Gustavo Grazioli / Especial para El Ciudadano
Pensar a Lionel Messi es un acto que lleva tiempo. Su figura alimentó (y alimenta) páginas y páginas de libros que se sumergen en la titánica tarea de explicarlo y todavía pareciera que queda mucho más por decir. Es un jugador inagotable, que no se cansa de nutrir estadísticas y la historia del fútbol. Su técnica y sus conquistas inducen a pensar en una de las grandes definiciones de filosofía que hizo Karl Marx en la undécima tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos hasta hoy se han dedicado a interpretar de una u otra manera el mundo, cuando de lo que se trata es de transformarlo”.
El jugador rosarino ha transformado el fútbol. Hizo que los mortales lo creyeran como algo fácil de practicar. La asistencia a Lautaro Martínez – después de una jugada antológica, en la que se contaron 13 pases en 31 segundos para la definición del partido ante Canadá– es un claro ejemplo.
«Hablar de Leo es hablar de algo distinto, de aquello que no se ve. Más allá de que haga cosas distintas, uno se da cuenta de que es especial tan sólo al verlo tocar el balón. Cuando lo tiene, uno sabe que siempre te lo va a devolver en la condición perfecta. Ni más ni menos. Messi es único. No es superarse sino mantenerse. Hace fácil lo difícil desde hace años y eso está al alcance de muy pocos”, supo decir Andrés Iniesta, ex compañero en el Barcelona.
La presencia del 10 de Inter Miami en esta nueva edición de Copa América ante Canadá lo llevó a convertirse en el jugador con más partidos (35) en la historia del certamen. Atrás quedó el arquero chileno Sergio Livingstone (34). Y, además de continuar en el podio de máximo goleador de la Selección con 108 tantos, como si eso fuera poco, sus récords siguen: es el primer jugador argentino en participar de siete ediciones de este campeonato sudamericano: antes lo hizo en Venezuela 2007, Argentina 2011, Chile 2015, Estados Unidos 2016, Brasil 2019, Brasil 2021 y ahora en Estados Unidos 2024.
Messi se reinventa. No sólo las arregla para seguir presente en las estadísticas mundiales, sino que también hace que su juego siga siendo decisivo para la Albiceleste. La velocidad dejó de ser su ancho espadas, ahora reluce su inteligencia –aunque nunca haya dejado de hacerlo– y sus pases en profundidad encuentran destinos inentendibles para la visión normal. Las pizarras tácticas no son suficientes para descular los espacios libres que encuentra este jugador de fútbol que camina y corre. Que va de menor a mayor y se parece más a la lentitud y explosión de una canción de Nirvana.
Es un jugador con sabiduría y experiencia. Un orfebre de jugadas que están construidas desde la serenidad y la tenencia de pelota. “Hace mucho que venimos haciendo esto nosotros. Tenemos la paciencia de tener la pelota, de moverla, a veces se nos hacía difícil encontrar los espacios, pero la mayoría de los rivales juegan distinto contra nosotros y nosotros tenemos que tratar de seguir teniendo el control para, cuando llegue nuestra oportunidad, aprovecharla”, explicó después del partido frente a Canadá.
“Las jugadas de Messi son comparables a las sonatas de Arturo Benedetti Michelangeli, a los rostros de Rafael, a la trompeta de Chet Baker, a las fórmulas matemáticas de la teoría de los juegos de John Nash, a todo lo que deja de ser sonido, materia, color, y se convierte en algo que pertenece a todos los elementos, a la vida misma”, lo describió Roberto Saviano, escritor italiano.
El capitán de la Albiceleste muestra una sonrisa cuando está dentro de una cancha y se complace de seguir en el fútbol. Su sensibilidad está en el disfrute del juego. Y ahora va por otra marca personal: ser el máximo goleador de la historia de la Copa América. En la actualidad tiene 13 goles y está a cuatro de alcanzar a su compatriota Norberto “Tucho” Méndez, quien actualmente lidera ese podio con 17 tantos. El próximo partido, para seguir en búsqueda de esta hazaña, será frente a Chile, el próximo martes a las 22 en el MetLife Stadium de Nueva Jersey.
La llama sigue encendida. El fútbol y la zurda también.