Conciencia social, interés en aprender, esperanza en que los datos sean bien usados y la necesidad de un ingreso extra, son algunas de las motivaciones de los censistas que este 27 de octubre recorrerán casa por casa para relevar la información que luego servirá para generar políticas públicas.
“Para mí, esto tiene que ver con la alegría de ser parte de vivir en este estado de derecho desde 1983”, dijo Santiago Bianco, de 46 años, uno de los 650 mil censistas que participarán del operativo civil de mayor envergadura para el país.
El maestro, que recorrerá un barrio de Boulogne, en el conurbano bonaerense, contó que para él ser censista es “un halago”, el mismo sentimiento que cuando participó del censo 2001 o cuando le tocó cumplir funciones en las elecciones.
Bianco explicó que el clima de desazón y miedo que difunden algunos medios periodísticos y algunas personas por internet “aumentan” sus “ganas de participar de este censo”.
“Lamentablemente, pocos se preocupan en contar la importancia que tiene para nuestro país tener una versión fidedigna de cuántos habitantes somos, cuáles son las necesidades, cuáles las urgencias”, destacó el maestro.
Desde Jujuy, la secretaria de la Escuela 7 de Tilcara, María Galán, de 47 años, opinó: “Más allá del pago por trabajar en el operativo soy consciente de la importancia, si usan los datos para resolver los problemas”.
La docente tilcareña, nacida en esa localidad de la Quebrada de Humahuaca, señaló que la preocupación en su tierra pasa por el trabajo, por lo que su compromiso “será juntar la información necesaria para que esas necesidades se reflejen y puedan ser resueltas”.
“Creo que hay que seguir al pie de la letra el cuestionario para que quede reflejada la realidad en las planillas. Si eso se da así, el primer paso estará bien dado”, sostuvo Galán.
Para el chef Rubén Martínez, de 32 años, que censará dos manzanas de la zona norte de la capital salteña, la decisión de incorporarse al cuerpo de censistas nació después de conversar con unos amigos docentes que lo convencieron de sumarse a la tarea.
“Me tentaron”, dijo el chef, quien aseguró que sintió que podía hacer bien el trabajo “por su experiencia en el trato con la gente, puerta a puerta”, ya que además trabaja como cadete.
“Más allá del pago que siempre viene bien, estaré colaborando con el país”, evaluó.
La santafesina Diana Bruno Figueroa, de 41 años, directora de una escuela para discapacitados visuales adultos, guarda buenos recuerdos de su participación en el censo anterior.
“Los censados respondieron bien, hubo mucha gente que nos hizo ingresar a sus hogares y podría decirse que nos estaban esperando con ganas”, recordó.
La maestra aventuró que “la gente atenderá bien a los censistas, ya que la mayoría somos docentes”.
Gabriela López, de 42 años, docente de San Isidro, contó que su participación tiene que ver con que le interesa ver y tratar de entender “lo que la gente piensa, siente, y cómo está parada frente a la realidad en la que vive”.
“Me interesa enfocar mi mirada del lado del individuo, de la familia, del grupo y su sensación con respecto a lo que significa el censo”, sostuvo la docente, sin dejar de destacar “la importancia que tiene para el país el relevamiento de datos”.
Para la docente, que también trabajó como censista en 2001, esa vez la experiencia fue muy tranquila y en un ambiente cordial.
“En cada casa que tocaba timbre me recibían con una sonrisa, me invitaban a pasar y me convidaban con algo para tomar. No tuve una sola persona que se haya negado a participar”, recordó.
En cambio, esta vez escuchó durante la capacitación que los censistas que hicieron un relevamiento previo percibieron “desinterés, miedo, falta de deseo de participación y la sensación de que el censo no va a cambiar nada”.
“Yo estoy ansiosa en sentir, al fin, cuál será el aire que se respirará entre la gente ese día. Espero volver a encontrarme con caras sonrientes, esperanzadas y abiertas para un futuro mejor”, redondeó la mujer a la que le tocó censar un edificio en el centro de San Isidro.