Más de 1.400 personas murieron en el sismo y el tsunami ocurridos en la isla indonesia de Célebes, donde las necesidades en las zonas siniestradas son «inmensas» y se reducen las esperanzas de encontrar supervivientes.
«El balance total es de 1.407 muertos», indicó Sutopo Purwo Nugroho, el portavoz de la agencia de gestión de catástrofes naturales en una rueda de prensa. Un balance anterior hablaba de 1.374 muertos y 113 heridos.
Las autoridades se dieron hasta el viernes -una semana después de la catástrofe- para encontrar posibles supervivientes. Pasada esta fecha, las posibilidades serán prácticamente nulas.
Los equipos de rescate se concentran en algunas zonas alrededor de Palu, una ciudad de la costa golpeada de lleno por el tsunami, y especialmente en el hotel Roa Roa, donde aún habría unas sesenta personas sepultadas bajo los escombros.
También trabajan en un centro comercial, un restaurante o en el barrio de Balaroa, donde la fuerza de la sacudida dejó el suelo hecho trizas.
Cerca de 200.000 personas necesitan ayuda humanitaria urgentemente, según la oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), incluyendo decenas de miles de niños. Se calcula que 66.000 viviendas fueron derruidas el viernes por el temblor de magnitud 7,5 y el tsunami que engendró.
A pesar de que el gobierno indonesio afirmó a los equipos extranjeros que intervienen en las zonas afectadas que la situación estaba controlada, los habitantes de localidades alejadas como Wani, en la provincia de Donggala, dicen que no han visto ninguna ayuda.
«Doce personas están desaparecidas en esta zona», afirmó a la AFP un habitante, Mohamad Thahir Talib, de 39 años. «Puede que también haya cuerpos más al sur».
Frustración
En Ginebra, Naciones Unidas mostró su frustración en cuanto a la lentitud de respuesta de la ayuda.
«Los equipos que trabajan en el lugar tienen un sentimiento de frustración», explicó el martes por la noche en Ginebra Jens Laerke, de la OCHA. «Todavía no se ha llegado a partes importantes de lo que podría ser la zona más afectada, pero los equipos se esfuerzan y hacen cuanto pueden».
Los supervivientes luchan contra el hambre y la sed por la falta de agua potable y de alimentos, mientras que las autoridades están desbordadas por el gran número de heridos.El aeropuerto de Palu reservó las pistas de aterrizaje al ejército indonesio, pero se espera que reabra el jueves a los vuelos comerciales. Las instalaciones portuarias de esta ciudad, punto de acceso clave en esta región, también quedaron muy dañadas.
En Palu, la policía efectuó disparos de advertencia y lanzó gases lacrimógenos para dispersar a la gente que saqueaba comercios.
En la carretera que va de la ciudad hacia el norte, un periodista de la AFP vio a jóvenes levantar barricadas y exigir «donaciones».
El presidente indonesio Joko Widodo -en plena campaña por su reelección el próximo año- afirmó que la policía y el ejército aseguraban el control de la zona y que no había «saqueos», durante su segunda visita a Palu desde la catástrofe.
A causa del clima ecuatorial caliente y húmedo de Indonesia, los cuerpos se descomponen rápidamente, lo que puede ser causa de enfermedades.
Erupción volcánica
La electricidad se restableció el martes por la noche en algunos barrios de Palu. Pero en otros, los habitantes recurrían a las extensiones eléctricas en algunos edificios que disponían aún de corriente.
Y el problema de las instalaciones sanitarias es además cada día más grave.
«Por todas partes, la gente quiere ir al retrete, pero no hay. Así que hay que hacer sus necesidades durante la noche, junto a la carretera», explica Armawati Yarmin, de 50 años.
Indonesia, un archipiélago de 17.000 islas e islotes que se encuentra en el Cinturón de Fuego del Pacífico, es uno de los países del mundo más propensos a sufrir desastres naturales.
Un riesgo que se puso de manifiesto el miércoles con la erupción del volcán Soputan, situado en el extremo noreste de las Célebes, a unos 1.000 km de Palu, y que expulsaba cenizas a más de 4.000 metros de altura.
Las autoridades pidieron a los civiles permanecer a más de cuatro kilómetros del volcán, y no decidieron por ahora ninguna evacuación.