Por Valeria Sol Groisman
“El relato único crea estereotipos, y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, sino que son incompletos. Convierten un relato en el relato único”.
Chimamanda Ngozi Adichie
Ninguna cicatriz es perfectamente lineal. Ya quisiéramos que las marcas que el devenir de nuestros días va dejando fueran simétricas y recorrieran nuestro cuerpo sin desentonar ni llamar la atención. Pero no. No somos máquinas: nacemos, vivimos y morimos salvajes. El control absoluto no es una cualidad humana.
Esta idea viene a mi mente cuando contemplo a docenas de mujeres –la mayoría son integrantes del show bussines y las menos son protagonistas reales de la enfermedad- posando para la campaña Ponerle el pecho, cuyo objetivo es concientizar semidesnudas sobre la detección temprana del cáncer de mama. Una campaña que seguramente ha sido pensada y diseñada con la mejor de las intenciones.
Me dedico a mirar una por una todas las fotografías y confirmo mi sospecha: cuando se trata de famosas (ellas son el rostro más visible y a la vez más visibilizado de la campaña), los rostros cambian, las cabelleras flamean para la derecha o para la izquierda (¡vaya diferencia!), la pose es más o menos provocativa, más o menos serena. Pero la cicatriz (vertical, horizontal o diagonal) es siempre la misma: recta, prolija, calculada.
Llama la atención, también, la preponderancia de la panza chata, clara, firme. Ergo, la ausencia de adiposidad, rollos, pelos, curvas, lunares, estrías. La mayoría de las mujeres elegidas para concientizar acerca del cáncer de mama responden a un arquetipo de delgadez y perfección. Y las que no encajan en ese modelo, pues serán retocadas. Porque en el mundo en el que vivimos “esterilizar” la realidad ya es cosa de todos los días y no hay legislación que lo sancione: el filtro y el retoque se han naturalizado. No hay moral posible si hasta la enfermedad se puede simular en un par de clics.
Ni realidad ni diversidad
“A todas nos puede pasar”, reza el eslogan de la campaña. Pero me pregunto: ¿está dirigida a todas (y ellos, ¿qué pasa con ellos?)? ¿Es la mirada de una mujer con cáncer de mama la misma que la de otra que “hace de cuenta que…”? ¿Da lo mismo mostrar las propias cicatrices y enfrentarse a la mirada del otro que “jugar” a hacerlo? ¿Es necesario recurrir al photoshop para sensibilizar a la población acerca de una enfermedad tan real que afecta a 20.000 mujeres en Argentina, de las cuales 7000 mueren?
“Seamos reales en la salud y en la enfermedad. Mi cicatriz no se parece nada a la de la campaña, la mía es real”, escribió Mona Silbert en su cuenta de Instagram el mismo día que la campaña se difundió. A los 21 años le detectaron cáncer de mama y, hoy, diez años después, todavía le duele mirar su cicatriz de frente. Profunda y despareja, esa marca es su “gran maestra”, pero también le aterra y le recuerda ese momento oscuro en el que se perdió a sí misma. Así lo relata. Así lo siente: “Hay dolores que no pueden ni deben trucarse. Dejemos de photoshopear realidades que no tienen que ser photoshopeadas”. Que así sea.