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Miguel Lifschitz: el día en que las campanas tocaron a duelo en la política santafesina

El reciente fallecimiento de Miguel Lifschitz debido al contagio de covid-19 pone de relieve que, a pesar del “negacionismo” de algunos, el descreimiento de otros y el descuido de los de más allá, los peores augurios se terminan cumpliendo

Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano

Nuevamente, las campanas tocaron a duelo en los recintos de la política santafesina. El reciente fallecimiento de Miguel Lifschitz debido al contagio de covid-19 pone de relieve que, a pesar del “negacionismo” de algunos, el descreimiento de otros y el descuido de los de más allá, los peores augurios se terminan cumpliendo. En estos días se multiplicaron los obituarios recordando su paso por los ámbitos que lo tuvieron como protagonista, y resulta consolador comprobar cómo, desde distintas vertientes partidarias, destacan su comportamiento activo y componedor, alejado de los fastos del poder y amigo del contacto directo con la gente. Tal como destacara el colega Ezequiel Nieva en una nota publicada en El Ciudadano: “Con su impronta de gestor siempre dispuesto a escuchar y debatir, el ex gobernador socialista dejó una huella imborrable en la política provincial y nacional. Lo remarcaron sus compañeros y sobre todo sus adversarios. Lifschitz deja un potente legado como dirigente partidario y como militante de la democracia que enriquece a Santa Fe y revaloriza el rol de la política como herramienta de transformación”.

Sin dudas, la partida de una figura pública a causa de la pandemia que está azotando el planeta debiera hacernos reflexionar sobre la medida de nuestros comportamientos, el modo en que cuidamos y nos cuidamos, y las cuestiones que privilegiamos en momentos críticos como estos. Pero sobre todo resulta una advertencia descomunal para el propio ego, la mayoría de las veces con tendencia a reconocerse infalible, invulnerable y porque no, casi inmortal. El “a mí no me va a pasar”, aunque sea de modo inconsciente, es el primer aliado del “enemigo invisible” con forma de coronita que espera, cauteloso, el momento de encontrarnos con la guardia baja para devastar nuestros órganos, destruir la psiquis y consolidar una nueva forma de poder: el farmacológico.

Con un capital más alto que el PBI de muchos Estados nacionales, las organizadoras del nuevo mapa mundial –las compañías farmacéuticas– han visto aumentar sus beneficios en forma exponencial a partir del desarrollo de las imprescindibles vacunas, habilitantes de la añorada “vuelta a la normalidad”. Bastante reacias a mostrar sus números de venta, y muy activas en cuanto a la realización de un monumental lobby en contra de la liberación de las patentes (necesarias para estimular la innovación, según dicen), los millonarios conglomerados empresariales que se dedican a la producción de medicamentos han visto crecer sus cifras de un modo casi pornográfico durante el último año. Según datos preliminares de Fortune Business Insights, consultora de investigación de mercados y soluciones integrales a empresas, en 2020, mientras la pandemia confinaba a más de las dos terceras partes del planeta y provocaba la mayor recesión mundial en tiempos de paz, el sector generó 1,31 billón de dólares, situando como motor del incremento de ingresos la paulatina aceleración de la demanda de vacunas y de tratamientos efectivos para combatir al covid-19. Por otra parte, análisis privados otorgan al sector farmacéutico una tasa de crecimiento para el periodo 2021-2025 del 7,1%; un salto que situaría el volumen de negocios de la industria, al término del lustro actual, por encima de los 2 billones de dólares. En ese sentido, ya a principios del 2021, la farmacéutica anglosueca AstraZeneca por ejemplo, había anunciado que durante 2020 obtuvo un beneficio neto de 3.200 millones de dólares, un 159% más que el año anterior, destacando asimismo los importantes ingresos provocados por los avances en el desarrollo de la vacuna contra el covid-19.

Y es que la vacuna continúa siendo el gran diferencial a la hora de definir el modo de gestionar esta pandemia. Mientras los países que han logrado comprar y distribuir un buen número de dosis se aprestan a retomar las actividades habituales, el resto sigue cavando fosas para enterrar a las víctimas mortales del virus. De acuerdo a una estimación realizada por la agencia de noticias France Presse en base a cifras oficiales, la pandemia de covid-19 ha matado a casi 3,3 millones de personas en el mundo y contagiado a 158 millones. A pesar de ello, una publicación difundida en estos días por la misma agencia da cuenta de cómo los países de Europa comienzan a levantar restricciones de frente al verano boreal.

En el Reino Unido, el país más enlutado de Europa con 127.000 decesos, su primer ministro, Boris Johnson, ya anunció nuevas medidas para suavizar las restricciones a partir del 17 de mayo. Desde ese día, los británicos podrán reunirse en lugares cerrados en grupos de hasta seis personas, y los pubs y restaurantes podrán reabrir también sus salones, además de sus terrazas. Esto se ha logrado gracias a que, desde el inicio de la campaña de vacunación en diciembre, más de 35 millones de los 68 millones de británicos han recibido al menos una dosis de la vacuna. En España, un viento de libertad se alzó el domingo con el fin del estado de alarma sanitario. Los habitantes pudieron de nuevo salir de la región o congregarse en las calles, generando imágenes que dieron la vuelta al mundo y provocaron reacciones en la clase política. «El fin del derecho de excepción no significa el fin de las restricciones. (…) La amenaza del virus persiste”, escribió el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, en un artículo en el diario El País. Grecia, en tanto, a la espera de la lucrativa temporada turística que arrancará el 15 de mayo, ya reabrió las escuelas cerradas hace seis meses; mientras que hoy más de 7 millones de alemanes vacunados se benefician con la flexibilización de las estrictas normas sanitarias, y pueden volver a reunirse en grupo o entrar a cualquier tienda sin tener que presentar un test negativo.

En Argentina, en cambio, durante las últimas tres semanas el promedio de muertes diarias se ha duplicado. Y esto ocurre porque durante el transcurso de esta pandemia las inequidades y sinsentidos han mostrado su costado más amargo. Desde el inicio hemos visto funcionarios que menosprecian la salud de la población, desconocen el sufrimiento ajeno, aprovechan para impulsar sus carreras políticas, o se amparan en sus responsabilidades para acumular mayor caudal de seguidores, promoviendo acciones que no sólo causan daño en su entorno sino también, en un cruel efecto dominó, terminan afectando al planeta entero. Por eso, hoy más que nunca vale la pena destacar la figura de Miguel Lifschitz, un político que supo caminar sobre las arenas movedizas del poder y, sin perder su estilo amable, logró mejorar un poco la vida de muchos. Gracias, Miguel, Q.E.P.D.

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