Un repaso por los once años que separan el estreno de Re-Viva la revista, en 2002, de Noche brillante (en el medio, pasaron music halls y revistas tales como Noche fantástica, A reír con la revista, Comiquísima y Revistísima, entre otras) sirve para entender, al menos en parte, la pasión que el productor y director teatral rosarino Manuel Cansino siente por una estética a la que ha aportado ingenio, creatividad y un formato que hoy tiene sello propio.
Con el estreno el sábado de Noche brillante, con la incorporación de la modelo y bailarina Rocío Guirao Díaz como gran atracción, junto al periodista deportivo Miguel Tessandori devenido en monologuista (quien sale más que airoso de su performance), a lo que se suma la descollante presencia de Gachy Roldán, a todas luces la imprescindible capocómica que necesita este show, Cansino se consolida como el gran (quizás el único) referente del género en una ciudad que siempre abrevó en Buenos Aires a la hora de pensar y discernir en la materia.
Si de algo puede jactarse Cansino es de su falta de prejuicios a la hora de barajar y dar de nuevo. Se sabe que el género tiene sus dogmas y lugares preestablecidos: la suma de cuadros musicales, el capocómico y su filoso monólogo político, el sketch entre el cómico y la primera vedette o la obertura y bajada final con todo el elenco y gran despliegue de vestuario. Algo de eso hay, pero todo está versionado.
Por un lado, Rocío Guirao Díaz, mujer de una enorme belleza, le aporta al show un puñado de cuadros musicales que dosifican seducción y destreza física y que, con el correr de las funciones, irán encontrando, seguramente, las certezas coreográficas y la organicidad necesarias en un espacio escénico relativamente pequeño como el de la Mateo Booz, pero que, en todos los casos, ha sido correctamente utilizado. Guirao Díaz, que abre el ruedo con un sensual adagio a modo de presentación para luego cargarse, entre otros, cuadros de charleston, hip hop y mambo, conjuga cierto enigma que solían tener las vedettes de antaño, conformándose con lo que sabe hacer que es bailar, y dejando la actuación y demás menesteres de la revista para el resto del equipo.
Pero hay más incorporaciones en la nueva revista de Cansino, que exceptuando a Roldán (convertida en fetiche de sus espectáculos desde 2005 hasta la fecha), no suele repetir demasiado a sus artistas. Por un lado, la cantante Gabriela Flores, una voz importante y una presencia escénica que, poco a poco, deberá entablar con el público el filling que requieren este tipo de performances, y por otro, el humorista Saúl, la vedette Florencia Amigo y el bailarín Nelson Muñoz, quienes completan el staff junto con el cuerpo de baile, dentro del cual se destaca el trabajo de Matías Vigna, sobre todo como partenaire de Guirao Díaz.
Del lado de Saúl, que tiene a su cargo la compleja (y muchas veces ingrata) tarea de romper el hielo con el público con un primer monólogo de humor, se destaca el cuadro final, donde apela a sus dotes de ventrílocuo en uno de los pasajes más desopilantes de todo el show.
Por otro lado, el periodista Miguel Tessandori (para muchos impensado verlo sobre un escenarios más allá de su vínculo familiar con el teatro) concibe una performance que va de la corrección al desparpajo y donde, por primera vez en la lides de Cansino, se habla de fútbol y política, del frustrado clásico local y de la eterna puja entre Newell’s y Central (o “pechos fríos” versus “sin aliento”), del mismo modo que de Maradona y Messi. Pero además, Tessandori se permite divertirse junto a Roldán y Florencia Amigo en uno de los sketchs del show (hay dos), potenciando la conocida vis cómica de la actriz y despuntando un costado poco conocido de su personalidad, que a esta altura de su carrera, el imaginario colectivo asocia cien por ciento con sus 35 años en la pantalla chica rosarina.
Como viene pasando con los espectáculos de Cansino, es Gachy Roldán quien se lleva todos los aplausos al final del show. En estos años de recorrido y de certezas en el campo de un género popular del que mucho se habla pero del que poco se sabe, y que lamentablemente suele estar asociado a los escarceos mediáticos que siempre (o casi siempre) distan mucho de las demostraciones de talento, la actriz le pone el cuerpo a los sketchs (ahora con la correcta colaboración autoral de Juan Pablo Giordano), y recupera a Azucena (de su unipersonal 100 por ciento Gachy), una singular profesora de yoga y expresión corporal, del mismo modo que a la pitonisa y adivinadora Rebecca con la que se luce en el último cuadro de humor.
Por si no alcanzara, Roldán tiene también a su cargo un divertidísimo monólogo en el que, sin golpes bajos ni procacidades, habla del “tamaño”, de todos los “tamaños” que condicionan la vida cotidiana, y de la importancia del “tamaño” en general y en particular, con el que genera gran complicidad y empatía con el público femenino.
Por lo demás, y en cuanto a los rubros técnicos (vestuario, escenografía, luces, y las ajustadas coreografías de Paola Alaniz), el espectáculo muestra un nuevo paso adelante en las producciones de Manuel Cansino, quien claramente siente la presión del público local que ha gestado en estos años, atento y exigente, que siempre que mira pide más.