La sensibilidad manifiesta y la profundidad de sentido que aparece cuando se rastrea en el origen, han puesto en los últimos años al actor y director teatral entrerriano radicado en Buenos Aires Mauricio Dayub, claramente en otro lugar.
Corrido por momentos del mainstream, a veces por elección y otras veces por decisión de los productores, después de muchos años de ser parte de Toc Toc, uno de los mayores éxitos de la cartelera porteña en mucho tiempo, Dayub, que con mucho esfuerzo mantuvo siempre abierta su sala teatral alternativa Chacarerean, en pleno corazón de Palermo, pensó, diagramó y estrenó allí mismo una de las más gratas sorpresas del teatro argentino de la última década: El Equilibrista, acompañado desde la escritura por Patricio Abadi y Mariano Saba y bajo la dirección del maestro César Brie.
Después, y una vez más de lo chiquito a lo grande, pasó de su pequeña sala a las de los grandes aforos, a una gira nacional, a los aplausos y las ovaciones de pie en Santa Fe y Paraná. Y así, ya profeta en su tierra, llegaron el ACE y Estrella de Mar de Oro, las nueve funciones semanales, y cuando todo decía que El Equilibrista se iba a reencontrar con el gran público a la vuelta de la temporada de verano, llegó la pandemia y todo se detuvo.
Convencido de que “ser feliz es ser de grande lo que imaginamos de chico”, en este tiempo de distancias, Dayub, que surfeaba cómodo en la cresta de la ola pero le daba la mano a los que se caían de la tabla, buscó un lugar en las redes, un lenguaje que dista mucho del teatro, pero en el que supo hallarse para volver a producir belleza y darle lugar a la escritura, otra de sus grandes pasiones.
Escribir historias
“En la adolescencia, cuando conocía a una chica que me gustaba y no me animaba a contárselo, empezaba a sentir que tenía un tesoro guardado adentro mío. Era algo que modificaba mi mirada sobre la vida que me rodeaba. Esa historia crecía, pero sólo adentro mío”, escribe el actor. Y profundiza: “Lo mismo me pasa ahora cuando descubro la esencia de la historia que me gustaría escribir. Empiezo a ver el mundo distinto, como desde el lugar en el que guardo ese tesoro escondido. Es hermoso sentir eso. Por eso creo que escribo y vuelvo a escribir, para volver a sentirme así”.
“Estos relatos me definen; escribirlos, es cómo animarme a mostrar lo que la vida hizo conmigo”, detalla Dayub con esa notable sensibilidad poética que lo define acerca de unas piezas visuales que se pueden disfrutar (esa es la palabra exacta) en el canal YouTube Cero Onda Producciones.
La primera, Homenaje, con dirección y montaje de Emiliano Romero, trae al presente a uno de sus maestros, el director teatral Francisco Javier, que se transforma, desde una anécdota, en la evocación de un valioso referente del teatro argentino, fallecido en 2017, un apasionado por la obra del maestro franco-rumano Eugène Ionesco, ese hombre que propuso una “solidaridad afectuosa” entre toda la comunidad teatral que ese mismo material revitaliza en palabras e imágenes.
La que sigue es Únicos, con cámara y edición de Gonzalo Bocchiotro, otro homenaje, esta vez a los singulares personajes de la calle Rivadavia de Mar del Plata, artistas y vendedores callejeros que comparten su oficio con todos los turistas del país, un material que va desde lo kitsch a lo melancólico, con la sabiduría de ese artista que juega a hacer equilibrio hasta debajo del agua.
Y en los últimos días apareció Destino, otra encerrona a la emisión y a la nostalgia que mira de reojo a este artista que siempre fue un equilibrista; que busca y encuentra en las imágenes de la memoria a ese funambulista mudo que se tambalea al ritmo de los latidos de su corazón, que buscó en tantos años de carrera el momento exacto para poder decir eso que el destino le señaló. Nuevamente junto a Emiliano Romero, Dayub habla de sí mismo, de sus afectos (de algún modo, lo hace siempre), de sus amigos queridos, de los que están y de los que no, y juega con la idea de lo distinta que podría ser la vida si el destino se pudiese adivinar.
Pero hay más; se vienen otras piezas. Ya gira una que habla de ese momento sagrado y de hastío, se llama La Siesta, y evoca esa obligación familiar de pueblo imposible de cumplir entre hermanos, un material que contó, más allá de su escritura y su relató, con la dirección de su sobrino Antonio Dayub. Del mismo modo, pide pista otra, que habla de los días de lluvia, de su padre siendo niño, cielo arriba, corriendo debajo del agua hasta llegar al arroyo en su Paraná natal. Y de él, como su padre, calle abajo en el oleaje turbio, en el barrio La Alcantarilla, una escena que heredó y lo tuvo de protagonista de su propia infancia.
Estas bellas piezas demuestran que la pandemia detuvo el mundo, pero el arte no se detiene nunca. Un artista como Dayub, inquieto, sin fronteras y siempre en carne viva frente a todo lo que lo rodea, se volvió en el distanciamiento aún más permeable, más sensible, se puso a escribir y a pensar en el oficio, en el arte, en todo lo que pasa, en su amada patria de la infancia. Y lo hizo para seguir atravesando mares con la fragilidad del sonido de un acordeón tocada por su abuelo, y para seguir abriendo cajitas, como hizo con El Equilibrista, y seguir siempre hacia adelante multiplicando el sentido (ése es el destino real de los artistas de verdad), hasta animarse, por último, a perder definitivamente el equilibrio.