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Max Schreck, el protagonista del Nosferatu original y la leyenda que lo señalaba como un verdadero vampiro

Fue el actor encargado de darle vida a Nosferatu en la primera adaptación de la novela "Drácula", dirigida por F.W.Murnau y estrenada en 1922. Se trató de una caracterización única, pero su conducta extraña en los sets, su propio apellido que se traduce del alemán como “temor” y una "rara maldición" que porta el film, convirtieron a Schreck en un mito. En Argentina acaba de estrenarse una nueva versión dirigida por el norteamericano Robert Eggers

Juan Aguzzi

En estos días acaba de estrenarse Nosferatu (2024), el último film de Robert Eggers (La bruja, 2015; El faro, 2019), un film que adapta el original filmado en 1922 y dirigido por el gran maestro alemán del expresionismo, F.W.Murnau, que todavía hoy conserva intacta su potencia como una verdadera pieza de terror, en parte por su excelencia fotográfica y su desarrollo narrativo, pero también, y fundamentalmente, por la presencia del actor Max Schreck, que ostenta el haber sido el primer vampiro que apareció en pantalla. Nosferatu, la película de Murnau, tal como la de Eggers ahora, es una adaptación de la novela Drácula, del inglés Bram Stocker, escrita en 1897, que luego sería la fuente directa de una gran cantidad de títulos sobre vampiros, con adaptaciones más leales y otras más libres. Se sabe que los herederos de Stocker habían negado los derechos a Murnau para llevar el libro al cine, pero igual durante el verano boreal de 1921, el cineasta empezó a rodar Nosferatu en locaciones del norte de Alemania, sobre todo en los escenarios naturales de Wismar –donde se rodó la primera toma–, Rostock y Lübeck –luego se añadieron paisajes de Silesia y Eslovaquia– y en los estudios Jofa Film, de Berlín.

El casting para dar con quien pudiera encarnar a la temible y terrorífica criatura fue muy rápido; apenas cuatro aspirantes pasaron antes que  Schreck se presentara y dejara a todos boquiabiertos con su presencia magnética, que consistía sobre todo en un hablar grave y en un caminar como si se deslizase por sobre el piso, nadie más ideal para representar al conde Orlok, como había bautizado Murnau a su personaje principal para no aludir al Drácula del original. Se cuenta que en ese casting, dos asistentes mujeres sintieron una vibración particular ante su presencia, sumado a cierta mirada de Schreck que parecía traspasar los cuerpos, tras lo cual abandonaron el set donde se hacían las pruebas de actuación.

Un vampiro real

El misterio y el despliegue de leyendas que rodean a Nosferatu y a Max Schreck, en particular, contribuyeron a aumentar su estatus de film de culto –más allá de su verdadero valor como obra fílmica artística y representativa del periodo más exquisito del expresionismo– a partir de una sorprendente desaparición de parte del equipo técnico en una zona boscosa, ya rodeada de mitos naturales que contaban los lugareños, y de algunas escenas rodadas que luego no pudieron encontrarse durante el montaje. Pero lo que en realidad otorgó una pátina tenebrosa fueron los rumores que sugerían que Schreck podría ser un vampiro real, algo que subrayaría su presencia como figura icónica del cine de terror, todo potenciado por su actuación brillante e inquietante a la vez y por la apariencia al borde del grotesco de su personaje.

Y si esto fuera poco, su propio apellido, Schreck, significa temor o miedo en alemán, y aunque algunos creyeron que se trataba de un seudónimo, cuando buscaron su nombre original se toparon con que era verdadero, generando un reguero de especulaciones sobre un “actor” maldito. Una versión que alcanzó el grado de desmesura por el extraño comportamiento de su protagonista, es decir, su actitud hosca, distanciada, con su mirada penetrante que parecía sentirse en el cuerpo del observado. Tanto se siguió hablando de Schreck, que inspiró un film llamado La sombra del vampiro (2000), dirigido por el estadounidense E. Elias Merhige y producida por el actor Nicolas Cage, en el que se alimentaba el mito sobre la procedencia vampírica de Schreck narrando la historia del accidentado rodaje de Nosferatu, donde F.W.Murnau (interpretado por John Malkovich) encontraba en un viejo castillo checoslovaco a un auténtico vampiro (Willem Dafoe, es decir, Schreck, quien obtendría un Oscar por esta labor), para que interpretara a Nosferatu.

La historia del film continuaba con el director prometiéndole al vampiro que podría morder a voluntad el cuello de su toxicómana y bella coestrella, la actriz Greta Schröder, y presentándolo al equipo de filmación como el actor Max Schreck y advirtiéndoles que era un actor tan compenetrado con su personaje que jamás iba a salir de su papel de chupasangre. El problema era que el vampiro, incapaz de controlar su sed de sangre, comenzaba a morder metódicamente a gran parte del equipo, poniendo en riesgo el desarrollo de la película.

¿Qué se esconde detrás de Nosferatu?

Según algunos relatos de quienes trabajaron con él, Max Schreck era un actor reservado que mantenía un perfil bajo en el set. Conservaba casi todo el tiempo el maquillaje completo, incluso cuando se sabía que la jornada había terminado, causando zozobra y cierto temor entre los utileros que llegaban a llevarse decorados del set y no lo conocían lo suficiente. Algunas entrevistas durante el tiempo de rodaje las hizo caracterizado como Nosferatu y su voz sonaba cavernosa todo el tiempo, lo que ponía por lo menos incómodos  a los periodistas que las hacían. Nina Meyer, quien lo entrevistó para la revista Die Zeit des Wartens refirió que no podía mirarlo a los ojos durante la conversación porque su mirada era muy fuerte, y cuando le preguntó por qué no se había quitado el maquillaje, Schreck respondió que era así como se sentía mejor, y que creía que este personaje –el conde Orlok– había sido creado para él. Luego –según Meyer– la invitó a ver la secuencia donde las ratas escapan del barco y se esparcen por la ciudad y mantuvo su mano agarrada hasta que terminó el rodaje. Ella contaría después que no pudo decirle que la suelte por temor a molestarlo y no saber cómo iría a reaccionar. De a ratos, Schreck manifestaba su placer con exclamaciones cuando los roedores trepaban los postes de alumbrado de las calles de Rostock, donde se estaba filmando, al tiempo que reía y decía que el de Nosferatu era su papel más “jugado”.

Si en Nosferatu Schreck representó la muerte y la decadencia, entre sus colegas actores, personal ligado a los aspectos técnicos del rodaje y en la gente en general, en hombres  y mujeres, el actor ejerció una por lo menos extraña fascinación que podía ser tanto perturbadora como erótica. Los rumores que aseguraban que Schreck era un vampiro real encontraron rápido eco en países de habla inglesa, donde incluso se planteó que el actor de ese nombre no existía y que el rol había sido interpretado por otro más reconocido, oculto tras el maquillaje.

El crítico griego Ado Kyrou desplegó esta idea en su libro Le Surréalisme au Cinéma (1953), sugiriendo que el vampiro aparecido en pantalla podría ser una criatura sobrenatural y describía el resultado de sus averiguaciones de este modo: “Nosferatu no es una simple película de terror. Su misterio va más allá de los fotogramas de la pantalla, emana de la producción y de los actores. En los títulos de crédito se nombra al actor de music-hall Max Schreck como intérprete del vampiro, pero es bien sabido que esta información es deliberadamente falsa. Nadie ha podido revelar nunca la identidad de este extraordinario actor cuyo rostro brillante le hizo irreconocible para siempre. Hicimos varias conjeturas, hablamos del propio Murnau…. ¿Qué se esconde detrás del personaje de Nosferatu? ¿Podría ser el propio Nosferatu?”

Un halo de misterio y terror a más de 100 años

De todos modos existen otras versiones sobre Max Schreck, algunas de las cuales dicen que era un actor discreto y reservado, apasionado por la naturaleza y por una vida sosegada. Había nacido en Berlín en 1879 e inició su carrera en teatro antes de incursionar en el cine. Durante la filmación de Nosferatu, en los diarios de rodaje que llevaba un ayudante de Murnau, se destacaba su profesionalismo y su disposición para sumergirse completamente en el personaje del Conde Orlok. En realidad,  su participación en Nosferatu fue de apenas diez minutos en el total de su duración, pero esto no sería obstáculo para crear uno de los personajes más  inolvidables y escalofriantes del cine occidental.

Supuestamente murió en Munich en 1936, a los 57 años, de un ataque al corazón, y lo poco que se sabe de Schreck –si se exceptúan las entrevistas dadas durante el rodaje donde parece ser más su personaje el que habla que él mismo– es que luego de Nosferatu, protagonizón en 1923 el film La calle, (Karl Grune, 1923) y que estuvo casado con la actriz judío-alemana Fanny Normann. Si Max Schreck era un vampiro o no, contribuyó a agigantar su leyenda en diferentes círculos, sobre todo en los supersticiosos, incluso hasta la actualidad. A más de 100 años, a Schreck todavía lo rodea un halo de misterio y terror (tal como señala su apellido), producto de su ominosa presencia en Nosferatu, de su sombra sería mejor, que en la actual versión de Robert Eggers también se reproduce, aunque no tal vez con la contundencia de aquella primera vez.

Schreck y Nosferatu, uno y el mismo

 

Si bien en una nota unos años después del estreno de Nosferatu el diario alemán Bild descartó que Max Schreck haya sido un vampiro real, no dejó de apuntar que el rodaje del film estuvo marcado por una “rara maldición” que afectaría definitivamente al actor y sería a la postre la causante de su muerte temprana. En la misma nota también aludía al prematuro fallecimiento del operador de cámara y a la suerte corrida por F.W. Murnau, quien falleció en 1931, a los 43 años, en un accidente automovilístico en Santa Bárbara, California (EE. UU.), junto a su amante filipino de 14 años. Tras su muerte, el cadáver del director alemán fue embalsamado y enviado a Berlín un año después.

Cuando los restos mortales de Murnau llegaron al cementerio de Stahnsdorf, en las cercanías de Potsdam, a pocos kilómetros de Berlín, solo un pequeño grupo de celebridades estuvo presente en la ceremonia, entre ellos Fritz Lang, el director de Metrópolis, el realizador norteamericano Robert J. Flaherty (Nanook, el esquimal, 1922), el inmenso actor Emil Jannings, protagonista de Fausto (1926, dirigida por el propio Murnau) y la legendaria actriz sueca Greta Garbo. En los años setenta, la cripta donde reposaban los restos de Murnau fue profanada y el ataúd abierto, pero décadas más tarde sucedió algo peor. En 2015 se descubrió que la entrada al mausoleo había vuelto a ser forzada, aunque en esa oportunidad, además de volver a abrir el ataúd, se habían llevado el cráneo del famoso director de cine. Sobre el ataúd de Murnau se descubrieron, además, restos de cera derretida, un hallazgo que, a juicio de la policía alemana, podía tener relación con un ritual satánico.

El afiche del fim original de 1922

 

Una extraordinaria interpretación

El fundamental teórico y crítico de la primera mitad del siglo XX, el húngaro Béla Balázs, escribió sobre el efecto perturbador que el film de Murnau había tenido sobre los espectadores de la época: “Fue como si una ráfaga helada del día del Juicio Final hubiera atravesado Nosferatu, sobre todo por la caracterización de su actor Max Schreck, pero no tan solo por eso, sino por el carácter sobrecogedor del relato, el terror que podía infundir la novela de Stocker ha sido potenciado infinitamente por este film”, apuntó. Y esa observación no parece para nada exagerada, ya que en un visionado actual de Nosferatu yace intacto su efecto gélido y perturbador a partir de la presencia cadavérica del vampiro encarnado por Schreck, con sus dientes amenazantes, sus orejas puntiagudas y sus manos largas y huesudas con uñas de ave de rapiña, saliendo a los tumbos de su ataúd, todo lo cual, precisamente por lo revulsivo de esas escenas, sigue provocando escalofríos en los espectadores.

Más allá de los relatos que comenzaron a rodar junto a su estreno, Nosferatu enfrentó numerosos obstáculos. Todo comenzó con las referidas demandas legales por plagiar la novela de Bram Stoker por parte de la familia que le sobrevivía al legendario escritor, sobre todo de Florence Balcombe, esposa del escritor, que retrasó el estreno del film en Estados Unidos, algo que ocurrió recién casi 10 años más tarde, en 1932. Una vez estrenada en Hollywood, incluso con mucha publicidad, las críticas no fueron muy amables con la cinta ni con el mismo Murnau, quien  ya había ganado un Oscar en 1927 por su primer film norteamericano, Amanecer, aunque todas las reseñas coincidían en el rescate que hacían del rol de Schreck, tildándolo de extraordinaria interpretación.

Con el paso del tiempo, y tal vez ayudada por las leyendas que surgieron en torno a la figura de Schreck, la película fue creciendo en su estatus de extraordinario film artístico, y en este sentido tal vez el homenaje más certero haya sido el film homónimo del realizador alemán Werner Herzog, con un formidable interpretación de Nosferatu a cargo de Klaus Kinski, en una conformación muy similar a la del original, provocando verdadero pavor y aprensión en los espectadores con sus impresionantes efectos lumínicos y la escalofriante caracterización del vampiro. Incluso mucho más, para este cronista, que la actual versión –aunque nada desdeñable en algunos aspectos– de Robert Eggers.

El impresionante Nosferatu interpretado por Klaus Kinski, otra adaptación memorable

 

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