El gobierno argentino, por medio de su presidente Javier Milei, insiste con meterse en los clubes. No sólo los de fútbol, aunque los flashes van direccionados hacia ahí. En respuesta, la Asociación del Fútbol Argentino sostiene los embates. El «debate» está instalado y el tire y afloje sigue. Mientras tanto, empiezan a aparecer los casos testigos de clubes de fútbol que fueron privatizados, como son los de Chile.
En una nota publicada en Tiempo Argentino, José Bezanilla y Álvaro Burgos, miembros de la Fundación Clubes, explican cómo el modelo de Sociedades Anónimas Deportivas desembarcó en el país vecino y los peligros que significaron para los clubes.
Chile, tierra de un pueblo maravilloso, también es un caso emblemático de la neoliberalización de muchos aspectos de la vida social y económica. Un ejemplo claro es el embate de las sociedades anónimas deportivas (SAD), que han resultado en un desplome de la participación ciudadana y han puesto el lucro como horizonte.
En nuestro país, se indujo la quiebra de los dos clubes más populares: Colo Colo y Universidad de Chile. En ese marco, se generaron las condiciones para impulsar un viejo anhelo de Sebastián Piñera: privatizar los clubes.
Piñera persiguió la posibilidad de transformar los clubes profesionales en empresas. Su interés era hacerse del poder en Colo Colo, para luego saltar a la presidencia del país. Berlusconi, Macri y Piñera siguieron el mismo derrotero.
En su último día como senador (marzo de 1998), presentó el proyecto de ley. Este fue recogido en 2002 por el gobierno del socialdemócrata Ricardo Lagos, quien lo adoptó prácticamente íntegro y lo presentó como su propio proyecto. La ley se discutió durante tres años y en 2005 se promulgó, iniciando así la transformación.
La discusión parlamentaria tuvo pasajes vergonzosos. Diputados del oficialismo como Fidel Espinoza y Matías Walker argumentaban apasionadamente a favor de la privatización. Espinoza dijo: “En nombre propio y de mi bancada (socialista), planteo nuestro total apoyo al proyecto”. Walker, por su parte, despreció a los hinchas diciendo: “No es posible que los clubes -instituciones que de alguna manera involucran una actividad empresarial- sean manejados con criterios de hincha y sin ninguna preparación profesional”.
Nos hacemos un mea culpa: quienes éramos jóvenes en esa época no estábamos conscientes del daño que se infligía sobre nuestros clubes; solo nos interesaba lo que pasaba dentro de la cancha. Y quienes eran mayores venían de una época donde organizarse y discutir política no era corriente. Una era de despolitización nos hizo desinteresarnos de los asuntos públicos. Así nos fue.
La promesa de las SADP fue triple: más éxitos deportivos, transparencia y garantizar la participación. En los hechos, nada de esto ha ocurrido.
El modelo no posibilitó más éxitos deportivos. Si bien la selección ganó dos Copas América, esto no se debe al modelo de SADP. A nivel de clubes, salvo la Sudamericana de la U en 2011, no hay mucho más que destacar. La competencia no ha mejorado su nivel, la crisis financiera de la ANFP es vergonzosa y los clubes no gozan en su mayoría de una sana administración financiera.
La transparencia es otra gran crisis permanente. Hoy existen SADP de las cuales no se sabe quiénes son los verdaderos propietarios. Se están involucrando agentes de jugadores, casas de apuestas y empresarios extranjeros que triangulan sus negocios entre clubes.
La participación de los hinchas se ha reducido a ser consumidores apasionados sin poder de decisión en sus organizaciones. Solo quedan unas pocas instancias como asambleas de accionistas, donde los accionistas minoritarios no tienen mucho para decir. Los socios/as ya no existen.
En Latinoamérica, tenemos la oportunidad de aguantar el chaparrón privatizador y proponer modelos de salida que sean mixtos y que no rompan con la esencia de los clubes. Alemania tiene el modelo de 50+1, donde la propiedad sigue siendo de los socios pero se permite el ingreso de capitales privados. Una pregunta abierta es: ¿dónde debemos dibujar nuestra frontera? Una propuesta que dibuje límites claros debe considerar al menos lo siguiente: los clubes de barrio no se tocan y los clubes profesionales deben ser siempre mayoritariamente de los socios/as. La decisión última debe ser de la asamblea de asociados y no de los accionistas.
Al mismo tiempo, en el caso de que ingresen capitales privados, y comprendiendo que este no es el escenario ideal, se deben crear mecanismos de control sobre estas fórmulas que permitan a los cuerpos de asociados de los clubes revisar los contratos cada dos o tres años y evaluar los resultados: ¿hubo inversión?, ¿aumentaron los ingresos de la institución?, ¿mermó o aumentó la participación de nuestros socios/as?
Un mecanismo de control es clave. En Chile, tenemos la experiencia de la Universidad Católica, cuya concesión está entregada a una empresa administradora hasta el año 2069 y cuya administración de su propio estadio fue traspasada a una nueva empresa creada para explotarlo comercialmente. Esa sería una pésima experiencia para replicar.
En resumen, en Chile las sociedades anónimas no cumplieron su promesa: no hubo más inversión, no hubo éxitos deportivos, no hubo más transparencia y, mucho menos, se abrió la participación. Los socios y socias fueron excluidos y el modelo social está olvidado por el momento, el formato mixto aún se visualiza lejos pero sería nuestra tabla en este océano privatizador.