¿Sos de los que dejan triturado el extremo de un lápiz de madera? Después de comer un helado, ¿masticás el palito hasta dejarlo hecho pulpa? Puede que este hábito no sea tan malo.
Masticar no solo sirve para triturar los alimentos: también activa funciones cerebrales clave, como el flujo sanguíneo y la actividad neuronal. Este proceso influye en el equilibrio oxidativo del cerebro, que es especialmente vulnerable al estrés oxidativo debido a su alto consumo de oxígeno y su abundante contenido en grasas fácilmente dañables. El estrés oxidativo ocurre cuando se acumulan moléculas dañinas llamadas especies reactivas de oxígeno. Para combatirlo, el cerebro produce antioxidantes, y uno de los más importantes es el glutatión, una molécula que protege las células cerebrales y mantiene el funcionamiento cognitivo.
Un reciente estudio publicado en Frontiers in Systems Neuroscience ha descubierto que masticar madera podría tener beneficios cognitivos sorprendentes, superando incluso al clásico chicle. Investigadores surcoreanos observaron que este hábito poco común aumentó significativamente los niveles de glutatión, un potente antioxidante cerebral, en comparación con el simple acto de masticar goma.
La investigación partió de un conocimiento previo: masticar estimula el flujo sanguíneo cerebral, lo que favorece el transporte de oxígeno y nutrientes esenciales. Ya se sabía que personas con problemas de masticación tienden a presentar peores capacidades cognitivas, pero lo que no se había explorado a fondo era cómo esta mejora en la circulación podría afectar directamente el metabolismo cerebral y, en concreto, los niveles de antioxidantes.
El estudio reunió a 52 estudiantes universitarios sanos en Corea del Sur, divididos en dos grupos. A uno se le dio chicle de parafina, una versión inodora y sin sabor utilizada en investigaciones, mientras que al otro se le proporcionaron palitos de madera similares a depresores linguales. Ambos grupos realizaron una sesión de masticación controlada de cinco minutos, alternando 30 segundos de masticación con 30 de descanso, siempre del lado derecho de la boca y a un ritmo constante.
Antes y después del experimento, se utilizaron escáneres de espectroscopía por resonancia magnética, concretamente la técnica MEGA-PRESS, para medir los niveles de glutatión en la corteza cingulada anterior, una zona del cerebro clave para el control cognitivo y los procesos mentales complejos. Además, los participantes realizaron una prueba neuropsicológica estandarizada para evaluar memoria, atención, lenguaje y habilidades visuoespaciales.
Los resultados fueron llamativos: el grupo que masticó madera mostró un incremento claro en los niveles de glutatión tras la masticación, mientras que en el grupo del chicle no se detectaron cambios significativos. Aunque las diferencias entre grupos no alcanzaron la significación estadística más estricta, la tendencia apuntaba con claridad hacia un mayor efecto en los masticadores de madera.
Pero lo más interesante fue la relación encontrada entre el aumento de glutatión y la mejora en el rendimiento en tareas de memoria inmediata y narrativa. Aquellos que mostraron mayor incremento de este antioxidante también tendieron a obtener mejores resultados en dichas pruebas cognitivas. En cambio, esta correlación no se observó en quienes masticaron chicle.
Los investigadores destacan que, hasta ahora, no existen medicamentos ni prácticas ampliamente aceptadas para aumentar los niveles de glutatión cerebral, lo que hace que este hallazgo tenga un gran potencial. «Nuestros resultados sugieren que masticar materiales moderadamente duros podría ser una práctica eficaz para incrementar los niveles de glutatión en el cerebro», concluyen los autores. «Consumir alimentos más duros podría mejorar las defensas antioxidantes del cerebro gracias al aumento del glutatión».
No obstante, el estudio tiene limitaciones. Todos los participantes eran jóvenes sanos, lo que deja abierta la duda de si los efectos serían los mismos en adultos mayores o en personas con problemas de salud. Además, solo se analizó una región cerebral específica, cuando otras también podrían verse afectadas. Y, por supuesto, cinco minutos de masticación es un periodo breve. ¿Qué pasaría con sesiones más largas o con otros tipos de materiales?
Tampoco se puede descartar que características como la textura o el sabor del material masticado influyan en los resultados. Aunque en este experimento se intentó aislar la variable de la dureza, futuros estudios podrían explorar distintos tipos de materiales y medir su dureza de forma objetiva.
Por ahora, el estudio deja una idea provocadora: lo que masticas podría influir más de lo que crees en cómo funciona tu cerebro. Así que la próxima vez que tengas un palito de helado en la mano, tal vez no sea tan mala idea masticarlo un rato. Por la ciencia.