Color, forma, acción y sentido comulgan en un recorrido unívoco de exactos 90 minutos en Messi10, el espectáculo que la compañía de origen canadiense Cirque du Soleil estrenó originalmente en 2019 en Barcelona y hace unos días en Rosario, en el Estadio Cubierto del Club Provincial, donde iba a ofrecer funciones hasta este domingo 27 de agosto, antes de su desembarco porteño, en su gran mayoría con entradas agotadas, pero en las últimas horas agregó las últimas dos (ya están a la venta las entradas), para el viernes 1° y sábado 2 se septiembre, a las 21.
Lejos de acercarse a cualquier posibilidad de una biopic escénica del mayor astro del fútbol mundial del presente nacido en Rosario hace 36 años, Messi10, como la mayor parte de la producción de la consagrada compañía que en 2024 cumplirá cuarenta años de recorrido, se revela casi como una epifanía, un sueño que dialoga con la historia del astro local al mismo tiempo que, como fábula, deja en claro que puede haber un 10 en cada ser humano que así se lo proponga.
Pero, y sobre todo, el material compuesto por una sucesión inagotable de escenas donde la destreza y la tecnología entablan un vínculo dialéctico que no suele abordar tan buenos resultados como en este caso, porque el equilibrio también debe ser narrativo y de recursos, toma al número 10 como una cábala, pensándolo desde aquellos rasgos que representa, dejando un 10 plantado en la espalda de cada uno de los artistas que pisa la arena. Entre más, armonía, complitud, cierre e inicio de una nueva etapa y la concreción de un deseo o un sueño que se tiene desde niño conviven en el número 10.
Es precisamente en ese territorio emocional y físico que un equipo de notables performers-movers juega, porque aquí lo lúdico es una clave basal desde la irrupción iniciática y en la previa de un clown, como es tradición, que abre el juego y propone una alegría que late hasta el final. Esos enormes artistas se divierten, muchos vuelan y hasta flotan en el aire no sólo desde la conocida precisión que es condición en este tipo de shows y sobre todo de la compañía con la que nació el circo-teatro a nivel planetario sino desde una profunda y manifiesta sensibilidad.
Tradición del Cirque du Soleil, el cuerpo es una vez más el gran paradigma, en virtud del cual todo puede ser posible, todo puede pasar, todo desde un cuerpo dispuesto, presente, que parece no tener limitaciones, donde el entrenamiento y la tenacidad, como en Messi, consiguen lo imposible. Pero aquí, a diferencia de otros shows similares, esos cuerpos se encuentran en un espacio despojado, la resignificación de una cancha de fútbol (de 41 metros de largo por 14 de ancho) que se mueve y articula a partir de una calle central donde se impone la simetría con los arcos como potenciales fugas, arcos como cielos, como nubes, como parte de ese sueño que a Messi le llevó 17 años poder cumplir en su carrera hacia la profesionalización definitiva.
En el mismo sentido, un treintena de atletas de más de quince nacionalidades diferentes, conocedores de las lógicas circenses, toman los recursos del circo tradicional y los resignifican desde un código propio, incluso, y como ya es habitual, desde la construcción de objetos diseñados y pensados para potenciar cada una de esas escenas-números, donde las telas son sogas, los trapecios, plumas o los arcos tridentes.
Desde la tradición de las técnicas acrobáticas de piso que transitan gran parte del espectáculo pero con un enfoque dinámico y plástico donde la destreza y la pulcritud son de excelencia, hasta otras como el diábolo, el cuadro con el objeto-malabar chino que acopia siglos como protagonista, que se lleva uno de los mayores aplausos del show, pasando por un número de contorsionismo imposible donde la dificultad parece no existir hasta, incluso, un palo chino muy en diálogo con la robótica que parece escapado de Star Wars, Messi10 tiene, al mismo tiempo, frente a esa inefable virtud de modernidad un encanto que conecta con el pasado, con la pasión por la pelota, con lo sepia de la tapa de una vieja revista deportiva, con un potrero que dista mucho de la tecnología pero que, sin embargo, la pone a su favor de manera sensible e inteligente.
Una pelota, cien pelotas, infinidad de pelotas. El ángel que carga en su espalda con una red que lleva consigo todos los goles del consagrado astro del fútbol; un funambulista que no necesita demasiada altura para quitar el aliento, unos niños que juegan y se divierten en la intimidad de un vestuario, en medio de una textura de tramas y recursos donde la luminotecnia, la música y las pantallas led móviles de grandes dimensiones, como las de los grandes estadios, que suben y bajan, suman a ese ejido de recursos superpuestos donde, como en los sueños, los correlativo no existe.
Estrenó “Messi10”, del Cirque du Soleil, donde la magia del circo y la del campeón fueron una
Messi aparece cada tanto (algunas son imágenes rodadas especialmente para el espectáculo). Aparece como el niño que sueña ser un héroe, como el astro consagrado, como una animación, como los millones de imágenes que recorren el mundo en remeras, camisetas, gorritos; como el pibe que parece haber nacido para superar obstáculos y alcanzar la pelota que lo espera para el gol a lo que dé lugar.
Messi aparece para recordarle a los presentes que esa también es su historia, la de un ídolo que sabe de derrotas y la de Argentina festejando a sus pies la Tercera Copa del Mundo. Incluso, por un momento, el espectáculo se retrotrae al 18 de diciembre pasado, a esa final de abrazos sin grietas. Por un momento, la platea, los artistas, el universo, parecen respirar un mismo aire mientras estallan los aplausos.