«Es el Estado junto con la Fiscalía quien tiene la responsabilidad de investigar. En los juicios de lesa humanidad de pronto se da vuelta y son las y los testigos quienes tienen la responsabilidad de investigar y recordar. Se invierte la carga de la prueba y son los ex detenidos quienes tienen la responsabilidad de aportar información para imputar. Eso es algo que siempre me volvió loca y me sigue indignando», dice Raquel Robles, que declaró en la megacausa de Campo de Mayo el pasado 29 de julio. Al finalizar su testimonio, de forma virtual, la escritora y militante se quitó la ropa, dejó desnudo su torso. En su piel estaban escritos los nombres de personas desaparecidas en uno de los campos de concentración más grandes que tuvo Argentina durante la última dictadura cívico-militar.
En su testimonio Raquel apuntó contra el Estado. Pasaron 44 años y fue la primera vez que se sentó ante un tribunal para denunciar lo que le hicieron a su familia. El 5 de abril de 1976 su mamá Flora Celia Pasatir y su papá Gastón Robles fueron detenidos y desaparecidos en su casa en City Bell, provincia de Buenos Aires. Raquel -con casi 5 años- y su hermano menor Mariano, presenciaron el secuestro. Flora tenía además otros dos hijos -Gabriel y Ana- con su primer matrimonio. Por testimonios de sobrevivientes se supo que la pareja permaneció detenida en Campo de Mayo y que Flora estaba embarazada.
Tribunal simbólico
En febrero de este año el Tribunal Oral Federal Número 1 de San Martín retomó las audiencias del juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos contra más de 323 víctimas alojadas entre los años 1976 y 1978 en el centro clandestino de detención y exterminio Campo de Mayo.
Se juzgan a 21 imputados, de los cuales doce no tienen condena previa y nueve ya han sido sentenciados por otros delitos. La mega causa agrupa 175 casos como los de Mercedes Benz, el Colegio Militar, Área 400 y los Ferroviarios, entre otros.
«Dije de forma muy vehemente que en 15 años de instrucción de esta causa hay solo 21 imputados. Dije también que me indignan los hechos fácticamente y me indigna que se invierta la carga de la prueba y que seamos las familias, testigos y ex detenidos quienes tengamos la posibilidad de aportar datos para imputar. Increíblemente el tribunal no se lo aguantó. Me parece exótico que un tribunal no lo tolere. Aunque en algún punto lo entiendo: están acostumbrados a la gratitud, a estar haciendo algo muy importante, histórico e instituir una suerte de escena judicial que deviene simbólica. No están acostumbrados a que se los requiera, se los denuncie o se los convoque a hacer el trabajo mejor. Entonces no lo toleraron, el presidente me interrumpió unas tres o cuatro veces. Pero bueno, yo estaba muy determinada».
Raquel Robles se pregunta por qué el tribunal no llama a indagatoria, por ejemplo, al personal de Campo de Mayo. A personas que estuvieron a cargo de detenidos, que integraron las distintas direcciones de inteligencia, que estuvieron a cargo del transporte o de finanzas o de cualquier recurso necesario para la represión.
«Supongamos que no quieran imputar a alguien por el solo hecho de haber integrado un determinado puesto en un determinado lugar, ¿por qué no llaman a indagatoria o a una testimonial aunque sea? Ahí ya tenés una cantidad importante, yo anoté entre 50 y 60 nombres. A la vez hay un montón de testimonios que indican que el Hospital Militar de Campo de Mayo es uno de los lugares donde nacieron montones de niñas y niños que luego fueron apropiados. ¿No pueden llamar a toda la nómina aunque sea de ginecología y obstetricia? También está probado, porque ha habido conscriptos que declararon voluntariamente, de que se hizo la conscripción en esos años en Campo de Mayo y está probado que hay un montón de tareas que nunca hicieron los militares. Estoy completamente convencida y aparte hay testimonios que lo dicen, que los colimbas hicieron la comida por ejemplo. A ellos no los vas a imputar por supuesto, ¿pero no los vas a llamar para que presten testimonio? Nada más hay un llamado a quienes hicieron la colimba esos años vayan voluntariamente a declarar», expone Raquel.
Para ella, este minucioso recuento es una cuestión «de sentido común», incluso en su relato ni siquiera considera a los civiles que pudieron formar parte del entramado represivo: solo señala toda la orgánica militar. «¿Quieren que vayan presos o esta es una especie de tribunal simbólico?», plantea.
Cuando Raquel terminó de declarar desnudó su torso donde estaban escritos los nombres de desaparecidos que pasaron por Campo de Mayo. «Sé algo que siempre supe por mi experiencia como militante. No es que a las palabras se las lleva el viento pero si no están sostenidas por una acción no suceden, entonces tiene que haber una acción que implique una mostración de lo que estoy diciendo. Yo sentía una violencia enorme y me parecía que estaba bien hacer un poco de espejito rebotador: sientan un poco, mínimo, por unos segundos, la violencia que yo siento de tener que estar acá haciendo esto, hacer la pantomima de la escena judicial», describe.
«44 años después la Justicia no es Justicia», declaró ante el tribunal y agregó: «¿Por qué sigo preguntando lo mismo después de todos estos años? ¿Dónde está mi mamá? ¿Dónde está mi papá? Estoy en pelotas frente a la Justicia».
Militante
Raquel Robles inició su vida militante muy joven: a los 11 años se integró a la Federación Juvenil Comunista. Más tarde formó parte de la organización HIJOS -Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio-, fue una de sus portavoces y participó de los escraches a los genocidas. También fue directora nacional para Adolescentes Infractores a la Ley Penal. Es escritora y docente. Cuando toma la palabra es filosa y escapa a los lugares comunes aunque sea políticamente incorrecta:
—El odio está muy mal visto, tiene muy mala prensa. En cambio el amor tiene una prensa bárbara, parece que el odio es de la derecha pero los de izquierda somos puro amor. Creo que hay que reivindicar el derecho al odio, no indiscriminado, por supuesto, de hecho te hace más daño a vos que al otro, etcétera. Pero el odio es lo que te permite muchas veces clarificar la mente y entender la dimensión del daño, ¿si este daño no te provoca odio qué te puede provocar? ¿amor? No. Lo que me provoca amor es la solidaridad que hubo y sigue habiendo frente a esos hechos de odio. Tengo la capacidad de amar y de recibir ese amor pero ellos me generan odio, indignación, bronca, rabia.
—¿Ellos quiénes? ¿los que cometieron los delitos? ¿la justicia?
—Voy a decir una cosa un poco marxista: la clase dominante me genera odio, con sus representantes. Cada representante en cada momento histórico tienen funciones diferentes. Me generan odio, tengo odio de clase y lo defiendo. Por eso me parece que también las víctimas, en términos de la ley, ojalá puedan defender su derecho al odio y al reclamo y al desprecio en vez de estar en esta actitud cristiana de gratitud frente a la limosna. Porque esto es una limosna. Por supuesto que frente a otros Estados Nación del mundo donde no hubo ni hay siquiera esta limosna, estamos dentro de los países del mundo que luchan contra la impunidad. Juicios como estos no hay pero eso habla de que el mundo es una mierda, no de que nosotros somos campeones.
—Hablaste de tu experiencia militante, ¿cuáles fueron tus recorridos y cómo fue la construcción de la memoria particular y la colectiva? ¿Cómo la fuiste tejiendo y entre quiénes?
—Claro, esa construcción está perfectamente vinculada a la militancia. Todo mi tránsito por HIJOS me dio la posibilidad a mí y a otras y otros de construir un relato colectivo y personal. Poder reconstruir la historia de cada uno y una con ese acompañamiento, con ese sostén y a la vez con el entramado social, poder meter a cada persona en su trama. Lo que me permitió HIJOS es una construcción de la memoria radicalizada, en ese tiempo al menos era una organización muy radicalizada en relación a la memoria. También estaban los ex detenidos pero tenían un montón de dificultades para poder llevarlo adelante. Creo que fuimos el primer organismo que reivindicó la lucha de sus padres y madres. Las Madres necesariamente, por circunstancia y momento histórico, no pusieron en valor la militancia porque todavía había personas con vida que estaban buscando. Nosotros y nosotras no estábamos buscando a nadie con vida así que no teníamos esa presión. Se trató de un conjunción de dos cosas: poder reconstruir una memoria con sus claros y sus oscuros pudiendo reclamar críticas y autocríticas sin dejar de reivindicar y a su vez tener mucha claridad en relación al objetivo que es juicio y castigo. Lo que luego ocurrió es que lo que pensamos como un piso, la lucha contra la impunidad, se transformó en un techo. Por eso también hay esta cosa de la gratitud frente a los juicios, como si ya hubiéramos llegado. Como si el campo popular ya hubiera llegado su máximo objetivo y éste era un objetivo que era muy lejano pero no dejaba de ser de mínima. Estábamos tan lejos y había una sensación de derrota tan grande en relación a lograr terminar con la impunidad total que parecía un objetivo de máxima pero era un objetivo de mínima. Lo mínimo que tiene que pasar es que vayan presos. Ya que consentimos en no ponerlos contra un paredón, ya que consentimos en tomar la democracia republicana como una acción posible, lo mínimo es que vayan presos. Después hay un montón de otras cosas que tienen que ver con la derrota de nuestros padres y madres que también eran una deuda pendiente para nosotros.
—¿Cómo cuales?
—Como la redistribución de la riqueza. Una justicia para el pueblo. Hoy la justica no es la misma que antes pero solo porque los jueces se van muriendo. Los mismos que entregaron niñas y niños son los jueces de familia hoy y los que no lo son es porque se murieron. La jueza Pons por ejemplo que se dedicó a repartir niñas y niños y a humillar a Abuelas, dejó de ser jueza cuando se murió.
—También sos parte del colectivo Ni Una Menos, ¿cómo enlazás la memoria y el feminismo? ¿cómo se reactualizan estas luchas y sus debates?
—Me interesan los movimientos que se proponen cambiarlo todo. «Todo» es distinto en cada momento histórico, hasta dónde nos llega la imaginación. Hasta dónde tirás la piedra y decís esto es cambiarlo todo. Siempre me gustó formar parte de algo que se proponga la revolución en ese sentido de cambiarlo todo, no de modificar el estado, sino terminar con el estado o con este tipo de estado. El feminismo es lo más revulsivo que ha existido porque cuando hablábamos de «todo» en aquel momento no estábamos pensando en los vínculos por ejemplo. No estábamos pensando por ejemplo en el adentro de las casas, por lo menos no en este nivel de profundidad. Ese es el lazo que ha unido las distintas militancias en mi vida. Lo más radicalizado que tenemos en este momento es el feminismo y por eso es tan combatido. Por eso hay tanta necesidad de meterlo en un modelo, de tener respuestas y que esas respuestas sean soportables, que se puedan escuchar. Cuando el feminismo dice que el núcleo familiar es el primer núcleo represivo y que hay que cambiarlo todo, está planteando una pregunta. No está diciendo a partir de ahora vamos a vincularnos de esta manera, está diciendo de esta manera no. El capitalismo tiene esta cosa de pasteurizar todo, de convertirlo en remera como se suele decir. Pasa con un poco con los juicios de lesa humanidad y también pasa con la legalización del aborto. Poder definir acerca de tu propio cuerpo parece un objetivo de máxima pero es lo mínimo. Y ciertamente no es lo único porque el patriarcado no se termina con la ley por el aborto legal. Me interesa estar en un feminismo que se proponga objetivos de largo alcance y que proponga que el sentido común es cambiarlo todo. Que el sentido común sea que en una sociedad patriarcal no se puede vivir más. Literalmente no se puede vivir más, no solamente porque te harta sino porque te mata. La derogación de la leyes de obediencia y punto final fue fantástica, fue una cosa muy hermosa de conseguir como será muy hermoso de conseguir el aborto legal. Me pasó pocas veces en la vida estar en organizaciones masivas, sí en reclamos que se han convertido en masivos, pero siempre estoy en organizaciones más bien pequeñas porque la gente se cansa rápido (risas). En todo caso lo que me gusta es sostener la idea de romper todo como un acto de necesidad, no romper todo porque sí. Soy una persona bastante pacífica, me encantaría vivir en un lugar donde no hiciera falta romper nada, no tengo la necesidad de romper cosas, pero este mundo es un desastre entonces me gusta participar con gente que le ponga el cuerpo a lo que piensa.