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Mirá vos, acá estamos

Hace 22 años, una de las consignas publicitarias que acompañaron el lanzamiento de este diario fue “Un siglo por delante”.

Pretenciosa, osada, grandilocuente sin dudas, pero de algún modo en sintonía con el raro entusiasmo comunitario de aquellos tiempos ante la aproximación del cambio de centuria, y –sobre todo- anclada (a modo de promesa y desafío) en un karma rosarino: poquísimas veces algún medio gráfico alternativo al “Decano” logró sobrevivir más que un puñado de años, y en ese contexto la proclama procuraba convertirse en señal de autoconfianza y fortaleza.

Algo así como decir públicamente: esto viene en serio, nada de improvisación, aquí hay proyecto periodístico, equipo, inversión, y suficiente espalda como para continuar a flote todo el tiempo que demandara consolidar tamaña aventura editorial.

Como se sabe, no duró mucho esa convicción -desde el lado empresarial-, y a poco de que el monstruo saliera a la calle aquel juramento devino en algo parecido a la traición: pasaron cosas (pesaron intereses) que dejaron huérfano a esta especie de Frankenstein.

No viene a cuento reseñar aquí el sinuoso derrotero de porrazos y refundaciones que le pusieron sangre, sudor y lágrimas a esta historia, siempre sustentada en la firme voluntad gremial de bancar la cruzada (léase: fuentes de trabajo y expectativas de pluralidad informativa) más allá de –o pese a- los gerenciadores de turno.

Acariciando el 25% de la misión imposible

El tema es que, mirá vos, acá estamos. Lejos todavía de cumplir un siglo, pero ya casi acariciando el 25% de esa misión imposible, en modo autogestión (algo así como liberación versus dependencia), y en medio de una convulsión que, por supuesto, nadie imaginó nunca a la hora de inventariar eventuales obstáculos y piedras en el camino.

La súbita irrupción de la peste que un año atrás asomaba como lejano cuento chino derrumbó todas las estructuras, y en lo que concierne a lo nuestro –digamos, el oficio periodístico- implicó desafíos y novedades cuya verdadera magnitud está por verse, como aún está por verse la profundidad y eventual durabilidad del conjunto de cambios que está significando la pandemia para la sociedad toda.

Por un lado, hubo que improvisar el “teletrabajo”, obligado por la necesidad de distanciamiento en una redacción donde conviven grandes valores juveniles con lo que queda de la vieja guardia, los veteranos a quienes ahora se ha dado en llamar “grupo de riesgo”, como si hiciera falta más humillación que la sola mención de la edad, inequívoca cuantificación del impiadoso paso del tiempo.

Y no se trata esto –a lo que aún cuesta acostumbrarse- de una cuestión que trastoque sólo la habitual zona de confort para el desempeño laboral. En un rubro como el periodismo (inefable profesión que, a diferencia de cualquier otra, se la nomina por algo tan genérico e impropio como el de desempeñarse periódicamente) el distanciamiento no es gratis.

La interacción entre pares es subsanable; tanto el consenso editorial como las acaloradas discusiones de agendas, temarios  o enfoques pueden transcurrir vía zoom o whatsApp, pero la película es otra cuando se trata de las coberturas, de las entrevistas, ahora casi siempre mediatizadas por dispositivos tecnológicos que restan algo vital para esta labor: el “cara a cara”, las gestualidades del interlocutor, las miradas, el pulso de la calle, del barrio, los contextos, todo aquello que es esencial –y no accesorio- a la hora de registrar y reproducir con la mayor fidelidad posible circunstancias que transcurren en el complejo y multidimensional universo de lo humano.

En resumen: un archivo digital de texto, audio o video es apenas un insumo para zafar durante la emergencia. Ya lo decía el inmortal Gabo cuando –en tiempos donde sólo existían grabadores de cinta- alertaba sobre el vicio de “descansar” en ese registro auditivo al momento de recrear posteriormente una entrevista.

Surfear en las peligrosas olas arriesgando una sonrisa

Por lo demás, la agenda informativa dominada casi exclusivamente por la enfermedad planteó nuevos dilemas para la dinámica de contenidos en las diversas plataformas de El Ciudadano…, que –no hace falta recordarlo- dos décadas después ya no es sólo el ejemplar de papel, aunque la edición impresa y su portada sigan operando como sello distintivo del modesto pero digno –creemos- combo multimedia.

Entonces, y habida cuenta de que en esta etapa cooperativa “el tema de tapa” –por más duro que sea- se presenta siempre con una dosis de ironía o humor para aportar a la construcción de sentido, no faltan dudas y debates cuando lo que está en juego es la salud –y la vida- de todos.

Pero al fin y al cabo elegimos surfear en esas peligrosas olas, convencidos de que arriesgar una sonrisa en medio del drama no es una afrenta a la gravedad de la coyuntura.

En todo caso, aportar una mínima cuota de distensión cuando se multiplican las tensiones está muy lejos, y por mucho, de falsear la realidad, un hábito profundizado bajo pandemia por corporaciones mediáticas que sacan provecho de las defensas bajas de la sociedad tanto o más que el mismísimo señor covid, artimañas frente a las cuales la vacuna parece más distante aún, y el daño aún más aterrador e imprevisible.

En fin, el asunto va para largo, admite tantas miradas como se quiera, pero por más vueltas que se le quiera dar se impone una conclusión (provisoria, como único consuelo): son tiempos de mierda, digámoslo así, sin demasiado margen de error.

Con un empate estamos hechos

Es lo que toca para este cumpleaños 22, y viene a la memoria otro hito fundacional de aquel octubre de 1998, cuando, a poco del debut en los quioscos de revistas, el pionero patrón ciudadano agasajó a la tropa -previo a la salida a la cancha- con un entrañable y añorable asado, convenientemente regado para atenuar los incipientes calores de primavera.

A los postres y en un clima marcado por el entusiasmo y la bebida –a la que nadie hizo asco, incluido este cronista-, un integrante del staff gerencial de por entonces alentó a los presentes con empático mensaje y más que motivador cierre. ¡A triunfar! ¡A triunfar!, se le oyó gritar, con el puño en alto y ante un auditorio que, en circunstancias como ésas, se torna más que proclive a cualquier algarabía.

Como sea valió la arenga, por el camino transcurrido, aunque a la luz del agobiante presente habrá que resignarse: hoy por hoy, si salimos de ésta, con un empate estamos hechos.

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