“Pero su inconciente dice otra cosa”, era el insistente argumento con el que una psicóloga psicoanalista utilizaba para convencer a su paciente de la veracidad de su interpretación. Y la paciente no pensaba lo mismo. Es más, esa interpretación no le resultaba convincente. Lo que sucede es que vivimos en un mundo de interpretaciones, y eso parece que a veces se olvida fácilmente. Más fácilmente cuando se cae en errores como el viejo y conocido “animismo” (“del latín anima, alma es un concepto que engloba diversas creencias en las que tanto objetos –útiles de uso cotidiano o bien aquellos reservados a ocasiones especiales– como cualquier elemento del mundo natural –montañas, ríos, el cielo, la tierra, determinados lugares característicos, rocas, plantas, animales, árboles, etcétera– están dotados de alma y son venerados o temidos como dioses”, según Wikipedia). La definición olvidó la opción de adjudicar alma y vida a los conceptos.
¿Por qué la interpretación de un paciente debe ser necesariamente “errada” y la del psicoterapeuta, no? Si, finalmente, es una cuestión de interpretaciones (fundadas en un mundo de ideas y conceptos puestas al servicio de una explicación posible). ¿O acaso los psicoterapeutas cuentan con un oráculo o de su boca salen verdades reveladas? ¿O cuentan con textos sagrados que los guían hacia la luz de la verdad?
Mundo de interpretaciones
Vivir en el mundo olvidando que el mundo humano es un mundo de interpretaciones es, sencillamente, “cosa de locos”. Obviamente, esto no significa que existen varios mundos paralelos y tangibles. Significa que hay tantos mundos en los que se vive como interpretaciones sobre él puedan hacerse. Mundos en los que viven los que hacen esas interpretaciones y no otras. “¿En qué mundo vivís?”, se suele preguntar. Me remito si no a aquella mitad vacía y mitad llena, también a lo bueno y lo malo, los buenos y los malos, así como lo lindo y lo feo, lo correcto y lo incorrecto, lo creíble y lo no creíble. Finalmente interpretaciones basadas en valoraciones culturalmente definidas. Lo bello, lo correcto, lo posible o imposible, son interpretaciones construidas. Los fantasmas existen para los que creen en ellos y así con innumerables creaciones y construcciones humanas.
La cultura maya, los egipcios, los griegos, los hindúes, los chinos, todas estas y otras tantas antiguas civilizaciones, tenían sus propias interpretaciones sobre la creación del mundo, sobre “el origen”, finalmente. Muchas sobreviven, porque muchas personas aceptan como válidas estas interpretaciones. Y así como cayó el geocentrismo (el planeta Tierra como centro del sistema en lugar del sol), cayeron y seguirán cayendo otras interpretaciones consideradas como “Verdades”.
Ya por los 80, el recordado Carl Sagan afirmaba que el “big bang” era el mito sobre el origen con el que contaba la ciencia. Los mitos, los oráculos, las interpretaciones únicas, las verdades incuestionables son enemigos del desarrollo del conocimiento. Y hasta se los encuentra en la ciencia.
Por lo que, la cotidianidad no es más que la suma de interpretaciones y valoraciones personales, grupales y culturales que se sostienen en el tiempo, mientras haya quienes las consideren verdaderas. Y si se sabe que en otros momentos formaron parte de la cotidianidad de aquella época, como verdades validadas, también es parte de nuestra cotidianidad como conocimiento del pasado o como supuestos conservados y todavía válidos para explicar nuestra realidad.
Apelando a la memoria
En los 80 solía pensarse que en el origen de los “trastornos mentales” había situaciones de abuso sexual en la infancia, que habían sido olvidados. Hasta tal punto es así que el DSM IV (clasificación internacional de los trastornos mentales) las incluyó como causa posible de la bulimia, por ejemplo. A la psicóloga Elizabeth Loftus le llamó la atención la cantidad de acusaciones y juicios de hijas e hijos a sus padres por abusos sexuales tempranos. Todos fundamentados en el hecho de que los abusos habían efectivamente sucedido y que en determinado momento fueron recordados y sacados del olvido por las personas abusadas. Se trataba, entonces, según lo entendió Loftus, de investigar el funcionamiento de la memoria. Porque los abusos sostenidos en el tiempo, generalmente, no son fácilmente olvidados. Es que la teoría de la época sobre la memoria afirmaba que los recuerdos habían sido “reprimidos”. Y con eso bastaba.
Lo que sucedía era que al igual que la invasión extraterrestre y las abducciones, los abusos sexuales generalizados se instalaron como verdades y muchas personas comenzaban a “recordar” lo que nunca les había sucedido. Todos creían firmemente (jueces incluidos) que los abusos habían sucedido y que habían sido reprimidos. La ciencia de la época lo confirmaba y validaba pero Elizabeth Loftus, experimentando con la memoria, demostró que era finalmente un mito más.
Los recuerdos parecían poder “implantarse”, como en la ciencia ficción (Blade Runner y El vengador del futuro, son ejemplos). A partir de ese momento, la memoria y la teoría de la represión, dejaron de ser confiables.
No es que los abusos no existían, es que no había en ese momento tantos como las personas lo creían y estaban convencidas de ello. La ciencia (y también la memoria) habían inventado un mito como otras tantas construcciones culturales lo hacen. Y sus efectos eran variados (sufrimientos, reclamos, juicios, etcétera). Sólo daños colaterales.
¿A dónde remitirse entonces?
Ciencia y espiritualidad, sanación y curación, remisión sintomática y sanación, síntomas, alma y espíritus se mixturan sugestivamente. Algunos de los mitos del pasado “están vivos y presentes” porque funcionan eficientemente, y los presentes no serán los futuros, que tendrán los suyos. O al menos es lo que se espera. Ya lo sabemos, es la frondosa e irreprimible imaginación humana articulada a la necesidad de dar sentido. Cuanta más desesperación, más creación de mitos; cuanta más ignorancia, más creencia ciega. A las pruebas me remito.