Sociedad

Perseguidas y criminalizadas

Memoria travesti-trans: “El Carnaval era el único momento de libertad”

Fotos y testimonios del Archivo de la Memoria Trans cuentan por qué el corso era el momento que travestis y trans esperaban durante todo el año


Textos recopilados por: Paula Bistagnino / Agencia Presentes

De la exclusión al centro de la escena, del encierro de las casas y cuartos de pensión a los aplausos y las plumas en la calle. Los carnavales fueron históricamente para las travestis y trans su fiesta popular. La única: esas seis noches al año, dos fines de semana de viernes a domingo, eran las únicas en las que las pelucas, el maquillaje y los tacos no las convertían en marginales ni criminales sino en las divas de los desfiles y corsos de los barrios de la provincia de Buenos Aires y la Capital.

 

“Esperábamos todo el año los seis días de corso en los que podíamos salir a la calle y ser nosotras en libertad: nos encontrábamos, nos divertíamos, nos poníamos todo. Era como un sueño de divas, algo que sólo se podía vivir en el Carnaval o el exilio”.

“Eran 6 días de libertad y 350 de cárcel. No exagero. Así era para nosotras. Así fue antes y después de la dictadura, incluso peor después de la dictadura. Esos días era algo mágico: porque de que nos discriminaran pasábamos a ser como las divas. Si no había travestis en un corso, era como que faltaba algo”.

 

“En esa época existían lo que se llamaba edictos policiales: a nosotras nos llevaban por el artículo 2° F: llevar ropas contrarias al sexo. Así que salíamos al almacén o a comprar cigarrillos y nos levantaban. No era posible ni andar en pollera media cuadra porque te llevaban, así que ¡imagiante lo que era salir con conchero y pezonero! Era una fiesta para nosotras”.

“Vivíamos como gitanas esos días en los colectivos: a veces dormíamos ahí. Ya a las 16 llegábamos para montarnos a las casas donde se organizaba y terminábamos a la madrugada”.

 

”Nos pasábamos mucho tiempo haciéndonos los trajes: los cosíamos nosotras. El día del corso nos reuníamos en la casa de alguna compañera siempre, a montarnos juntas. De las murgas nos mandaban a buscar en un colectivo: y por ahí íbamos a cuatro o cinco corsos distintos en una noche, como una gira. Algunos incluso nos pagaban”.

“Y en ese tiempo, los 70/80, no había más que hormonas y estaba muy de moda Moria Casán. Así que nos poníamos goma espuma para hacernos las caderas y cuatro o cinco pares de media arriba y el conchero”.

“Era como el cuento de la princesa al que se le acaba el encanto: terminaba el carnaval y tenías que salir corriendo porque ahí nomás te manoteaba la policía. Terminaba la murga y estaba la camioneta esperándonos o el camión o el colectivo para llevarnos presas”.

 

“Íbamos a varios lados, donde había corsos: en Tigre, en San Isidro, en San Fernando, en Béccar, en toda la zona norte. Pero había por todos lados: por toda la provincia y en los barrios de la capital. Depende de la murga en la que vos estabas o de la que te invitaban. Pero era como una cita infaltable: la fantasía de todos los días”.

“La gente nos aplaudía: nos gritaba cosas lindas y se sacaba fotos con nosotras. Éramos como las estrellas de la fiesta. Seguro que alguno se reiría o haría chistes, pero no nos importaba: nosotras lo disfrutábamos, estábamos felices… Mirá si me iba a importar, con todo lo que estaba acostumbrada a soportar”.

 

“De chica mi mamá no me dejaba participar y me decía que no lo hiciera nunca, porque nos llevaban para reírse de nosotras. Después estuve en pareja con uno que tocaba el bombo en una murga pero era celoso y no me dejaba participar. Iba toda tapada al lado suyo… Pero cuando pude, me puse las plumas y fui”.

“Empezabas de chiquita, de adolescente ya salías: te invitaban del barrio porque te conocían. Y vos te ibas haciendo el traje todo el año. Terminaba un carnaval y ya empezabas a pensar en el traje que te ibas a hacer para el año siguiente”.

“Igual, había una parte triste y era que cuando ibas ahí te dabas cuenta de había compañeras que ya no estaban: de un verano al otro muchas se había exiliado, pero también muchas ya estaban muertas. Nunca éramos otra vez las mismas”.

“Mi grupo se llamaba ‘Las Divas’, éramos ocho y en realidad yo era la única travesti: las demás eran todas lo que llamábamos ‘maricas chicharras’, que son esos maricas muy afeminados pero que andaban más de varón”.

 

“Una murga tenía que tener sí o sí las chicas trans porque si no era un aburrimiento. La gente se amontonaba para vernos porque era la única oportunidad. Éramos como una atracción, porque después todo el año estábamos ocultas por esto de la represión de la policía. La gente iba a vernos y a sacarse fotos con nosotras. Y muchas nos decían cosas lindas de apoyo, porque sabían lo que nosotras pasábamos, que era entrar a un supermercado o un restaurante y que alguien te mandara a la policía para que te sacara”.

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