Si ser trava en Argentina en 2022 significa tener una expectativa de vida que no supera los 40 años, Marzia Echenique es una sobreviviente. Hoy tiene 58, trabaja como peluquera en barrio Martin, es actriz y columnista radial. También es una de las creadoras del Archivo Travesti Trans de Santa Fe que está en pleno proceso de construcción. Si Marzia llegó a esta edad no fue por otro motivo que el destierro que vivió desde 1987. Al menos así lo cree: «Exiliarme me salvó». Fue durante la última dictadura cívico militar que Marzia comenzó a sufrir una persecución que no terminaría con la recuperación democrática y que incluso la recrudecería.
«Con la vuelta de la democracia las vejaciones hacia nuestro colectivo siguieron y creo que fueron más fuertes, severas y crueles. Quizás fue un efecto propio de la post dictadura, porque todos se sentían con poder en ese momento», dijo a La Cazadora. «Fuimos tomadas de una manera tan cruel, hablo de cosas muy feas que pasamos. A veces lo cuento y parece que estoy contando una película, es decir, no creo haber podido resistir tanta violencia y crueldad hacia nosotras».
Por esos días de 1987, antes de partir a Europa y vivir allí durante 22 años, caminaba por las calles rosarinas con «el billete aéreo en la mano como si fuese un documento». «Lo llevaba por si volvían a detenerme, para decirles que no lo hagan porque ya me estaba yendo del país. Así nos decían los policías y jueces de ese entonces: váyanse de acá o van a vivir en cana».
Persecuciones
Hacia fines de la década del setenta, Marzia vivía en barrio Tiro Suizo, al sur de Rosario, iba a la escuela secundaria y tenía una idea de futuro bastante definida: estudiar un profesorado para trabajar con personas con discapacidad y dedicarse al teatro.
Sin embargo, en aquellos tiempos caía sobre la ciudad, y sobre el país, una persecución feroz que se desplegaba como un manto de oscuridad que cercaba a toda la sociedad, incluso a quienes no lo advertían. Entre 1976 y 1983 Argentina estuvo regida por el control de las Fuerzas Armadas.
La vida escolar se volvió cada vez más difícil por las llamadas de las autoridades a su casa para señalar «problemas psicológicos» y sugerir terapia de familia. A pesar de eso, Marzia no recuerda hechos de discriminación de parte de sus compañeros de curso, de hecho sigue en contacto con ellos hasta el día de hoy.
Pero fue por esa época que empezaron las detenciones arbitrarias. A ella, y a todas las mujeres trans que detenían, las llevaban a la Jefatura de Policía, donde hoy funciona la sede de gobierno provincial (entre las calles Dorrego, San Lorenzo, Santa Fe y Moreno), en el sector donde hoy está la Plaza Cívica.
¿El delito? Expresar una forma de estar en el mundo -de hablar y vestir- que no encajaba con las expectativas de vida para ningún adolescente. «Se cayeron las ilusiones, mi futuro, lo que iba a ser yo profesionalmente. De eso se habla mucho en la escuela secundaria, con las chicas decíamos vos vas a ser esto, yo voy a hacer esto. Estás como volando un poco. Pero después del tercer y cuarto año todo se fue derrumbando un poco por la persecución policial, porque yo seguía mis cambios aunque en la escuela trataba de retraerme en algunas cosas».
Marzia llegó a terminar de cursar la secundaria y un tiempo después se fue de su casa porque creía que así iba a dejar de causarles dolor a sus padres y hermanos en un tiempo de discusiones familiares diarias. El primer destino fue la calle, un «refugio» debajo de un tanque de agua frente al Destacamento 121, y luego pasó a vivir en pensiones. No cualquier pensión, solo aquellas que la aceptaban.
Paradójicamente, fueron también días de liberación: soltarse el cabello y dejarlo crecer, vestirse y maquillarse de la forma que quisiera y hablar como le salía de forma natural. «Empecé a expresarme como me gustaba pero el costo fue muy alto. El costo fue la calle. Y en cierto modo, fue el trabajo sexual después, el no tener una visión a futuro», planteó.
Las semanas, meses y años siguientes serían de rechazos, humillaciones, cárceles, vejaciones y «privación de todos los derechos existenciales».
«No teníamos derecho a nada. Ni siquiera teníamos acceso a la salud, no podíamos ir a un hospital porque allí siempre había patrulleros de la policía y por más que no estuvieras haciendo nada, ellos mismos te llevaban o llamaban a otro patrullero».
Además de la calle, hubo otro costo y lo nombra como exilio. En 1987 partió a París, en Francia, aunque a los tres meses volvió porque sentía que no se iba a poder adaptar. Sin embargo, apenas el avión pisó Ezeiza supo que era un error y fue directo a comprar el pasaje de vuelta para 20 días después. Fue una visita familiar puertas adentro por temor a quedar detenida otra vez antes de irse.
La segunda partida fue más contundente: Marzia no volvió hasta 2009. «Me recibió otra Argentina», puntualizó. Una Argentina a punto de aprobar una Ley de Matrimonio Igualitario (2010) y que dos años más tarde aprobaría una Ley de Identidad de Género (2012). Nuevamente en Rosario, esta vez con su pareja -hoy su marido-, puso su propio negocio donde atiende como peluquera, en barrio Martin. También es actriz, columnista de Radio Universidad y una activa militante en defensa de los derechos humanos, en particular de la población travesti trans.
Ese futuro que sintió que le arrancaron de un plumazo cuando empezaron las detenciones policiales finalmente pudo rearmarse y hoy lleva la vida que lleva. Contó que la primera vez que sintió una forma de reinicio de vida, una vuelta a pensar la idea de futuro, fue durante los noventa cuando ya vivía en Roma, Italia, el lugar donde pasó la mayor parte de su vida fuera de Argentina.
Marzia era entonces una de las tantas personas que residía en Europa de forma ilegal y el gobierno italiano ofreció una suerte de amnistía. El proceso no fue rápido pero cuando pudo acceder lo primero que pensó fue que quería estudiar: se anotó en un instituto para aprender peluquería, manicuría y pedicuría. «Estudié para ser algo y tener algo, era lo primero», resumió.
«Cuando descubrí que me respetaban como persona, no importó qué nombre había en el documento: me respetaban como ser humano. Ahí empecé a cambiar toda mi visión», planteó en relación a los cambios culturales y las leyes en distintas partes del mundo y cómo eso afecta la vida de las personas.
«En Europa hubo un cambio cultural primero y después uno legislativo, porque había un respeto por los derechos humanos, mientras que acá creo que las cosas tienen que ser diferentes, al revés. Pienso que todo tiene que pasar por un cambio legal, de leyes que acompañen porque un cambio cultural puede tardar 40 o 50 años, que es lo que tardó en que se reconozca mi identidad de género», reflexionó.
En este sentido habló de una urgencia: que se planifiquen y ejecuten políticas públicas que contemplen a las mujeres trans mayores de 40, 50 y 60 años: «Necesitamos estas políticas porque sino nos vamos a encontrar otra vez con mujeres trans o personas no binarias o chicos trans que tengan 60 años y no sepan cómo vivir. Hace poco, en el marco de intentar que se repare a mujeres trans que sufrieron persecuciones post dictadura, le escuché decir a una compañera: «y si hoy estamos vivas ¿cómo vivimos?». Qué sabias palabras. ¿Cómo vive hoy una mujer trans de 50 años que no se pudo construir como persona y está viva porque superó la edad promedio que tiene hoy la población trans? Superaron la edad, pero ¿cómo se vive ahora si el Estado no acompaña?». Si no se aplican políticas que contemplen acceso al trabajo, salud y vivienda para este sector de la población de entre 40 y 60 años, Marzia pregunta de forma incisiva: «¿Qué van a hacer en un futuro? ¿Otra reparación?».
No es reparar, es reconocer errores
En 2018 el Estado provincial otorgó una reparación histórica a las mujeres trans perseguidas durante la dictadura. Marzia fue una de las beneficiarias. Fue un reconocimiento de parte del Estado santafesino y fue la primera vez en el país que mujeres trans detenidas durante este periodo fueron consideradas presas políticas. Hoy la comunidad trans busca que se amplíe el espectro alcanzado por esta ley provincial, justamente porque después de 1983 las persecuciones, amenazas, golpizas y detenciones arbitrarias continuaron.
En Rosario la población travesti trans se empezó a organizar como colectivo en defensa de sus derechos a mediados de los noventa con la organización Arco Iris. Por entonces operaba la División de Moralidad Pública, un sector de la policía que, entre otras cosas, se encargaba de perseguirlas. Sobre ellas aplicaban tres artículos del Código de Faltas: travestismo, prostitución escandalosa y vagancia. Los artículos recién fueron derogados en 2010.
Para Marzia el reconocimiento estatal en 2018 fue un hecho fundamental en su vida, que le provocó alegría y emoción porque entiende que significa que el Estado asume que cometió un error y pide disculpas por ello. Sin embargo, hizo una aclaración: no acuerda con la palabra reparación.
«¿Qué van a reparar? No, no van a reparar nada. ¿Me van a volver a mi edad de 18 años para entrar a una facultad y querer, el día de mañana, ser una profesora para chicos con capacidades diferentes? No, no van a devolver eso, entonces no reparan nada. Simbólicamente es importante y más importante es que se reconozcan esos errores porque en base a esto se va a construir una sociedad mucho mejor, más equitativa, donde se respeten todos los derechos esenciales», sostuvo.
A pesar de tantos años de exclusión, se le ilumina el rostro cuando dice: «Mi sueño siempre fue entrar a una facultad y cuando entré por primera vez a dar una charla sobre todo esto pienso que en cierto modo quizás no entré por el lugar y el momento que hubiese querido entrar pero estoy dentro de la facultad y eso lo agradezco mucho. Lo mismo con la columna que hago en la radio de la universidad».
Marzia resume su trabajo en la radio, por el que ganó un premio Juana Manso, como un espacio donde cuenta distintas facetas de la diversidad, en particular del «mundo trans», tal como lo nombra. ¿Qué puede tomar el resto de la sociedad de este mundo? Marzia responde sin titubeos: «La resistencia. Sobre todo, la resistencia. Sí, indudablemente esa es la palabra, porque en cierto modo nos quisieron exterminar. Lo que pasó fue un intento de exterminio».
Finalmente, Marzia repasó de qué se trata el Archivo Travesti Trans que está construyendo junto a Karla Ojeda y Carolina Boetti desde octubre de 2020. Trabajan con profesionales de la fotografía, audiovisual, antropología y vienen acumulando entrevistas para asentar la historia de la comunidad. Construir un archivo que dé cuenta de lo que atravesó esta parte de la población durante regímenes tanto dictatoriales como democráticos.
Una y otra vez, a lo largo de la entrevista, Marzia usó la palabra memoria. A pesar de que hasta muy entrada la democracia la comunidad trans no fue reconocida en sus derechos, hoy siente que las consignas Memoria, Verdad y Justicia que se actualizan todos los 24 de marzo las incluye y consideró: «Si no hay memoria cualquier sociedad se vuelve vulnerable». Por eso están trabajando para organizar este archivo y poder compartirlo con toda la población santafesina.
A veces, contó, se pregunta por qué tuvo que pasar por todo lo que pasó y se responde: «Quizás pasó porque tengo que contarlo, explicar lo que yo pasé para que no se vuelva a repetir, que quede la historia para las nuevas generaciones».
«Yo podía alejarme después de recibir la reparación histórica pero me parecía que no podía quedar todo así. Tenía que contar lo que pasaron mis amigas, las que no llegaron, las que por una razón u otra fallecieron suicidándose, inmersas en las drogas, en el alcohol, en el desamparo de la sociedad, en la ignorancia del Estado. Contar que yo me pude construir en otro lugar y de otra manera». Otra vida es posible, Marzia pudo conocerla.