigo y periodista de notable trayectoria, Carlos Irusta, sostiene: “Tito Lectoure desanimado por lo de Roldan, encontró el impulso para cerrar el Luna Park. Ya no tenía entusiasmo”.
Juan Domingo Roldan, hoy despierta admiración. Quedó en el umbral del bronce. Curtido a golpes, supo que hay heridas muy profundas que impactan en el corazón. El dolor puede más que un uppercut al mentón. Ganó una pelea que le llevó años. Donde los golpes que tiraban quedaban dibujados en el tiempo. Recibía con la velocidad lascerante del destino, impactos que acrecentaban una herida interminable. Difícil de cicatrizar. Dispuesta a abrirse en cualquier momento. La ganó y entre lágrimas, reconoció: “Me reconcilié con mis dos hijas mayores, después de 20 años. Estoy muy feliz. Me siento un hombre completo. Hecho y derecho. Tengo una hermosa familia. Disfruto de mis tres hijas, incluida la menor”.
El escritor Carlos Alberto Cornaglia escribió su biografía: “Martillo Roldán, destino y honor”.
Juan Domingo Roldán o Martillo Roldán. El señor de los puños demoledores. Hoy es un buen recuerdo. Excedido de peso, lejos de aquella figura de gladiador, vive en San Francisco. Se dedica a la agricultura. Fue secretario de Deportes de la localidad de Frontera. Sigue vivo entre la nostalgia y el tiempo de las grandes peleas. Demostró coraje y valor. Caminó por la cumbre en su carrera. Es un ícono del boxeo argentino. En la tranquilidad de estos días, dijo: “El boxeo me dio mucho, también me quitó. Soy un agradecido a la vida y a Tito Lectoure, a quien siempre recuerdo con el respeto y el afecto de un padre”.