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Mi gran casamiento calabrés: historia de viaje y encuentros

Por Paulo Menotti.- “Mingo” Chindamo cumplió dos sueños: regresar a su tierra y unirse a su compañera en la misma iglesia que sus padres.

Domenico Chindamo, Mingo, un reconocido militante del Sindicato de Prensa, cumplió el sueño de volver a la tierra que lo vio partir a los 3 años, el pueblo Laureana di Borrello, en la región de Calabria, Italia. Pero no fue sólo eso; lo más importante es que llevó a su compañera a un viaje que incluyó casamiento y luna de miel en la Reggio Calabria, donde nació hace casi 63 años. En la misma parroquia donde se casaron sus padres y donde fue bautizado, Mingo recibió la bendición de los anillos que lo unen a Susana Diciembre, pero también se encontró con parientes a los que ni siquiera conocía.

Todo se inició a raíz de una inesperada “soltería” que lo arrojó a la vida noctámbula rosarina. Allí, Mingo fue más conocido como “Marcelo”, el hombre que lustró más de una pista de baile y deslumbró a las damas rosarinas con uno o varios versitos. Tras una serie de largas desventuras que, incluso, lo transportaron a brazos cariocas, el héroe terminó siendo conquistado por Susana. Desde entonces y paso a paso, la larga jornada laboral en el Sindicato de Prensa Rosario (de reuniones, acompañamiento en conflictos laborales y más reuniones) no terminaba en largas y ajetreadas salidas a las boites de la ciudad, sino que fueron reparando en la seguridad y el confort del hogar. Esa noble conducta de ir de casa al trabajo y del trabajo a la casa necesitó un broche de formalidad. A más de un lector sorprenderá saber que Chindamo se animó a dar el “sí”, pero en Italia. La promesa fue hecha también para contradecir a los lenguaraces que dijeron que Domenico le estaba mintiendo a Susana.

“Yo prometí que antes de morirme quería conocer dónde había nacido. Mi viejo me hablaba de que era un lugar hermoso pero por el asunto de la guerra tuvieron que emigrar. Ellos decían siempre que querían volver pero nunca pudieron por cuestiones económicas. El deseo de él lo quise hacer yo, lo que no hizo mi padre” recordó Mingo.

Pero no iba a ser un viaje en solitario, sino que era acompañado y con sorpresa.

El viaje

“Se dio la oportunidad de que conocí a Susana y le prometí  formalizar con ella en Italia. Fue así que un día empecé a hablar con el cura, a telefonearlo a Vicenzo Feliciano. Le dije que iba a ir el 7 de septiembre para casarme al día siguiente. Llegamos un viernes después de quince horas de viaje a Reggio Calabria. Yo no sabía que tenía parientes, entonces golpeo en la iglesia y sale el padre Vicenzo que me atendió con mucho cariño. La verdad es que le debo un montón, porque gracias a él conocí a un pariente, nada más y nada menos que un primo hermano por parte de mi mamá”, contó Chindamo.

Una vez allí, el párroco lo recibió en la iglesia Santa María degli Angeli e San Gregorio Taumaturgo. Mingo ya se había contactado con el cura anteriormente, le dijo que había nacido en ese pueblo y que lo habían bautizado en esa iglesia, la única que quedó de las tres que había. Entonces, el padre Vincenzo se lamenta que fueran a celebrar una unión ellos solos, sin tener un familiar. “Entonces me empezó a preguntar por el apellido de mi padre y a mi madre y empezó a llamar por teléfono. Como dos horas estuvo. Mi madre es de apellido Dromi. Él buscó familia Dromi y faltaba una familia sola que no se pudo contactar. Me dice, la verdad es que me quedo muy apenado por no encontrar a nadie”, recordó Chindamo sobre el primer día que pasó en su pueblo.

Pero al día siguiente se produjo un milagro. “Cuando llego el sábado al mediodía a la iglesia, me dice Vicenzo: «Tengo una sorpresa para darte. Va a venir un primo hermano tuyo a esta ceremonia»”, expresó emocionado Doménico. El cura le bendijo los anillos y la pareja argentino-italiana tuvo su festejo. En la ceremonia participó su primo Giusseppe Dromi, su esposa Maria Grupico y sus hijos Antonio, Carmelita y Alexia, a quienes Mingo no conocía.

“A Susana y a mí nos esperaba el remise para volver a Reggio Calabria pero mis parientes no me dejaron volver, me invitaron a comer la pasta con mariscos. Bueno, nos abrazamos, lloramos. La madre de él sacó una caja con fotos donde estaba justamente la foto de mi mamá y eso me hizo llorar como un chico, me emocioné. Después almorzamos, pregunta va pregunta viene. Él quería que me quedara a dormir en su casa. Me invitaron a pasear todo el domingo por Reggio Calabria, Laureana di Borrello y pude ver dónde vivía yo”, rememoró Chindamo emocionado tras cumplir el sueño de volver a sus raíces.

De la guerra a la Argentina

“Yo me vine a los tres años, en el 53. Mi mamá se llamaba Josefa Dromi y mi papá Roque Chindamo. Él estuvo dos años en guerra y dos años prisionero de los alemanes. Mi papá se golpeó la cara con sus compañeros, los alemanes pensaron que tenía papera y se escaparon de Alemania. Llegó flaco, ya lo creían muerto y con una caña en la mano. No podía ni caminar, me contó mi mamá”, relató Mingo quien además recordó que su familia era campesina, y cultivaba olivares.

Mingo, hermano del medio después de María del Carmen –“Melina le decimos como en Italia”, destacó Chindamo–, y Rafael, el primer argentino de la familia, contó que su padre golpeado por la guerra vino a Rosario a probar suerte. “Cuando llegó empezó a trabajar de albañil, lo único que sabía hacer. Estaba Perón en ese entonces. El día que fue a buscar trabajo lo tomaron y le dijeron que fuera al otro día, pero él insistió en quedarse. Le preguntaron cómo iba a trabajar con saco. «Es la única ropa que tengo», les respondió”, recordó Mingo.

Cuando su padre ingresó en el ferrocarril, en vías y obras, y entonces pagó los pasajes de la familia en el barco, Contegrande. “Llegamos acá y para nosotros era hermoso, salir de una guerra y encontrarse en la Argentina fue una gloria. Por eso mi madre nunca quiso volver a Italia. Vivía atormentada por los truenos: se escondía porque se acordaba de las bombas que tiraban”.

Como era costumbre antes, Chindamo comenzó a trabajar a los 13 años en una fábrica de cepillos. Luego pasó por la fábrica de herramientas Martini, otra de mesas, otra de asientos para bicicletas y luego en talleres del ferrocarril en Pérez. Posteriormente su hermana se casó con un linotipista que lo llevó al ambiente gráfico. Por su consejo trabajó en limpieza en el diario La Tribuna y fue aprendiendo la mecánica de las linotipos. Así fue que se animó a “hacer puerta” en el diario La Capital. Allí reemplazaba a los trabajadores por el jornal hasta que quedó efectivo en 1977. Sin embargo, el sistema de impresión del diario fue cambiado y los linotipistas fueron despedidos. Chindamo logró quedar en otra sección del diario, en transporte, pero terminó su experiencia laboral en el decano de la prensa argentina en la sección compras, de donde sin suerte intentaron despedirlo, hasta que llegó al Sindicato de Prensa.

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