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Más allá del bronce: el rol político y militar del Libertador José de San Martín

Beatriz Bragoni y Alejandro Rabinovich plantean la necesidad de repensar si figura lejos de los mitos que se construyeron en torno a su imagen, aunque sin menoscabar sur rol fundamental en la Independencia

Por Miguel Faigón *

La obligada renuncia de Baltasar Hidalgo de Cisneros al cargo de Virrey del Río de la Plata y la conformación de la Primera Junta, el 25 de mayo de 1810, marcarían el puntapié inicial de la gesta independentista de la que sería, con el devenir de acontecimientos que nadie podía prever en aquel momento, la nación argentina. Las hostilidades que se desataron ese mismo día entre patriotas y realistas culminarían catorce años después con el triunfo de los primeros, para prolongarse durante varias décadas en una serie de conflictos fratricidas que giraron, sobre todo, en torno a cómo debía organizarse la nueva república.

La llamada Guerra de la Independencia Argentina, amén de implicar la movilización de grandes colectivos humanos y poner en juego diferentes intereses sociales, políticos y económicos, contó, sin dudas, con personalidades que ocuparon un lugar central; entre las que suelen destacarse las figuras de Manuel Belgrano y José de San Martín. Sobre estos dos líderes del proceso revolucionario se han construido una serie de relatos míticos y edificantes, que no solamente desdibujan muchas veces su papel como sujetos políticos que actuaron en un momento histórico determinado y bajos circunstancias específicas, sino que también les adjudican posiciones ideológicas que les fueron ajenas o a las que incluso, en el fragor de conflictos que aún no estaban resueltos, se opusieron.

En este sentido, historiadoras e historiadores del siglo XIX argentino se plantean la necesidad desmontar estos relatos míticos a la luz de la nueva agenda historiográfica de las revoluciones de la independencia, no para desconocer el destacado rol que tuvieron estos personajes en el proceso de emancipación de las colonias en Sudamérica del Imperio español, sino para poder recuperar su rostro humano y político, oculto debajo de las capas de bronce.

“La nueva agenda historiográfica de las revoluciones de la independencia pone el acento en dos cosas: en primer lugar, en que no estaba claro, cuando estos procesos empezaron en 1810, que se marchara necesariamente hacia la conformación de repúblicas; y, en segundo término, que las fronteras de los Estados nacionales que iban a emerger luego de terminadas las guerras tampoco se encontraban definidas de antemano. Es bajo este telón de fondo que también debe repensarse el rol de un actor protagónico como San Martín, y permitirnos, de esta forma, desacoplar su trayectoria pública de la fabricación del mito”, afirma la historiadora Beatriz Bragoni, investigadora principal del CONICET y directora del Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA, CONICET), que el año pasado publicó una biografía sobre quien es considerado el padre de la patria.

“Estudiar a los grandes protagonistas de la Independencia como actores políticos corrientes, tomando distancia de los mitos fundacionales, no implica restarles mérito alguno, sino que, por el contrario, al humanizarlos y reinsertarlos dentro de la trama de intereses políticos, discursos e ideas de su tiempo se contribuye a mantener viva su memoria frente a la demanda de la sociedad actual que, aunque sigue atenta a las efemérides y a los grandes personajes, ya no muestra interés por las figuritas de bronce”, asegura Alejandro Rabinovich, investigador adjunto del CONICET en el Instituto de Estudios Históricos y Sociales de La Pampa (IEHSOLP, CONICET-UNLPam), quien en 2016 ganó el premio “200 Años de la Independencia Argentina”, organizado por el Honorable Congreso de la Nación, por su ensayo “Una Independencia, Dos Caminos”.

San Martín en sus años intensos

A comienzos de 1812, San Martín llega a Buenos Aires a punto de cumplir 34 años, luego de haber pasado la mayor parte de su vida en España y tras su participación en las guerras napoleónicas, con el propósito de sumarse al proceso independentista de la Provincias Unidas del Río de la Plata -entonces en crisis por las sucesivas derrotas en los campos de batalla-, al que se proponía aportar su importante experticia militar. Después de su célebre reunión en Guayaquil con Simón Bolívar en 1822, marcharía hacia Europa -donde permanecería hasta su muerte en 1850- en lo que el mismo entendió como un paso hacia el ostracismo voluntario. Los diez años que separan 1812 de 1822 van a ser para San Martín los de una vida intensa desde el punto de vista político y militar, que lo van colocar en el centro de la escena de las revoluciones sudamericanas.

“San Martín llega con la idea de colaborar con la independencia hispanoamericana, convencido de que la monarquía española había funcionado muy mal, y de que estos territorios no tenían futuro bajo su tutela. Esto proviene de una serie de presupuestos y convencimientos políticos que tienen que ver con el clima de la ilustración y con su adhesión a la noción de gobierno limitado. Pero también, por su experiencia personal en las guerras napoleónicas, es temeroso del desborde popular que pueden ocasionar los procesos revolucionarios, por lo que plantea la necesidad de conducirlos. Para él, la revolución había que gobernarla y la clave de esa gobernabilidad era la concentración y centralización del poder”, explica Bragoni.

De acuerdo con la historiadora, es la convicción en la necesidad de centralizar y concentrar el poder para garantizar el éxito de la revolución lo que lo va a llevar a bregar, incluso en una carta que dirige a Gervasio Artigas en 1815, por el sistema de unidad, cuando se hicieron patentes las diferencias entre el gobierno central con sede en Buenos Aires y las provincias del Litoral; así, San Martín también juró la trunca constitución de 1819. “Para él la fragmentación del poder era un problema frente a la necesidad de concentrarlo en beneficio de la revolución y la independencia”, agrega la investigadora.

“Tras su llegada a Buenos Aires, San Martín suma a sus importantes credenciales militares la construcción de un capital político y social que le brinda su ingreso a la Logia Lautaro, las amistades que adquiere y un matrimonio estratégico con una de las hijas de una de las familias más influyentes de Buenos Aires. Todo eso lo ayuda a hacer pie en un territorio que políticamente desconocía y lo convierte en un candidato idóneo para dirigir ejércitos frente a la vacancia de perfiles semejantes”, señala Bragoni.

“Hay que tener en cuenta que San Martín llega como organizador militar, entre otras cosas porque los ejércitos de la Independencia estaban haciendo la guerra de manera anticuada”, explica Rabinovich

San Martín, que había tenido contacto con las novedosas tácticas francesas por su participación en las guerras napoleónicas, lo primero que hace es organizar el Regimiento de Granaderos a Caballo: el primer cuerpo militar moderno de la revolución de la Independencia en Argentina, que tendrá su debut bélico en el icónico Combate de San Lorenzo.

“La innovación táctica tiene que ver con que hasta ese momento la caballería combatía con armas de fuego, como si fueran infantes, y disparaban con trabucos y pistolas desde el caballo con una ineficacia total. San Martín les enseña la táctica francesa de cargar a lanza y sable y les va muy bien. Esto llevará a que se actualicen los manuales y los reglamentos de infantería, artillería y caballería que el gobierno revolucionario publicaba, de modo que todos los comandantes tendrán que adecuarse a esta táctica”, relata el historiador.

El Plan Continental

Tras la derrotas sufridas por el Ejército Auxiliar del Perú al mando de Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma, San Martín es enviado al norte para hacerse cargo de la conducción de dicho cuerpo militar. En los tres meses que durará en ese cargo, amén de reorganizar aquel ejército bajo criterios modernos, San Martín vislumbrará la necesidad de un cambio estratégico.

“Desde el momento en que se conforma la Primera Junta, la estrategia militar del nuevo gobierno fue asegurar el Alto Perú (lo que actualmente es Bolivia), sobre todo por su recursos económicos. Hay que tener en cuenta que toda la economía rioplatense dependía de la plata de Potosí y que, desde que toman conocimiento del movimiento revolucionario de mayo, las autoridades del Alto Perú le piden protección al Virrey del Perú, José Fernando de Abascal, quien decide anexar este territorio. Esto llevó a que los revolucionarios tomaran conciencia de que su lucha principal era contra las autoridades del Virreinato del Perú, cuya capital estaba en Lima. Entonces aparece la pregunta de cómo vencerlos”, explica Rabinovich.

De acuerdo con el historiador, la idea de los sucesivos generales que van a hacerse cargo del Ejercito Auxiliar del Perú (Juan José Castelli, Antonio González Balcarce y Belgrano) era recuperar el Alto Perú y llegar hasta la frontera que estaba ubicada en el Río Desaguadero, y desde allí avanzar por tierra haciendo una revolución en el sur del Perú, apostando a que fueran los pueblos indígenas los que se levantaran en armas. Con este propósito, por ejemplo, Castelli mandará a imprimir proclamas en quechua y aimara. Bajo este objetivo y sin que se plantearan alternativas se desarrolló la guerra en los primeros años hasta la derrota en la batalla de Sipe-Sipe a fines de 1815.

“En los pocos meses que pasa a cargo del Ejército Auxiliar del Perú, San Martín percibe que la ruta del norte tiene problemas y aprovechando sus vínculos políticos le solicita en 1814 a Gervasio Posadas, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que lo designe gobernador de la flamante intendencia de Cuyo, desde donde planeaba llevar adelante una nueva estrategia”, relata Bragoni.

Esta nueva estrategia era lo que comúnmente se conoce como el Plan Continental, que consistía en cruzar los Andes desde Mendoza con un ejército, liberar Chile, que a fines de 1814 había sido reconquistado por las fuerzas realistas, y desde allí llegar a Lima por la vía marítima.

“Más allá de cuestiones estratégicas, San Martín y el grupo político del que forma parte, que se articula en la Logia Lautaro, están muy comprometidos con la revolución a escala americana. Cada vez que entran en disputa facciones revolucionarias que se centran más en intereses locales, ellos lo que van a decir sistemáticamente es que primero hay que liberar la totalidad del territorio sudamericano, y que recién después se van a definir otras cuestiones. Ese grupo del cual participan también hombres como Balcarce, Juan Martín de Pueyrredón y Bernardo O’Higgins (militar y político chileno) va tener mucho peso sobre el Congreso que se reúne en Tucumán a comienzos de 1816, así como sobre los sucesivos gobiernos directoriales”, señala Rabinovich.

Este compromiso con la revolución a escala americana se va a poner de manifiesto en el hecho de que cuando se declare la Independencia, se lo haga en nombre de la Provincias Unidas en Sudamérica y no de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que era como se designaba a la jurisdicción a cargo del Director Supremo.

 

Apurar la declaración de la independencia para reglamentar la guerra

Para poder llevar adelante su plan, San Martín consideraba perentorio que el Congreso de Tucumán declarara la independencia, algo que como se sabe tendría lugar el 9 de julio de 1816. El apuro estaba relacionado con la necesidad de que el Ejército de los Andes ingresara a Chile sujeto al derecho internacional que reglamentaba las guerras.

“Hay que considerar que hasta ese momento, los ejércitos rioplatenses habían combatido al interior de lo que había sido el virreinato del Río de la Plata. Ahora iban a entrar en la Capitanía General de Chile –una jurisdicción extranjera- en pie de guerra contra un gobierno en manos de los realistas. Por eso es tan importante declarar la independencia antes de iniciar la campaña, porque si no, el Ejército de los Andes cuando cruzara los Andes, al no representar a una jurisdicción formalmente independiente, se iba a convertir en un grupo de piratas o corsarios que quedaba por fuera de las leyes de la guerra. Para San Martín era necesario poder llevar adelante una guerra reglamentada”, indica el historiador.

En la misma línea, “es importante destacar que la guerra también se legitima en la consideración de que ha habido agravios -el avasallamiento de derechos que es necesario subsanar-, que no se trataba de una disidencia o un acto de rebeldía frente a la autoridad, sino de una guerra justa”, indica Bragoni.

De acuerdo con la historiadora, el apuro de San Martín para que se declarara la independencia lo llevó a moverse políticamente para generar en 1815 la renuncia al cargo de Director Supremo de su viejo amigo Carlos Alvear, quien se mostraba menos resuelto. Alvear había llegado a Buenos Aires en el mismo barco que San Martín y juntos habían creado la Logia Lautaro en 1812.

 

La liberación de Chile y Perú: las contradicciones de la práctica

La historia que sigue es muy conocida: el Ejército de los Andes al mando de San Martin cruzó la cordillera, resultó triunfante en las batallas de Chacabuco en 1817 y Maipú en 1818, y en julio de 1821 el Ejército Libertador del Perú ingresó a Lima y San Martín declaró la independencia del Perú.

No obstante, tanto Bragoni como Rabinovich coinciden en señalar algunos matices respecto del modo en que estas acciones libertadoras fueron percibidas por algunos de sus contemporáneos y que explican en parte la pérdida de capital político por parte de San Marín, y su retiro no tan triunfal de la escena política sudamericana después de 1822.

Aunque cuando San Martín cruza los Andes lo hace con la orden explícita de renunciar al derecho de conquista y no apropiarse de Chile ni imponerle ninguna obligación, en la práctica la situación resultó más complicada.

“Al entrar en Chile San Martín cumple con lo ordenado y se niega a asumir el gobierno, pero deja a un aliado como O’Higgins, quien concentra el poder. Si bien Chile va declarar rápidamente su independencia no solo de España sino de toda injerencia extranjera, existen diferencias entre la doctrina de los ejércitos libertadores, su práctica y cómo son percibidos por esos pueblos liberados. Hay muchas contradicciones en todo este proceso. Los chilenos se van a tener que hacer cargo del costo de la expedición y de la tutela político-militar y esto va a genera muchas tensiones. En Perú donde San Martín directamente asume la suma del poder público bajo el cargo de Protector, la desconfianza frente a los libertadores va a ser mucho mayor todavía”, afirma Rabinovich.

“Hay una frase de José Miguel Carrera, líder independentista chileno y rival de O’Higgins, en la que insta al pueblo chileno a rebelarse contra San Martín y O’Higgins, bajo el argumento de que quienes habían venido a liberarlos de la tiranía se habían convertido en tiranos”, comenta Bragoni

 

El retiro de la escena pública

Aunque finalmente, tanto Argentina como Chile y Perú iban a ser países independientes; de acuerdo con los historiadores, el retiro de San Martín de Perú en 1822, así como el de O’Higgins de Chile en 1823, respondió a una derrota política circunstancial. El partido que ambos habían conformado, y que tanto peso había sabido tener en las revoluciones de la independencia sudamericanas, se había ido desgastando. En el Río de la Plata el gobierno central había caído en la batalla de Cepeda y junto con él, la posibilidad de concentrar y centralizar el poder por la que habían bregado.

“La salida de San Martín del teatro de la guerra sudamericana está vinculada a la conclusión de que su tiempo político en América ha terminado, su grupo de apoyo se había desgranado y su capital político esmerilado. Tras su entrevista con Bolívar en Guayaquil se va a Chile y desde Mendoza diseña su salida del Río de la Plata hacia Europa”, concluye Bragoni.

*Miguel Faigón (Director de Relaciones Institucionales del Conicet)

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