No hay mejor arma para construir, resistir o rebelarse que la memoria y, de algún modo, es también la tinta con que se escribe la historia. “Es que la memoria mía es larga como mi vida”, dice Walter Operto. Y no es para menos, porque a ese hombre delgado, de 77 años, tez blanca, gestos amables y un hablar pausado y seguro, le sobran experiencias como artista, militante político y periodista. En 1967, mientras trabajaba en la revista Así, en Buenos Aires, hizo una investigación que reveló que el Che Guevara no cayó en combate sino que lo asesinaron; entrevistó a José Ignacio Rucci horas antes de que lo mataran y hasta formó parte de un grupo de guionistas independientes junto a intelectuales como Rodolfo Walsh, Jaime Kogan y Alberto Adellach.
Desde hace siete años dirige el Centro Cultural La Nave y es en ese lugar, que funciona en el subsuelo de la Asociación Bancaria, en San Lorenzo y Corrientes, en el que pasa la mayor parte de las tardes y las noches coordinando ensayos y castings, o preparando las puestas en escenas de obras teatrales. Hoy también evoca ese pasado intenso que está más cerca de la construcción y reconstrucción de la historia misma del país que de lo anecdótico, porque para Walter, que trabajó como reportero y cronista desde 1954, en esa profesión no hay medias tintas. “No siento eso de un periodista independiente. Sé que los hay pero yo no lo fui y mi generación participó siempre, de una manera u otra”, dice, y se pregunta: “¿Cómo podés ser un periodista independiente en un país en llamas, en un país por construir, en un país en donde hay estados revolucionarios y donde hay injusticias?”.
En 1955, la Revolución Libertadora lo encontró en la redacción de los diarios Democracia y Rosario, dos publicaciones que respondían al gobierno de Juan Domingo Perón, aunque “con el peronismo proscripto teníamos mucho trabajo porque nos ocupábamos, entre otras cosas, de las luchas de los obreros azucareros en Tucumán”. También cuenta que le tocó cubrir, desde sus comienzos, la aparición de lo que algunos llamaron “los curitas rebeldes”, un fenómeno que revolucionó la lectura de los Evangelios y que cuestionaba, entre otras cosas, la estructura vertical de la Iglesia Católica o la distribución de la riqueza. Ese grupo fue el que después se conoció como los sacerdotes del Tercer Mundo.
El Che y el factor azar
Si bien le sobran los motivos para hacerlo, Walter nunca alardea de sus experiencias en el periodismo pero cuando se le pregunta por la investigación de la muerte del Che intenta no dejar afuera del relato ningún detalle. “Ocurrió hace muchos años, tengo que hacer memoria…”, dice mientras sonríe, y después de unos segundos explica que a finales de la década del 60 trabajaba como redactor en la revista Así y en Crónica junto a colegas como Joaquín Gianuzzi (también conocido como “el poeta nacional”) y Juan José Sebrelli. Algunos de los colaboradores eran Abelardo Ramos o Alberto Jauretche. “Toda una militancia periodística de izquierda nacional en la búsqueda de la síntesis para construir”, evoca.
En octubre de 1967, entre los rumores que decían que el Che estaba desparecido, preso en Cuba o que había muerto en el Congo, llegó un cable a la redacción de la revista con la información de que había caído durante una batalla en la Quebrada del Yuro, en Bolivia y cuenta: “Eso es lo que me mandaron a cubrir, viajamos con el fotógrafo Hugo Lazaridis en un avión Cesna que tenía Crónica y en Valle Grande, la ciudad en la que bajaron el cuerpo del Che al día siguiente de su captura, yo inicio una serie de investigaciones”.
Operto expone esos detalles con tranquilidad, como si reviviera con cada palabra los entretelones de una experiencia única, por la que cualquier periodista quisiera pasar. Después explica que el cuerpo del revolucionario fue exhibido durante seis horas en el hospital Señor de Malta y ahí el coronel Selnich, del ejército boliviano, le dice que el Che había muerto por las heridas recibidas en combate luego de caminar unos diez kilómetros, herido. Sin embargo, cuando el cronista le pide entrevistar a los soldados que pelearon contra la guerrilla, para corroborar los hechos, el militar le dice que eso no va a ser posible “porque no están en Valle Grande”.
“Cuando hablo con uno de los médicos que había hecho la autopsia del cadáver del Che me describe que el cuerpo tenía siete disparos: en piernas, en el hombro izquierdo y en los brazos, pero que ninguno era mortal. Sí me dijo que tenía uno de muerte a la altura de la tetilla izquierda y entonces le pregunto si en esas condiciones podría haber caminado diez kilómetros y me dice que de ninguna manera, que ese tiro le provocó la muerte instantánea”, explica. En ese contexto es que juega un papel fundamental el factor azar y hace que Operto se encuentre, sin buscarlo, a los soldados en el hospital de Valle Grande, cuya presencia le había sido negada por el coronel.
“Así fue que recogimos cinco o seis testimonios de los soldaditos que decían que el Che había sido fusilado al día siguiente y no en combate, lo que contradecía a la información oficial que el gobierno boliviano todavía sostenía acerca de que había muerto por las heridas recibidas en la lucha el día anterior”, recuerda, y también cuenta que a esa entrevista se le sumó el camarógrafo Chousiño, que trabajaba como corresponsal en Buenos Aires de la cadena norteamericana Columbia Broadcasting System (CBS), quien registró las imágenes. Sin embargo, durante los dos días siguientes el gobierno de Bolivia sostuvo su versión y acusó a Operto y al fotógrafo de la revista Así de ser “periodistas pagos por la guerrilla”, y evoca: “Cuando llegamos a Buenos Aires escribí la nota con todo ese material, fue una primicia mundial. Después se difundieron las secuencias por la CBS en Nueva York en la que yo aparecía preguntándole a los soldaditos, y eso derrumbó la versión oficial boliviana, la que también era sostenida por Estados Unidos en aquel momento”.
Dos años después de aquella investigación sobre el Che formó parte de un grupo de dramaturgos que se reunían en el teatro Payró, en Buenos Aires, y que estaba coordinado por Jaime Kogan. Cuenta que el director lo convocó a él, a Rodolfo Walsh, Alberto Adellach y a Ricardo Monti “para construir un repertorio de teatro político, para que fuera una herramienta de reflexión y debate en aquel momento”, y aclara que los encuentros no continuaron porque una bomba puesta por la Triple A voló la emblemática sala. De esas reuniones salió su primera obra: “Ceremonia al pie del obelisco”.
Para Operto, la dramaturgia está muy cercana a las prácticas de las estructuras periodísticas. “Yo descubrí que podía hacer teatro trabajando como periodista porque el periodismo es eso: contar historias”, asegura. También, un tanto melancólico, dice que hubo episodios en su vida que tal vez no fueron tan fuertes como el del “Che” pero que lo marcaron como profesional y como hombre. Algunos son el último reportaje que le hizo al sindicalista Rucci, la muerte del sacerdote Carlos Mujica, de quien además era muy amigo y muchas otras notas que “dan vueltas en su cabeza” pero que giran sobre lo mismo: ayudar a reflexionar a que los grupos sociales retrasados encuentren un espacio para expresarse. “No sé si fue una decisión política, creo que fue una decisión de vida. –dice con una sonrisa– También colaboré con organizaciones armadas… en fin, creo que en vez de una nota tendríamos que escribir un libro”.