Por cierto que cuesta aceptar para el molde cultural que cree en el diablo como “ente”, que en realidad no sea sólo tal cosa, sino una energía perversa que cobra forma en corporaciones que se han hecho del poder y han sojuzgado al hombre inocente, puro, bueno e indefenso.
Y es justo y hasta necesario que el hombre religioso, creyente, formule la pregunta: ¿si Dios existe y es un polo positivo, por qué no habría de existir su contraparte, el polo negativo? ¿Si hay un bien que es notorio en el universo, que es inteligente, por qué no habría de haber un mal? ¿Si el bien se encarnó y se hizo Cristo, por qué no habría de encarnarse el mal un día en el anunciado Anticristo? ¿Si Dios es vida y es amor, por qué no habrá de ser el llamado diablo odio, violencia, perdición y muerte? Todas preguntas válidas que dejan al filósofo, creyente o ateo, meditando.
Y luego de tal examen se concluye que, en efecto, así como hay una energía o espíritu benigno que construyó y construye, crea y vivifica, así hay también el opuesto. Y es de suyo que tales energías habrán de ser inteligentes, muy inteligentes, puesto que han logrado su propósito a través del tiempo de la humanidad y del universo. Si se advierte el desarrollo de un vegetal, por ejemplo, o de cualquier ser viviente, o la armonía en el universo, se contemplará toda una inteligencia aplicada a un proceso maravilloso.
Pero de la misma manera, siempre, y en el mismo universo, fue posible advertir toda una inteligencia aplicada a la destrucción y a la muerte. Esa energía es muy fácil descubrirla hoy en nuestro planeta e impulsada por corporaciones detrás de las cuales hay hombres (grupo reducido de poder) que han cometido los siguientes atentados contra la creación, entre muchos otros: han alterado el ecosistema causando aniquilación de especies vegetales y animales, consecuencia de lo cual se alteró el clima y el bio-equilibrio; han luchado contra toda forma de justicia social (principio del amor aplicado a la vida personal y grupal) sometiendo a miles de millones de personas al hambre, la pobreza, la indigencia y el desamparo; han fomentado la mezquindad en desmedro de la solidaridad; han impedido el desarrollo intelectual de cada persona y en su lugar han hecho de los seres humanos seres ignorantes, brutales, fácilmente manipulables; han sembrado un desprecio por la vida en toda sus formas, de modo tal que hoy es aceptable la muerte injusta; han degradado todos los valores mediante la incomprensión, por parte de la persona, de la necesidad de ellos para una vida plena y verdadera; han entronizado el falso éxito a través de la adoración de lo corrupto y efímero (dinero, fama, poder), soslayando el verdadero éxito que eleva moral y espiritualmente al hombre. No hace falta seguir, a poco que se eche una mirada alrededor se verá que hay un poder maligno que somete al hombre común y bueno.
Y desde luego, no son pocos los seres en el mundo que hartos de sufrir se postran ante “La Bestia” y siguen sus pasos. Hay una frase muy vulgar y frecuente acuñada en las calles de la vida: ¿de qué sirve ser bueno? Pensamiento peligroso, pues si la humanidad sucumbe ante él entonces el mal habrá logrado su propósito. ¿Lo habrá logrado? Momentáneamente, porque los que han estudiado el destino de “esta creación” saben que al fin se producirá un cambio de orden y que “La Bestia”, acabará arruinada, junto con sus seguidores. Más tarde o más temprano se hará cierto aquello de “…y no hay reposo ni de día ni de noche para los que adoran a la Bestia y a su imagen, ni para el que acepta su marca”.