Por: Gastón Marote/ NA
Hadj Mohammed Mesfewi, conocido como el «Archiasesino de Marrakech», fue el femicida más sanguinario de Marruecos al constatarse que mató a por lo menos 36 mujeres, pero en ese país le aplicaron -a su entender- un método de muerte similar al dolor que le ocasionó a sus víctimas y a las familias.
Nacido en 1850 -no hay detalle exacto de fecha-, Mesfewi trabajaba como zapatero y comerciante y con una mujer como cómplice, una septuagenaria llamada Annah, aprovechaba para atraer chicas que acudían a su tienda a dictarle cartas.
Una vez dentro, las convencía para que tomaran una copa de vino al que le mezclaba un sedante y cuando estaban dormidas las decapitaba con una daga sin que opusieran resistencia.
El padre de una de las víctimas empezó a investigar y averiguó que su hija había sido vista por última vez en la tienda de Mesfewi. Ese fue el disparador para que los crímenes de este sujeto
quedaran al descubierto.
Fue así que bajo el suelo de la tienda se encontró una fosa profunda que contenía los restos de 20 cadáveres mutilados, a los que se sumaron otros 16 cadáveres enterrados en el jardín.
Los familiares de las víctimas interrogaron bajo tortura a Annah, que murió después de delatar a Mesfewi.
El múltiple femicida, a su vez, confesó que asesinaba a las mujeres para robarles su dinero, el cuál era muy escaso.
Mesfewi fue declarado culpable y recibió una sentencia de crucifixión, que se ejecutaría el 2 de mayo de 1906.
Debido a las protestas internacionales por la extrema dureza del castigo, las autoridades marroquíes optaron por la decapitación, algo menos cruel según ellos.
Sin embargo, la población de Marruecos quería que este sujeto pagara con sufrimiento los asesinatos que había cometido.
Durante cuatro semanas, lo sacaron todos los días a la plaza del mercado para castigarlo públicamente, propinándole diez azotes con una vara de acacia espinosa antes de ponerlo nuevamente en su celda.
Las autoridades, finalmente, decidieron que el acusado sería «sandwich vivo» en el bazar del mercado de ese país en un castigo conocido como el “inmurement”.
En ese sentido, dos albañiles crearon una celda abriendo un hueco en los gruesos muros del bazar de 0,61 metros de profundidad y ancho y 1,8 metros de alto.
Además, fijaron cadenas a la pared del fondo de la celda para que el condenado pudiera estar solo de pie, sin escapar y sin recibir ni agua ni comida.
El 11 de junio de 1906, Mesfewi pidió clemencia a gritos y forcejeó con sus carceleros cuando lo condujeron a la celda, en torno a la cual se había congregado una multitud para presenciar su ejecución.
Una vez encadenado, la población le tiró basura y otros objetos en represalia por sus crímenes, antes de que los albañiles tapiasen la abertura de la celda con mampostería.
Cada vez que Mesfewi gritaba dentro de la celda, la multitud le respondía con gritos de alegría, hasta que al tercer día cesaron sus lamentos y lo dieron por muerto.