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Max von Sydow y el motor siempre encendido de la actuación

El actor sueco que protagonizó varias de las joyas fílmicas de Ingmar Bergman y también clásicos como “El exorcista”, fue un enamorado de su oficio y su figura estilizada y enorme dio la vuelta al mundo

¿Cuál es la primera imagen que rápidamente viene si se habla de Max Von Sidow? Para los más veteranos será sin dudas la de quien jugaba al ajedrez con la muerte en uno de los títulos señeros de Ingmar Bergman –si esto puede decirse entre los títulos de una obra en los que seguramente pocos coincidan– por lo dislocado del planteo  y el viso fantástico –y ya no onírico– que le otorga. Allí Max tiene toda la fuerza de un rostro y un cuerpo joven –la película es de 1957 y hacía un par de años que director y actor habían comenzado a trabajar juntos en teatro– y su actuación ya preanuncia cierta intensidad, cierto énfasis corporal que el actor sabría aprovechar muy bien para componer personajes fuertes, se trate de personas comunes, con más atribuciones o sencillamente villanos. Von Sydow fue de aquellos actores que se clavan en la retina de una vez y para siempre y se los puede identificar aunque no se conozca ni su nombre.

En su natal Lund, Suecia, siendo muy joven y con un grupo entusiasta como él, Von Sydow armó un teatro de aficionados donde se montaban obras de Shakespeare y Strindberg. Pronto tuvo que alistarse y aunque Suecia se declaró neutral en el conflicto de la Segunda Guerra, Von Sydow hizo tareas administrativas en una suerte de estado de alerta en el que se mantuvo su patria. Finalizada la contienda, se anotó en la Real Escuela de Arte Dramático donde perfeccionaría sus recursos. Su primera actuación en cine sería en el film Tormento de amor, de Alf Sjöberg, un realizador que influenciaría hasta el mismo Bergman pero no sería hasta algunos años después que el director de Sonata otoñal se convertiría prácticamente en un amigo de Von Sydow, quien señaló sobre esa relación que fue haciéndose fraternal: “Nos llevábamos diez años de diferencia. Yo estaba en el instituto y él ya actuaba y dirigía teatro en Estocolmo. Yo había oído hablar de él y de la controversia que levantaban sus producciones. Empecé en el teatro, lo del cine me sonaba lejano, y fui a una escuela de drama donde hacías prácticas en teatros municipales. En Suecia, los ayuntamientos contratan a un director para programar toda la temporada en cada teatro municipal y, en el caso de Bergman, al final de la temporada, en verano, el mismo equipo teatral se convirtió en equipo de cine. Estuve en una de esas compañías municipales seis años y al tercero llegó Bergman. Fue una bendición”.

Una relación provechosa

Se cuenta que fue Bergman quien vio en la alta y estilizada figura de Von Sydow, más que en sus artificios actorales, una presencia inquietante para esos personajes ambiguos que poblaban sus dramas sentimentales o metafísicos; es probable que allí Von Sydow haya adquirido esa presencia capaz de afrontar con destreza roles complejos pero que él, al parecer, resolvía sin darse cuenta. “Creo mucho en mí cuando encaro un personaje, sé que podré llevarlo adelante con la necesaria energía”, dijo una vez. La relación profesional y amistosa entre Bergman y Von Sydow terminó de sellarse cuando el director se afincó en Estocolmo y el actor lo siguió. De esos años, Von Sydow recordaría: “Bergman poseía una gran imaginación, una enorme inteligencia y un estupendo sentido del humor, algo no menos importante. Nos dejó un legado artístico fundamental para entender al ser humano, lo que no es poco en tiempos donde los hombres son capaces de cualquier desastre”. Lo que harían juntos, además de la fabulosa El séptimo sello está entre lo mejor de la filmografía –se insiste, las opiniones pueden ser diversas– del realizador sueco. Títulos como El manantial de la doncella, Fresas salvajes, la tenebrosa La hora del lobo, Los comulgantes, Vergüenza, El toque son un decálogo para entender por qué Bergman es uno de los cineastas más complejos pero a la vez más profundo en eso de escarbar en la existencia humana. Y en todas ellas, la actuación de Von Sydow es crucial y otorga todo aquello que cada una de las películas necesita desde las actuaciones; se sabe, Bergman era un magnífico director de actores pero con Von Sydow, las cosas funcionaban solas, iban como por un riel. Sin embargo, lo que se rumoreaba era que tal cercanía no era recíproca ya que el director pocas veces lo rescató como el actor que fue e incluso en su autobiografía, Linterna mágica no lo menciona ni una vez.

El popular padre Merrin

Probablemente, el público mundial, el gran público lo haya descubierto como el indestructible Padre Merrin, que vive su vida enfrentando al demonio y que se bate en un duelo “infernal” cuando éste último se posesiona del cuerpo de la joven Regan en El exorcista. Su rostro pétreo, su resistencia, sus palabras cansinas pero plenas de conocimiento sobre la materia le permitieron introducirse en geografías disímiles con una película que fue una de las más taquilleras de la historia del cine y a la vez una de las más elaboradas en relación a la temática. Más tarde, Von Sydow se convertiría en un actor capaz de encarar diversos personajes en grandes producciones vinculadas a Hollywood o europeas con distribución mundial. Su altura, su delgadez, sus artificios contundentes fueron suficientes para que fuese uno de los actores más convocados para personajes clave en films de acción, suspenso e intriga, tal vez con personajes menores o secundarios pero a los que dotaba de una intensidad no muy habitual, y su rostro fue haciéndose cada vez más popular; con una salvedad, muy pocos recordaban exactamente su nombre, algo que suele pasar con quienes no son norteamericanos. Von Sydow hizo de Jesucristo en La más grande historia jamás contada, que dirigió George Stevens, y con cierto humor de su propia cosecha apuntaba sobre ese rol: “Fue como estar en la cárcel. No podía fumar ni beber en público y noté que mis amigos más cercanos comenzaban a tratarme con cierto respero”; trabajó también con el gran John Huston en La carta del Kremlin, un film sobre los años de la Guerra Fría en el que, claro, phisique du role mediante interpretó a un coronel ruso. “Los norteamericanos siempre me preguntan si puedo encarar un rol de villano o, luego de El exorcista, de cura, piensan que no sirvo para otra cosa, lo cual es bueno porque no me gusta trabajar mucho allí pero lo que se gana siempre es tentador”, dijo en una oportunidad. A mediados de los 80 hizo uno de los protagónicos de la exitosa Pelle, el conquistador, del danés Bille August, un film que también daría la vuelta al mundo.

Luego de un tiempo Von Sydow volvió a trabajar en Estados Unidos; a su favor hay que decir que fue siempre bajo la claqueta de realizadores tales como Woody Allen, en Hannah y sus hermanas; David Lynch, en Duna; Steven Spielberg en Minority Report; Martin Scorsese en La isla siniestra, siempre en roles que los memoriosos y no tanto recordarán seguramente.

Encontrar la vuelta

Con otro maestro, el alemán Win Wenders, filmaría Hasta el fin del mundo, y a su término fue que confesó sentirse algo viejo para algunos roles pero que nunca podría dedicarse a otra cosa que no fuera actuar. “Hubo personajes que no me convencían demasiado pero si el guion era bueno y el director sabía hacer lo suyo, le encontré siempre la vuelta, así que seguiré de esa forma hasta que se me acaben las fuerzas”. Así parece haber sido ya que todavía resta verlo en la última película en la que trabajó, Ecos del pasado, filmada en 2019, cuya trama aborda una famosa masacre durante la Segunda Guerra Mundial, dirigida por el griego Nicholas Dimitropoulos. Antes, también se divirtió trabajando en la reciente trilogía de Star Wars y en la serie Game of Thrones. “Esos son trabajos que puedo hacer casi disfrutando de los sets. Lo fantástico nunca me lleva tanta concentración, más bien me divierto”, había dicho en una entrevista de 2019 para la televisión sueca.

Max Von Sydow murió el último domingo en su casa de una localidad de la Provenza francesa francesa donde residía. Tenía 90 años.

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