“WhatsApp dejará de ser gratis a menos que envíes este mensaje a 10 contactos”. La advertencia es falsa, pero no pocos evitan caer en la trampa de la cadena viral. El temor de que las empresas cobren por los servicios de casi cualquier smartphone es real. Para Evgeny Morozov es posible. El experto en informática de Bielorrusia también advirtió que lo que hacemos en las redes sociales y hasta qué miramos en nuestra casa puede ser usado en nuestra contra. O al menos para que las principales empresas nacidas en el Silicon Valley tomen nuestro dinero y datos para marcar el futuro de las políticas en los países. La guerra, como él plantea, debe ser a Apple, Google, Netflix y Facebook. Horas antes de su charla en Rosario, el pasado 11 de abril en el marco del ciclo Santa Fe Debate Ideas, Morozov habló con El Ciudadano.
—¿A qué te dedicás?
—Hace 10 años que estudio el poder político que las grandes compañías tecnológicas han acumulado y cómo se volvieron incluso más poderosas que algunos países. Esto empeorará mientras se conviertan en las nuevas maestras de la inteligencia artificial, las grandes datas –sistemas de procesamiento exclusivos para enormes cantidades de información–, y las ciudades inteligentes –donde los servicios públicos están sistematizados a través de internet–. No sólo me refiero al mundo virtual del pasado, donde hablábamos de realidad virtual y ciberespacio. Ahora la situación es diferente. Las compañías como Google, Amazon, Uber y algunas chinas forman parte de la economía vinculada con energía, transporte, educación, el cuidado de la casa y administración pública. Todas dependen de alguna forma de estas compañías. Eso trae consecuencias para los ciudadanos, la administración pública, los gobiernos, y la economía.
—¿Cuáles?
—Para la mayoría de nosotros las consecuencias aún están ocultas. No las vemos porque estamos entrenados para creer que los servicios son gratis y que sólo quienes quieren publicidad los pagan. Pero hay un costo político y económico en cómo organizamos la vida y sacamos provecho de la tecnología. No soy tecnofóbico. La tecnología puede cumplir roles fundamentales como ayudar a la emancipación del hombre y acortar la brecha entre pobres y ricos hacia una mayor igualdad. Pero tiene que ser liberada de la actual prisión. Si no la competencia entre las firmas debilitará los servicios gratuitos y los beneficios de los consumidores. Ahora son gratis, pero cuando las compañías compitan más allá de colectar datos de los individuos para vender publicidad irán a competir para vender la información a otras compañías o gobiernos. Los ciudadanos serán descartables. O nos empezarán a cobrar los servicios o los cerrarán. Si queremos romper ese círculo necesitamos un modelo diferente.
—¿Cuál es ese otro modelo?
—Tenemos que entender dónde se genera el valor en la economía actual: en los datos. El primer paso para ganar algo de autonomía es controlarlos. Debemos tratarlos como infraestructura nacional clave que no debe pertenecer a ninguna compañía extranjera. De la misma forma que tenemos que tener leyes para proteger recursos naturales y museos. Tenemos que tener estrategias nacionales para que la inteligencia artificial pueda hacer algo con esos datos y no sólo recolectarlos. En tercer lugar hay que democratizar el Estado para que el ciudadano se involucre más en el gobierno a través de la tecnología. No sólo podemos dejar a las grandes compañías sino aliviar la sensación en los ciudadanos de que el Estado no los representa. En una democracia no somos consumidores y votamos cada tantos años. Estamos involucrados en cómo opera el Estado a través de la tecnología.
—¿Es posible estatizar los datos?
—Tiene que haber una decisión política e ideológica. No podemos esperar que todos los partidos o movimientos apoyen la igualdad. Algunos movimientos, quizás a la izquierda, estarían más interesados que los de derecha, más vinculados a privatizar y digitalizar. Hay que librar una guerra contra las compañías tecnológicas que tienen sus propios lobbies, poder político y redes, que harán todo para destruirte. Tenés que tener un proyecto político que pueda con semejante tarea. El Estado tiene que estar presente y elaborar leyes, no sólo para resolver cómo manejamos los datos, sino el nivel de intercambio. Deberá regular cómo las compañías extranjeras hacen negocios en cada país, qué datos permitimos compartir localmente y cuáles llevarse al exterior. Tiene que incluir al Estado y las industrias nacionales.
—¿Cómo se benefician los políticos con el actual modelo?
—En algunos países podemos ver movimiento ciudadanos que ejercen presiones sociales porque sienten que el Estado no está haciendo lo suficiente. En Italia y España vemos una explosión de turismo global que dificulta a los ciudadanos alquilar departamentos porque los ofrecen en la plataforma de hospedaje Airbnb. Ellos metieron presión al gobierno para que los regule junto con otras plataformas digitales y así evitar ser excluidos de la ciudad. Los políticos inteligentes se darán cuenta que hay que atacar a estas firmas. Si atacás Wall Street, ¿por qué no atacar Silicon Valley o la misma industria en Beijing? Con los escándalos de Cambridge Analytics — acusada de haber obtenido información de usuarios de Facebook sin permiso para generar anuncios políticos destinados a favorecer la campaña presidencial de Dondald Trump – y las fake news (noticias falsas) se empezó a ver la naturaleza política de la industria. Ahora están buscando limitar su poder. Es un proceso lento.
—¿Qué lugar ocupan los medios de comunicación?
—Están luchando. El margen de ganancia de los diarios y canales de televisión es menor porque Google y Facebook se quedan con una tajada de la publicidad que antes era solo de ellos. Es un círculo vicioso donde los medios se ven forzados a buscar tráfico y generar historias artificiales en esas compañías. En parte es la causa de las fake news. Tienen la presión de ser competitivos y aumentar la audiencia. El modelo económico de Facebook y las redes sociales dice que ganás dinero con los clics. Crea un ambiente peligroso porque los medios sólo están interesados en aumentar los clics. No es un modelo saludable. Sin cambios drásticos ni oportunidades para medios sin fines de lucro será difícil tener un debate sobre los grandes datos. Es un desafío que estas compañías sean las propietarias de los medios más importantes del mundo.
—¿Cómo ves el futuro?
—Hay una oportunidad de seguir atacando a las grandes industrias. No veo un proyecto político que cuestione la primacía del mercado ni la competencia. El debate actual es un poco artificial porque todos están enojados con Google y Facebook, pero nadie sabe cómo hacerlo mejor. La respuesta es simple: no podés. Por los próximos 3 o 5 años vamos a tener una falsa superación, con políticos cuestionando lo que hacen pero sin hacer nada porque entienden que si rompen el poder de las compañías de Europa y Estados Unidos crearán condiciones para el dominio de las chinas. Y nadie en Estados Unidos lo quiere. En América deberán decidir si continuar y profundizar la relación con China y la órbita americana o pensar qué clase de alianzas pueden crearse para no depender de ninguno. No es muy saludable y no debe ser la estrategia para integrar Latinoamérica, aunque los políticos actuales no inspiran confianza en ese sentido.