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Memorias del horror: relatos de un sobreviviente

El autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” cometió atrocidades de todo tipo a espaldas de la sociedad. La desinformación y el blindaje comunicacional a los detenidos fue uno de los propósitos de la última dictadura militar. El rosarino Ramón Aquiles Verón lo cuenta en primera persona

*Por: Ramiro González

La última dictadura cívico militar en Argentina (1976-1983) es conocida por la desaparición forzada de personas, torturas y robos de bebés, entre otros delitos de lesa humanidad. Pero no sólo provocó muerte y terror: también generó cultura, comunicación, memoria. Sin quererlo hizo surgir producciones literarias y artísticas en cárceles y centros clandestinos de detención previstos para esterilizar cuerpos y mentes, para aniquilar todo tipo de capacidad de acción, reacción y creación.

Parte importante de la historia local es la vida del ex preso político Ramón Aquiles Verón. Lo detuvieron en Rosario en mayo de 1978 y lo liberaron en la ciudad de Rawson (Chubut) en diciembre de 1983, días antes de la vuelta de la democracia. Durante esos seis años lo “pasearon” por todo el país, Coronda, Caseros, Deboto y Rawson. En ese periodo, además de sobrevivir, dice Verón, era difícil saber lo que pasaba afuera.

La comunicación que teníamos con el exterior era muy limitada, estaba todo prohibido, todo era muy controlado. Los varones siempre estuvimos separados de las compañeras. Había traslados frecuentes a lugares desconocidos. Sacaban a compañeros a destinos que después no pudieron describir bien dónde eran, sólo a los fines interrogatorios, tortura y extracción de información”, dijo durante una entrevista en la que repasó cómo se las ingeniaban para comunicarse.

Ramiro González de la organización Alcanzando Sueños, autor de la nota

 

-¿Durante la detención, tenían forma de comunicarse con el exterior?

Cuando estábamos en alguna cárcel más o menos estable podíamos enviar cartas. Se hacía un trámite “legal” en asuntos jurídicos que consistía en que tu familia directa, mamá o papá por ejemplo, compruebe el vínculo que tenían enviando partida de nacimiento o libreta de casamiento. A partir de esos requisitos se podía escribir una o dos cartas por semana. Siempre llegaban abiertas y las que volvían también. No debía ir ningún tipo de denuncia, tipo de vida carcelaria entre los presos más allá de un acontecimiento festivo, si se puede decir, que algún compañero había cumplido años o se fue en libertad, que era la mayor de las alegrías. Pero depende, a veces era censurado y podía ser que te la devolvían o no. Después uno reclamaba si esa carta había salido y no había mucha respuesta, y si uno reclamaba  demasiado, a veces te sancionaban con aislamiento en lugares oscuros, hasta castigo corporal y reducción de agua y comida, de la poca comida y mala que nos daban.

-¿Les restringían la comunicación entre detenidos?

El hecho de no tener comunicación con el exterior y no dejarnos hablar entre nosotros ya era una censura tremenda, porque con esos métodos trataban de deshumanizarte y llamarte al silencio permanentemente. Y ni pensar en libros, diarios, revistas ni nada que se le parezca. Un cuaderno y una birome podía ser por ahí algo que uno pudiera tener, pagado o comprado por uno mismo a través de ellos, del Servicio Penitenciario, y cuando se les antojaba con las requisas, no solo se lo llevaban, sino que lo destruían delante de uno, o cuando la requisa se retiraba quedaban pisoteados, mezclados con yerba, azúcar, etc. Eso era frecuente, era al total arbitrio de ellos. Recurrimos a la memoria oral, a las microhistorias y cuando se podía se trataba de compartir y transmitir por canales totalmente transgresores como era sacarle el agua a los inodoros y conectarse con otro piso a través de este medio. Eso se planificada, había todo un sistema de quienes eran los encargados de comunicación, tipo de información que se pasaba. En otras cárceles se usaban las cloacas como canal de transmisión.

-¿Cómo manejaban los rumores que llegaban del exterior en el aislamiento?

Era una constante confusión pensar en él afuera y lo más seguro que teníamos era él adentro, nuestra propia organización, ese espíritu colectivo que por suerte en algunos lugares nunca se perdió. Eso también fue un signo y un símbolo de la vida, mantenernos medianamente unidos más allá de las pertenencias políticas de cada grupo.

-¿La memoria y la creatividad bastaban para recrear un mundo?

Con las microhistorias se recurrió mucho a la memoria y obviamente a la creatividad para armar cursos y talleres con la limitación propia de que no estábamos en pabellones abiertos, sino cada uno en su celda, a veces de a dos. Entonces se recurrió al sistema morse (que opera en base a una cadena de pulsos, señales largas y breves). Alguien lo sabía, alguien lo trajo y se lo implementó. Empezamos a practicar mucho la comunicación, pero en un silencio de la mañana o noche se escuchaba. También aprendimos a hablar con las manos pero teníamos que tener un interlocutor que nos viera las manos desde algún lugar, nuestra juventud y visión en algunos nos favorecía porque todavía veíamos bien y en eso agilizábamos mucho el ingenio. Esas formas de comunicación fueron muy importantes. También había canales más comprometidos en el sentido que las requisas nos encontraban con escritos que le llamábamos “caramelo”, en papel de cigarrillos con letra muy pequeña con carbones de pila conservados como un gran tesoro. Incluso existió una revista en Rawson, “La gaviota blindada”, donde se escribían conceptos, párrafos de libros y eso le daba una vida al detenido para que no decaiga.

-¿Qué tan importante es la lectura en el encierro?

La lectura o el conocimiento siempre fue como un signo de la rebelión, saber leer y saber escribir ante quien no lo sabe, ya es algo distinto y genera algo de poder. Entonces si uno no agilizaba la memoria, creatividad, leer, comunicarse, mantener fresca algunas cuestiones que considerábamos importantes en cuanto a nuestra estructura política e ideológica, obviamente la represión sabía que esas cosas había que combatirlas y destruirlas, nadie debía mantener la vida militante o las ideas que nos llevaron a estar detenidos por una causa que nosotros considerábamos justa.

-A leer cuándo se pueda y ¿a escribir por ocio?

Nunca estábamos quietos, podríamos decir que uno no llegó a conocer el ocio, además la tensión que generaba la represión con sus permanentes requisas, traslados, espiarnos por el ojillo de las celdas, sacarnos de noche para golpear a alguien o hacer los comandos fantasmas que sacaban de noche a compañeros para castigarlos, que griten y que lloren. El poco tiempo que uno tenía para relajarse era pensar algo en él afuera, en la familia, pero era muy breve, el ocio no existía. Ahí el estar activo era lo que sabíamos que nos iba a mantener vivos, siempre con la fantasía de la fuga, pensando que los años debían pasar como sea, rápido, lento, eso dependía del estado anímico de cada uno, y como decía el compañero Juan Rivero “los primeros seis meses parecían una eternidad y los últimos seis años parecían seis meses”.

-¿Qué era lo peor de los traslados?

Un traslado de avión siempre era riesgoso, no porque se cayera, sino porque te empujaran. Si bien los vuelos de la muerte eran algo programado que llevaban todos compañeros drogados para tirarlos al mar, uno eso no lo sabía exactamente, y si nos atormentaban permanentemente de que cada vuelo podría ser el último viaje y tú destino, el mar.

-¿Cómo fue volver a vivir en libertad?

Los primeros tiempos fueron más difíciles hasta acomodar el cuerpo y la cabeza. Son experiencias humanas que todavía me parece que no están totalmente reveladas y que los seres humanos podemos pasar por circunstancias tremendas y después de mucho afecto, mucho acompañamiento, con mucho reconocimiento así como son estas entrevistas que parecen literarias y técnicas ayudan a las personas a mantenerse más vivas que antes.

Al finalizar la nota Ramón Aquiles Verón le dijo a este reportero: “Muchas gracias por esta propuesta, por esta necesidad mutua, vos me precisas a mí, pero yo también te necesito a vos”.

Convenio La Cigarra- Santa Fe Más

La Cooperativa de Trabajo La Cigarra firmó por segundo año consecutivo un convenio para dictar talleres con el programa Santa Fe Más, que depende del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia. Está orientado a jóvenes de entre 16 y 30 años con el fin de brindarles herramientas que ayuden a la inserción en el mundo del trabajo.

El desafío es grande y se lleva a cabo en tres talleres de un encuentro semanal con personas de todas las edades, quienes fueron seleccionadas por haber transitado capacitaciones relacionadas a la comunicación y el periodismo en las organizaciones sociales de las que dependen.

Los integran alumnas y alumnos de Radio Aire Libre, Radio Qom, el Centro Cultural La Gloriosa, ONG Meraki, Hay Salida, Comunidad Rebelde, Descendientes de Victoria, Alcanzando Sueños y Permanecer. Desde La Cigarra y con periodistas del diario El Ciudadano como talleristas se pensó en brindar un acercamiento al periodismo y la comunicación institucional para que pudieran aplicarlo en cada una de las instituciones por las que transitan y se sienten parte.

Cuando hay ganas todo se puede. A lo largo de estos meses logramos esa reciprocidad de conocimientos que nos da sabiduría y nos dejan distintos textos que nos llenan de orgullo. Por eso, los vamos a ir publicando tanto en la edición impresa como en la web del diario El Ciudadano. Esperamos que los disfruten.

Este texto está escrito por Ramiro González de la organización Alcanzando Sueños.

 

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