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Moyano, la espesa herencia que Néstor legó a Cristina

El líder de Camioneros se convirtió en el adversario número uno del gobierno.

Cristina de Kirchner soportó el legado más espeso de la herencia que le dejó su esposo: el poder que ostenta Hugo Moyano y usa ahora, para acechar a la presidenta fue magnificado, en vida, desoyendo advertencias y súplicas, por Néstor Kirchner.

El relato oficial, que purifica el pasado de «él», se esmera en ignorar aquel dato y en particular el contexto del emponderamiento de Moyano: por años, sin éxito, dirigentes del peronismo le imploraron a Kirchner que sofoque la voracidad del camionero.

Nunca lo hizo. Entre bromas futboleras –el patagónico era de Racing, Moyano es de Independiente, y solían cruzar SMS con chicanas después de cada fecha, pactos y concesiones, el camionero registró una expansión monumental al amparo de Kirchner.

– Yo lo manejo. Vos no te metas.

Esa respuesta le dio Kirchner, según contó en estas horas un cacique peronista, cuando con números sobre la mesa le mostró al patagónico el «daño» que el contrato de la basura significaba para su municipio al quedarse con cerca del 40% del presupuesto.

No es un caso aislado. Gobernadores y sindicalistas, a los que Moyano desafiaba o diezmada de afiliados, desfilaron frente a Kirchner para rogarle que modere al camionero.

Con carácter retroactivo, operadores K invocan la emboscada que Kirchner le tendió al camionero en el PJ bonaerense –cuando aceptó que le vacíen el Consejo– como un indicio de que buscaría encorsetar a Moyano.

El patagónico falleció horas después. En lo fáctico, de la mano de Kirchner, Moyano engordó la tropa de Camioneros, fue reelecto –por las buenas gestiones de Olivos– como jefe de la CGT en 2007 y se sentó como vice del PJ nacional y, por pedido de Alberto Balestrini, como segundo del PJ bonaerense.

Expandió su pulpo sindical a hipermercados, transporte de caudales, cabinas de peaje –a través de Facundo Moyano–, granos, y amplió su presencia en el segmento combustibles. Cada vez que hubo una disputa por encuadramiento de afiliados, Carlos Tomada mandatado por Kirchner, falló a su favor.

El «Frankenstein» político y sindical que se multiplicó bajo el amparo de Kirchner ayer armó la primera plaza peronista contra Cristina.

En las notas al pie de la mitología K figuran dos episodios como antecedentes de la ruptura que se cristalizó el miércoles del paro de combustibles y ayer adquirió lenguaje bélico cuando Moyano le imputó al matrimonio K lucrar en los 70 con la cavallista Resolución 1050, tarea de multitud de abogados en aquel tiempo.

Uno se produjo el 27 de octubre de 2010, día de la muerte de Kirchner. Moyano convocó a una conferencia de prensa en la CGT donde se postuló como «protector» de Cristina, gesto que más tarde la Presidente decodificó no como un respaldo sino como un «apriete».

El otro fue a mediados de 2011. Facundo Moyano viajó a Santa Cruz para encontrarse con Máximo Kirchner. Una minicumbre de ablande que se alteró cuando a la charla se plegó Cristina de Kirchner: «Decile a tu viejo que yo no me voy a dejar apretar». Facundo trasmitió el mensaje.

Entre los suyos, Moyano suele pronunciar una frase que le sopló Julio Bárbaro: «Cuando era aliado del gobierno era un sindicalista corrupto pero desde que me peleo con el gobierno me convertí en un dirigente político».

El camionero eslabonó otros elementos para su autonconvenimiento. La semana pasada devoró una encuesta según la cual la mitad de los votantes porteños de Macri celebran su distanciamiento hostil con Cristina de Kirchner.

Interpreta como virtud propia una fenómeno cuya matriz lo excede: el núcleo duro anti–K, en su inquina contra la presidente, acepta hasta a aquellos a los que poco tiempo atrás detestaba.

El gobierno lee la misma foja con otro ánimo. El kirchnerismo se jactaba de haber desplegado un operativo eficaz para desflecar la convocatoria de Moyano y convertir en prácticamente irrelevante el paro. El camionero, en público, aceptó al menos ese traspié.

Lo hizo cuando simuló que el de ayer no fue un paro de la CGT sino de su gremio. Un modo nada sutil de reconocer que el impacto del cese de actividades y el volumen de la movilización fueron menores de lo esperado.

No compensó esa flaqueza con el desfile de figuras anti–K. Un ensamble electoral entre el moyanismo y Mauricio Macri sólo opera en el territorio de la fantasía. La modesta empatía entre el camionero y la izquierda criolla –del PO a Libres del Sur– duró menos que el acto.

El peronismo silvestre se topa con otro estorbo: Moyano continúa, a pesar de todo, reivindicándose como kirchnerista y sólo puede anudar una convivencia anti–K si se produjese una, por ahora inimaginada, secesión que involucre también a Daniel Scioli.

La clave es simple: Moyano, aun fugazmente embellecido ante los ojos de los detractores de Cristina, no encaja en ninguna variable electoral. La inviabilidad del camionero en las urnas populares y masivas forma parte, también, del legado de Kirchner a su viuda.

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