Junio del 86. México DF. Diego se acerca a un grupito de pibes con camisetas y banderas argentinas. Hace jueguitos y malabares con una pelota como él solo sabe. Habla con todos, firma autógrafos. En unos días le hará a Inglaterra el gol del siglo, se convertirá en barrilete cósmico, recordará a los chicos de Malvinas, levantará la Copa del Mundo y sabrá cuánto pesa, y será leyenda por siempre.
Pero ahora Maradona le dedica tiempo a este encuentro en México con las hijas y los hijos de los exiliados, parte de los cientos, miles de perseguidos por la última dictadura cívico-militar. «Me acuerdo que Diego nos hizo una exhibición. Los demás estaban entrenando y nos firmaron después pero Maradona fue el que más nos hizo caso», cuenta Violeta Zylberberg a Télam desde Oaxaca.
«Yo nací en México en el ’77. Tengo un tío desaparecido y mis padres se exiliaron en el ’76 con mi hermano mayor Luciano. Íbamos a una escuela en el que la mitad de los niños éramos ‘argenmex’ y muy futboleros. Por medio de un profesor que conocía a Bilardo pudimos ir donde concentraba la Selección», recuerda Violeta.
Maradona no sabe que está a días de hacer el gol con la Mano de Dios y el mejor gol de todos los tiempos ante Inglaterra y entrar en la eternidad. Sí sabe que esos chicos argentinos a los que les firma están ahí, en México, mirándolo, admirándolo, porque tienen una historia que los marcó y los marcará para toda la vida.
«Todos queríamos ser futbolistas, ser como Maradona, era como nuestra máxima expresión de la argentinidad», afirma Nicolás Pírez, que nació en Córdoba, se exilió con su familia en México cuando tenía un año y medio, y volvió a Argentina en 1987.
«Cuando se murió Maradona, en el grupo de Whatsapp de la primaria (Herminio Almendros) empezaron a mandar fotos de este encuentro y lo recordamos con mucho amor. También en el grupo de Hijas e Hijos del Exilio en Facebook. Yo tenía guardada la entrada del partido contra Inglaterra, al único que me llevaron, es una reliquia», agrega Pírez, biólogo, investigador del Conicet y docente en la UBA en la carrera de Biología.
Miguel Maestre Galli y su hermano Pablo también estaban en ese grupo y tuvieron más de un encuentro con el Diez. «Ese día en la concentración en el complejo del América, Maradona se mandó una exhibición maravillosa y después nos hizo pasar a algunos para jugar. Yo tenía unos nervios, la pelota me quemaba, la pasaba rápido. Diego nos preguntaba cosas, nos llevó con los otros jugadores para que nos firmaran, fue increíble», relata Miguel, que nació en México en el ’77 y retornó a la Argentina a fines del ’95.
«Diego reflejaba en nuestros padres esa argentinidad, ese amor a la patria, a los que lucharon. Amaba a la niñez. Cuando jugaba con alguno de ellos, jugaba y se convertía en ese pibe humilde. Nunca se olvidó de dónde vino y por qué luchaba», agrega Maestre Galli, hoy kinesiólogo. «El sentimiento futbolero siempre fue argentino. Maradona reafirmó en muchos de nosotros, aunque nacidos en México, esa identidad ‘argenmex’. Me acuerdo del relato de Víctor Hugo y de que para el Mundial ’86 en mi casa se había comprado una TV color de 20 pulgadas por primera vez», destaca Violeta.
Gracias a lo cabulero de Carlos Bilardo, la familia de Miguel se enteró que Maradona iba a ir al mall Perisur, una visita que repetía después de ganar. El shopping quedaba a pocas cuadras de la Villa Olímpica, que eran edificios que habían quedado de los Juegos del ’68 y en los que había una gran comunidad argentina. «Estaba solo mirando un local de ropa, nos acercamos con mi hermano, con un álbum lleno de fotos de la AFA y le digo: ‘Diego’. Me mira y me dice ‘¿Otra vez por acá, pibe? Nos firmó y nos tocó la cabeza y nos revolvió el pelo con un gesto fraternal. Nos preguntó si vivíamos cerca, y después lo reconocieron y se hizo una marea de gente y lo perdimos», recuerda Maestre.
Hincha fanático de Boca, Miguel Maestre vio muchas veces en la cancha a Diego («no sabés lo que lloré el día de su retiro con el discurso de ‘la pelota no se mancha’, cuenta) y se lo volvió a cruzar en un gimnasio donde iba a entrenar. «Sólo atiné a darle la mano y como un boludo le dije ‘te conozco del Mundial 86’. Claro, ¿quién no lo conocía? ¡Era Maradona! No pude decirle que era uno de los pibes que lo visitaron en aquella concentración en México».
Ernán Cirianni nació en el ’76 en la Argentina. Sus padres, su hermano de 4 años y él, que era un bebé, se exiliaron ese mismo año en México. Conoce a los otros ‘argenmex’ de la agrupación ‘Hijas e Hijos del Exilio’, pero en el Distrito Federal no vivía en la Villa Olímpica sino en las Torres de Mixcoac, otro destino de muchos exiliados sudamericanos. Su encuentro con Maradona en la concentración fue otro día y quedó publicado en la revista El Gráfico, después del partido de Uruguay y antes del encuentro de cuartos de final contra Inglaterra.
«Fui todo vestido de Argentina. Me acuerdo que Diego me preguntó de dónde era. Le dije ‘de Argentina’. ¿Y por qué hablás raro, nene? Le quise explicar de la manera en la que un niño puede explicar el exilio sin entenderlo, y me hizo un cariño en la cabeza. Sin decirme nada, interpreté que entendió todo», recuerda Ernán, historietista, quien regresó a Buenos Aires en el ’93.
«Un amigo de la infancia en México que ya vivía acá (Julián Bruschtein) me compró esa revista en Argentina y la guardó por diez años. Obviamente la tengo y también la remera que me firmó Maradona y los demás jugadores», suma Cirianni.
«¿Dónde está la remera que me firmó Maradona? Fue la pregunta histórica en mi casa. A mí se me perdió», admite Violeta Zylberberg. No es la única. Julieta Remedi, cordobesa hija de exiliados que formó parte de ese grupo y se quedó a vivir en México, también recordó «la gran suerte» de estar en ese encuentro con Maradona, aunque desconoce a qué lugar fue a parar aquella remera firmada entre «tantas mudanzas».
Cirianni, en cambio, confiesa que la camiseta autografiada por el Diez se la puso su mamá al perro cuando cuatro años después salieron a festejar que salimos segundos en el Mundial de Italia ’90: «Hasta me acuerdo que fuimos a la casa del árbitro Codesal (el que cobró el penal con el que Alemania le ganó la final a la Argentina) con cientos de argentinos a protestar, ja».