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Más que dos años de silencio

Por Roberto Peccia.- Desde el 11 de marzo de 2011, cuando un sismo y un contiguo tsunami indujeron a un accidente atómico en Japón, más precisamente en el complejo Fukushima Daichi, poco se habló sobre el peligro de la producción de energía nuclear.

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El viernes 11 de marzo de 2011 a las 16.46 (hora de Japón), el archipiélago japonés fue sacudido por un violento terremoto y posterior tsunami que indujo un accidente atómico en el complejo Fukushima Daichi, en las cercanías de Tokio.

La catástrofe en la central nuclear se produjo, además de por el cataclismo natural, por causa de graves errores. “Todos fallaron en Fukushima (…); está claro que este accidente fue un desastre hecho por el hombre…”, explicitaba el informe oficial provisorio de 500 fojas de diciembre de 2011. Con la presidencia del profesor emérito Yotaro Hatamura, el informe rezaba: “La forma en que la empresa enfrentó el accidente nuclear estuvo plagada de irregularidades e incluyó situaciones extremadamente inapropiadas (…) Las autoridades fallaron por no dar respuesta al desastre pensando en las víctimas”.

El dossier no hace sino confirmar lo que se ha negado de manera sistemática: la seguridad de la producción de energía nuclear es frágil e impredecible. Fueron 25 mil muertos y desaparecidos, 140 mil evacuados, 125 mil personas en refugios provisorios, 45 millones de metros cúbicos de desechos radioactivos y unos cuantos etcétera. Se estima una duración de entre 30 y 40 años resolver éstas y otras tareas relacionadas.

El archipiélago profundo

Junto con Three Mile Island, ocurrido en 1979 en Estados Unidos, y Chernobyl, de 1986 en Ucrania –considerado el mayor desastre atómico civil–, la planta nuclear japonesa integra la triada que el 11 de marzo de 2011 por razones aún desconocidas no produjo una catástrofe en cadena similar o superior a la usina rusa. La noticia, de acotada conmoción global inicial, ha tenido un alto voltaje desinformativo y descontextualizado. Japón se encuentra en el Anillo de Fuego del Pacífico (falla terrestre de extrema y recurrente sismicidad), y pertenece al selecto grupo de países denominados centrales y tecnológicamente de los más adelantados del mundo (hasta los 90 calificado como el milagro japonés), con presumibles planes de contingencia y alertas tempranas de nivel. Incluso, se había evaluado desde las más altas esferas gubernamentales una posible evacuación de la ciudad capital ante la tragedia. Este país carece de combustibles fósiles, que debe importar a un alto costo, y su producción nucleoeléctrica participa con más de un tercio en el total de su matriz. En reducido territorio, con 54 plantas en actividad y un alto nivel de urbanización, el complejo Fukushima Daichi se encuentra a 150 kilómetros del Gran Tokio, la mayor área metropolitana del mundo habitada por 36 millones de seres humanos. La tragedia del 11 de marzo posee externalidades preocupantes y no bien mensuradas.

Un relevamiento cartográfico de radiación incluyó a 18 de las 47 prefecturas japonesas, y el mayor vertido tóxico al mar de su historia, que hacen en total unas 11,5 millones de toneladas de agua contaminada. Se estima que el sismo en Japón desplazó la isla en 2,40 metros y que sus materiales radioactivos penetraron 30 centímetros desde el nivel del suelo en cercanías de la planta; por lo tanto, será necesario retirar por décadas, aunque no se sabe a ciencia cierta su destino final. Por dar un ejemplo, en Chernobyl deben esperarse 25 a 30 años más para su limpieza. Estas instalaciones nucleares son proyectadas para una vida útil de 30 años (más 10 de extensión), sin embargo, podrán funcionar hasta 60 años.

En tanto, en Fukushima no se ha podido acceder, transcurridos dos años, al relevamiento de dos reactores afectados por carencia de instrumental idóneo. El edificio se encuentra en delicada situación porque volaron sus tres pisos superiores, y quedó a la intemperie la piscina de almacenamiento, que contiene más de 1.500 barras de combustible con una vida radioactiva estimada en miles de años. Esto lo hace un material de muy compleja e inédita manipulación y transportación. La propietaria y operadora Tokio Electric Power Company (Tepco), luego de solicitar al gobierno nipón el auxilio de 6.771 millones de euros, demostró su incapacidad para afrontar el desafío y debió ser finalmente nacionalizada.

Un equipo de expertos encargado de determinar la cuantía de las indemnizaciones había calculado que la empresa debía abonar unos 46.126 millones de euros sólo por este concepto. Su desmantelamiento consistirá en una difícil tarea para remover el combustible nuclear fundido de los reactores. Paradójicamente Tepco había declarado que “no es responsable de la radiactividad porque no es de su propiedad”.

Mientras tanto, en otras partes, se debate sobre el tema de la energía nuclear. Alemania, la potencia manufacturera de la Eurozona, desconectará sus plantas atómicas en 2022. La Organización Mundial de la Salud advirtió en febrero de 2013 sobre el aumento de diversos tipos de cánceres en infantes y mujeres expuestas. En Chernobyl, se estima, falló el primer sarcófago de cemento que lo cubría y transcurrido más de un cuarto de siglo prosigue irradiando, incluso con desconocidas consecuencias sanitarias y ambientales. Los niños nacen aún con secuelas por aquella lejana explosión de 1986.

Ciudades del mundo

Un informe de los 443 reactores existentes en el mundo (la mitad de ellos en Estados Unidos, Europa y Japón), arrojó cifras alarmantes. “De las 211 plantas nucleares relevadas a nivel mundial, más de dos tercios están habitadas con más de 172.000 citadinos viviendo dentro de un radio de 30 kilómetros. Además 21 plantas nucleares tienen más de 1 millón de habitantes en sus cercanías y 6 tienen más de 3 millones dentro de la distancia mencionada. Los tres primeros puestos de la lista están ocupados por la planta Kanupp en Karachi, Pakistán, con 8,2 millones de personas; seguida por la planta Kuosheng con 5,5 millones y la planta Chin Shan con 4,7 millones de seres humanos, ambas en Taiwán e incluyendo a la capital Taipei”. Todas estas plantas se encuentran dentro de un radio de 30 kilómetros. ¿Y qué pasa si se extiende el radio a 75 kilómetros? China tiene dos plantas, cada una con cerca de 28 millones de personas viviendo dentro de ese radio que incluye a Hong Kong, seguida en el ranking por la planta Indian Point en Nueva York con 17,3 millones y la planta Narora en la India con 16 millones de habitantes.

Otros números inquietantes indican que existen 152 plantas nucleares con más de 1 millón de personas establecidas a menos de 75 kilómetros y 147 plantas tienen más de 1 millón viviendo a menos de 150 kilómetros de distancia. Este informe fue publicado por la Secretaría de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de Rosario y tomado de relevamiento realizado por la Universidad de Columbia y la revista Nature de Estados Unidos. Sin embargo, en los medios de comunicación masivos la invisibilidad del informe resultó explícita.

El continente americano muestra grandes contradicciones, porque es un fuerte exportador de petróleo pero tiene 30 millones de habitantes sin acceso al servicio de electricidad, y cuenta con un aporte nuclear sobre el total de la matriz de sólo el 2,79 por ciento. Es pertinente recordar a los tres países nucleares: Brasil, con sus centrales Angra I y II, a 100 kilómetros de Río de Janeiro, ciudad de 12,1 millones de personas; Argentina con Atucha, en la ciudad de Lima, a 106 kilómetros del aglomerado Gran Buenos Aires, que concentra unos 10 millones habitantes, y Embalse Río Tercero, ubicado a 120 kilómetros del Gran Córdoba, que reúne a 1,3 millones de personas; México con Laguna Verde I y II, a 290 kilómetros del Distrito Federal, de 20,4 millones de habitantes y tercera megaciudad del planeta.

Mientras todos estos conglomerados se proyectan en crecimiento y expansión en el mediano plazo, duplicando su población en 20 años, los tres países sostienen planes de ampliación, sobre todo Brasil y Argentina, que tienen plantas nucleares en construcción avanzada.

Elegir como alternativa científico-técnica a aquello que puede matar por cercanía no es precisamente virtuoso, menos aún si se olvida el indivisible entorno físico con sus seres humanos involucrados y donde sus residuos radioactivos (aún en plantas inactivas) permanecerán letales por miles de años. Al interpelar a este subsistema de producción, que no es para nada tranquilizador y de muy dudosa seguridad, es posible que también acerque a la gente a “no consumir más sino mejor”. Ha transcurrido un tiempo demasiado valioso. El silencio, su opacidad y la ausencia de un debate veraz y colectivo tras los dos años desde aquel 11 de marzo colabora muy poco para poder evitar catástrofes como la ocurrida en Fukushima Daichi.

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