Un hombre se despierta de un letargo, quizás de un sueño; está encadenado, y al abrir los ojos, frente a un cuestionario infernal, cae en la cuenta de que ha sido acusado de violar la ley. Es a partir de esa instancia que se cuestiona si está dispuesto a cumplir con una supuesta condena, aunque quizás todo se trate de una ficción de la que está siendo protagonista, una especie de dictadura de la risa tan ligada al presente donde a veces el mejor refugio contra la tormenta, es la misma tormenta.
En los entretelones de yilá, proyecto teatral que juntó desde la idea o disparador dramático al actor Pablo Boffelli, desde la dirección y puesta en escena a Carlos Romagnoli, con la producción de Claudia Giordana, vestuario de Lorena Fenoglio, entrenamiento corporal de la bailarina Rocío Martín, fotografía de Juan Pablo Giordano y comunicación y difusión de Alita Molina, y que este viernes desembarcará en la sala La Escalera, aparecen una serie de cuestiones que van desde un término que viene de la cultura chaná, el yilá del nombre de la obra que significa sonrisa, hasta algunos capítulos de Mr. Robot, la serie yanqui protagonizada por Rami Malek, cuyo personaje es reclutado por un anarquista conocido precisamente como Mr. Robot, interpretado por Christian Slater, para unirse a un grupo de insurrectos vengadores, dispuestos a dar fin al sistema bancario. En el medio, el trabajo de escritura inicial, una serie interminable de versiones y ensayos de más de un año en tiempos pandémicos, llegaron a un presente donde se volvió imprescindible confrontar la obra con el público.
De este modo, lo que comenzó a partir del trabajo conjunto y de unos primeros quince minutos se convirtió en una obra, un tiempo de búsqueda y experimentación en el que la resistencia de la idea con el trabajo de Boffelli en escena y una atractiva partitura de acciones en la que se fueron quedando con lo más interesante y revelador terminó de dar forma a yilá, de algún modo un espejo para las y los espectadores que invita a quitarse “el trapo de la cabeza” y llevarse más preguntas que respuestas.
Un mundo inventado
“En un principio, Pablo trae un texto escrito y unos quince minutos desarrollados a partir de ese texto; en ese momento ya planteaba tres personajes que siguen hasta el presente aunque aparezca uno más en primer plano. Ese disparador está inspirado en el Capítulo 7 de la última temporada de Mr. Robot. La serie en general, pero ese momento en particular, le generaron a Pablo una gran intriga que lo modificaron totalmente: allí el personaje protagónico se da cuenta, descubre, que está viviendo en un mundo inventado por él mismo, donde hay un personaje, precisamente Mr. Robot, que es con el que se comunica y es el que le permite vivir. De allí tomamos la idea de este personaje que vive en un estado de encierro, aislado de la sociedad, escondido y muy cansado de todos los mandatos respecto de cómo vivir o cómo comunicarse con los demás, dejando de ser él mismo”, contó el director acerca de la génesis de esta especie de distopía que se convirtió en una crítica acerca de los mundos inventados del presente, “esos espacios o lugares con los cuales no estamos de acuerdo, no concordamos, pero que tenemos que aceptar para poder vivir en sociedad”, sumó Romagnoli.
La obra se concretó en el medio de los años de pandemia, y obviamente ese mundo del encierro se metió dentro del proceso creativo. “Ese ocultamiento que se plantea desde el personaje empezó siendo el de las máscaras y los barbijos usados en pandemia pero después nos dimos cuenta que hay una idea o factor común, una especie de metáfora acerca de que todos vivimos con un trapo en la cabeza permanentemente y no vemos la realidad tal como es sino que la pasamos por filtros como son las creencias, o cómo nos dicen que tenemos que ser. Nos marcan lo que está mal o bien y si no respetamos esos dogmas somos condenados porque vivimos en la cultura de la cancelación. En ese recorrido apareció también un video que da vueltas por la web que se llama Sonríe o muere, que habla de esta dictadura de la meritocracia, de la sonrisa todo el tiempo, de esa idea que sostiene que lo que tiene cada uno es por un logro personal y que los que no tienen nada no es porque no tuvieron oportunidades sino porque no las supieron aprovechar”, destacó el creador.
La sonrisa, la mueca
“yilá es un término que viene de los pueblos originarios de nuestra región, particularmente de la cultura chaná, y significa sonrisa; en esas comunidades intentaban no reírse o bien no sucumbir ante la cultura de la sonrisa, quizás buscando alcanzar un cierto grado de meditación, profundidad y reflexión ante la vida. Nosotros vivimos en la cultura de la sonrisa permanente, de la sonrisa para la selfie donde el que no se ríe se queda afuera de la foto”, contó Romagnoli acerca del nombre de la obra que encierra cierta ironía donde, desde el imaginario de un país atravesado por una de las peores dictaduras cívico-militares de las que se tenga memoria, un hombre encadenado y con los ojos vendados, indefectiblemente, remite al imaginario de aquellos años de oscuridad.
“La silla junto con las cadenas representan el miedo; es ese miedo que nos mantiene atados y no nos permite movernos con libertad, el miedo y la inseguridad con la que convivimos, esa idea, también, de tener miedo a no quedar bien, a quedar como un sacado. Todo eso también aparece reflejado a través del vestuario que lleva el personaje: son como colgajos, una especie de cosa arbórea que para nosotros representa los mandatos que nos meten en la cabeza desde que somos chicos que, como dice la canción de Serrat, «que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca», esa cultura del «todo no»”, contó el director acerca de lo que le pasa al personaje de yilá que de algún modo elige correrse de la realidad para no tener que estar todo el tiempo fingiendo.
“El estado y el lugar en el que se encuentra el personaje quedará a criterio de las y los espectadores que serán en definitiva los que completen un sentido en relación con lo que pasa, con el lugar, si es o no un sueño o una alucinación, respecto de este hombre que es atrapado por estos entes policiales, estos represores que le plantean que ha sido denunciado, aunque no sabemos por quién, y que ha sido condenado sin ningún juicio previo, algo que también pasa todos los días en la Argentina. La diferencia es que lo llevan a un lugar donde reina la ficción, un escenario, donde tiene que hacer reír a la gente, es decir sostener esa «cultura de la bolsa en la cabeza» que, al mismo tiempo, es la cultura de la evasión, la de no ver la realidad, la de no ver lo que está mal, lo que nos angustia o entristece. Es un poco esa idea que escuchamos todo el tiempo de no querer ver las películas tristes, sólo las comedias, la cultura de la evasión, de no pensar, de no mirar para el costado, de no ver que nos están inundando de humo, de balas, nos están matando pero no lo estamos viendo. Todo pasa hasta que ponen en tensión su voluntad y quizás llegue el momento de sacarse la capucha de la cabeza y ver lo que hay que ver”, sumó el director respecto de un imaginario de nuevos modos de dictadura que aparecen revelados en la obra, ligados con una idea de ficción que, se supone, es la vida real.
Finalmente, el director habló acerca de cómo la pandemia, una distopia en sí misma, fue determinante en el proceso de creación y montaje de yilá: “En este tiempo nos preguntamos muchas veces cómo seguir produciendo teatro; hay cosas que siguen igual como si no hubiese pasado nada y pasó una pandemia y murieron millones de personas. Nosotros estamos convencidos que la pandemia debe ser una invitación a la reflexión, a mirar de verdad lo que está pasando, porque la pandemia nos desnudó a los seres humanos, nos mostró lo que somos realmente, el grado de mezquindad y egoísmo que vive la humanidad que es atroz: gente muriendo por covid y países tirando vacunas vencidas. Escuché recientemente a un filósofo decir que el cuerpo social no se va a curar si antes no se cura el individuo, y esa idea también ronda el imaginario de esta propuesta, porque finalmente este hombre también se quiere reír pero pretende que esa risa sea humana y real y no la risa como un estado de adormecimiento permanente”.
Para agendar
yilá, obra que cuenta con el apoyo del Plan de Fomento del Ministerio de Cultura de la provincia y un subsidio de creación del Instituto Nacional del Teatro, tendrá su estreno este viernes, a partir de las 21, en la sala La Escalera, de 9 de Julio 324, donde seguirá en cartel los restantes viernes del mes. Las entradas se reservan a través del 341-3064009 o se compran en https://linktr.ee/yila.teatro
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