Por Lucía Godoy (*)
Llegás, hace frío, siempre hace más frío en la periferia de las grandes urbes.
El humo del mate cocido va dibujando distintas figuras, te quedas observando, intentando descifrar formas y sentidos.
Sea una institución del Estado o sea un Centro Comunitario, el olor y el humo es el mismo. Es eso, el mate cocido y las galletitas dispuestos para que las/los pibas/es coman algo. En la mayoría de los casos vienen sin desayunar. Me surge la pregunta: ¿cómo alimenta esos cuerpos la política social? Y pienso que si ésta fuese una actividad de otro Ministerio o Secretaría, habría otros alimentos: facturas, café, té, exprimido. Otra sería la escena.
Miro mi mochila, llevo una caja de mate cocido para la actividad. Me río y pienso que forma parte de mi instrumental profesional: el sello, el cuaderno, la agenda de recursos, el whatsapp, la computadora y la cajita de mate cocido. Más aún en tiempos de Pandemia, donde el mate no puede ser compartido.
Hace años vengo reflexionando respecto de por qué siempre en la política social en la que me inserto tiene que primar lo precario, lo escaso, lo poco (en las prestaciones que brindamos, en los presupuestos que manejamos, en nuestros sueldos).
Trato de construir posibles respuestas, divago y pienso que lamentablemente en Argentina la Política Social es marginal, siempre fue marginal, focalizada y no logra instalarse como Derecho Universal.
Esto sería, que las reglas de acceso a los beneficios sociales sean claras, o sea que haya una legislación; que la gestión sea accesible para todas/os; y que la prestación sea de calidad, lo que obviamente incluye cantidad.
Hago hincapié en la necesidad de una Ley Nacional de Asistencia, porque es lo único que garantiza que haya posibilidad de reclamo.
Claro que hay que reconocer sucesos disruptivos trascendentales en esta historia. La obstinación de Eva Duarte de Perón en que los primeros hogares de la Argentina, que dependían de su Fundación, funcionaran con elementos de primera calidad: los cubiertos de alpaca, los platos de porcelana, los juguetes nuevos, la ropa nueva, etc. No eran un capricho. Después de años de inserción profesional en la política social, entiendo que esa era una disputa profundamente ideológica y sumamente importante.
En eso se jugaba el dilema: Política Social como limosna, siempre marginal, siempre poca o Política Social reparadora de un derecho vulnerado, que es ni más ni menos, el haber nacido pobre.
Mencionar también la Asignación Universal por Hijo, como otro momento disruptivo que llevó a que una prestación sea ejecutada como derecho; con reglas claras plasmadas en una legislación que la regula, gestión accesible para todas/os y prestación de calidad.
¿Será casual que ambos momentos disruptivos de la política social hayan ocurrido de la mano de dos mujeres? La verdad es que no creo que haya sido una mera coincidencia de la historia. No voy a extenderme sobre eso, pero hago el señalamiento de que quizás la política social marginal, en formato limosna, también es hija de la lógica patriarcal y colonial que nos viene gobernando hegemónicamente desde hace más de 500 años.
Claro está que no puedo decir que todos los momentos históricos de nuestro país hayan sido iguales, hubo matices, en todos los gobiernos y en todos los niveles del estado Pero sí, en la mayoría de los gestores políticos, sean del partido que sea, prima esa mirada que lleva a que los presupuestos para las Secretarías, Ministerios o Áreas de Desarrollo Social sean siempre, paradójicamente, los más escasos, los más precarios, los más vulnerables.
La asignación presupuestaria sigue la lógica de la limosna y claramente esa es la mirada que prima respecto de la política social asistencial en toda nuestra sociedad.
Es muy difícil correr la discusión de posiciones construidas desde un sentido común de derecha «el problema son los planeros», si no empezamos a pensar la pobreza como una vulneración de derechos, que como tal debe ser reparada. Sacar a la/os pobres del lugar de chivo expiatorio de los males que nos aquejan como sociedad capitalista, porque es una inversión perversa la de señalar a la víctima como victimaria.
Termino este torbellino de pensamientos y pienso: ojalá antes de terminar mi carrera profesional pueda llegar a mi espacio de trabajo y ofrecer otra cosa: unas facturas, un asado (la hora del mediodía me lleva a otros lugares). Digo, poder ofrecer prestaciones de calidad, que no sean becas, cajas de alimentos secos, subsidios bajísimos a los que sólo se puede acceder si cumplís con un millón de requisitos, etc. Y que esa prestación repare algo de lo vulnerado.
Porque hay que decirlo todas las veces que sea necesario: nacer y crecer en una casilla con toda la chapa agujereada, a veces sin baño, sin saber cuándo tenés para comer y cuando no, es una de las vulneraciones de derechos más importantes que pueda sufrir un/a ciudadano/a. Y pasa todo el tiempo, a miles de personas.
Si entendemos que el Estado somos todas/os (no como te lo oculta el neoliberalismo), todas/os somos responsables, en el sentido ético de la palabra, de poder responder desde el lugar en el que está cada una/o y participar en la reparación de cosas que no tendrían que haber sido así y que hay que cambiar, al menos si a lo que seguimos apostando es a una vida en sociedad.
(*) Licenciada en Trabajo Social / Colegio de Prof. de Trabajo Social de la 2da.Circunscripción de Santa Fe