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Pablo Razuk: “Mugica no era un cura que se quedaba en los púlpitos”

El actor rosarino radicado en Buenos Aires Pablo Razuk habla de “Padre Carlos, el rey pescador”, obra con la que regresa a la ciudad. Mañana, en La Comedia.

“Si el personaje no es cuesta arriba, no me gusta”, sostiene con humor pero también con claridad ideológica respecto de su visión acerca del teatro el actor rosarino radicado hace dos décadas en Buenos Aires Pablo Razuk, que después de prestarle el cuerpo al líder anarquista Severino di Giovanni, del mismo modo que a Bolívar o al incomprendido Edipo, en diferentes momentos y proyectos, hace un par de años que sostiene en cartel Padre Carlos, el rey pescador, que mañana a las 21 se presentará en La Comedia (Mitre y Ricardone).

Se trata de una semblanza poética sobre la vida del Padre Carlos Mugica, referente del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y las luchas populares que marcaron los 60 y 70, cuya labor quedó en la memoria de muchos pero sobre todo en la de los habitantes de la Villa 31 de Retiro, donde fundó la  parroquia Cristo Obrero. Mugica fue asesinado por la Triple A el 11 de mayo de 1974, después de celebrar una misa en la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro. Ahora, en la obra escrita por Cristina Escofet, bajo la dirección de José María Paolantonio y con la participación de Sol Ajuria (canto) y Miguel Gómiz (músico en vivo), el Padre Carlos, herido, recostado en uno de los bancos de iglesia de un recinto atemporal que luce como una mezcla de capilla y cabaña de pescador, comienza a contar su historia desde la narración de su última misa, donde fue ametrallado. Como en instantes de su memoria, mientras revive esa última escena, la de su muerte, irá recorriendo momentos: su infancia de chico acomodado, su pasión por el fútbol, su elección de ser cura, los días del primer peronismo, sus convicciones dentro del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, “su ser cura, su ser hombre”, y finalmente, la reconstrucción de la escena de la muerte.

“Los personajes que me interesan son aquellos que más allá de su notoriedad tienen esa capacidad de revelar las contradicciones de los seres humanos; personajes que tras su paso por el mundo dejaron una huella que sigue siendo importante”, dijo Pablo Razuk, que de este modo regresa a su ciudad luego del paso de la puesta por Francia, en diciembre pasado, y tras dos años de funciones en Buenos Aires y otros destinos del país.

—Particularmente, ¿qué fue lo que más te sedujo de Mugica, un personaje con tantas aristas?

—Creo que lo más interesante es que se trataba de un tipo que lo tenía todo antes de ser cura: una familia acomodada con un buen pasar, con muchas mujeres interesadas en él porque tenía la presencia de un actor de cine, acceso a todo, pero lo genial es que puso todo eso en duda. Como bien dice el texto, abrió los ojos del corazón y se dio cuenta que había gente a la que le faltaba lo elemental para sentirse digno. Él ya era cura, y se podría decir que llegó desde el lugar más conservador, y una vez dentro de la Curia pudo abrir los ojos, lo que es aún más complicado. Fue como esa toma de conciencia y decir “no voy a poder dormir si sé que al que tengo al lado le falta para comer”. Y me gustó también, y hablando de las contradicciones, que la Iglesia católica propone el celibato. Sin embargo, Mugica se enamoró un par de veces, y lo que hizo con eso también está en la obra. Por eso que siempre digo, que lo que venimos a contar es una visión de la vida de Mugica, que en lo personal es un referente muy importante.

—¿Cómo se cuenta en la obra su etapa final y los responsables reales de su muerte, todo teñido de manera muy marcada por el contexto político de los años 70, un tiempo con el cual, incluso, se puede trazar cierto paralelismo con el presente?

—Por un lado, puedo decir que en relación con sus asesinos, lo que se hizo fue una gran manipulación de la información, algo que no es de ahora y que existió siempre, porque claramente lo asesinó la Triple A, más allá de lo que quisieron instalar respecto de sus diferencias con Montoneros, y sobre todo porque en la última etapa, Mugica había tenido diferencias por la toma de decisión por la lucha armada, algo con lo que, claramente, no estaba de acuerdo. Y por otro lado, el puente al que referís se puede trazar también con el discurso del actual Papa: dicen lo mismo con cuarenta años de diferencia, hasta con la misma puntuación en las frases, es el mismo discurso en ese camino de ayudar a los más necesitados. Y eso fue absolutamente revelador, sobre todo para mí que estuve ocho años dando vueltas con este proyecto y juntando información.

—¿Y dónde aparece Cristina Escofet, la autora de la obra?

—Fue singular, porque Cristina apareció de una manera muy mágica: hablando, se ofreció a escribir la obra. Y fue ella la que encontró la esencia de lo que yo quería contar, que tiene que ver con el ser humano, con sus contradicciones, de eso hablamos en esta obra, buscamos humanizar a un personaje que hizo tanto y tan maravilloso pero que en el fondo, como todos, tenía sus miedos, sus complejidades. Queríamos contar cómo era el Mugica de entrecasa, lejos de los fieles o de los militantes; el tipo que puertas para adentro se hizo esas preguntas que después tuvo que sostener para el afuera.

—El periplo de la obra, en este tiempo, fue muy importante, y se cerró con el desembarco en Francia ¿Cómo llegaron allí?

—Hicimos dos años de funciones en Buenos Aires, después recorrimos distintos puntos del país, y el año pasado nos invitó (el por entonces embajador) Miguel Ángel Estrella a la sede de la Unesco en París. Fuimos la primera obra de teatro que se presentó allí, el 7 de diciembre, con gente de todo el mundo, en una función en la que había más de 400 espectadores. La hicimos en castellano, sin traducción, y comprobamos que algunas veces el idioma no es una barrera porque la respuesta fue un aplauso de pie y mucha emoción compartida. Y después vino nuestro paso por el Vaticano y el encuentro con el Papa, también conmovedor, y la frustración de una función ya pautada, con todo resuelto y hasta las quinientas invitaciones impresas, pero el cambio de gobierno en la Argentina frenó esa función, lo que nos dejó un sabor amargo.

—Respecto de las cuestiones artísticas y de las emociones, ¿qué implica ponerle el cuerpo a este personaje de una forma tan singular,  y volver a Rosario, tu ciudad de origen, con este trabajo?

—Mugica no era un cura que se quedaba en los púlpitos, sino que era un cura que golpeaba puertas, que iba hacia la gente, por eso el personaje se acerca al público, mira a los ojos, porque hay luz “a giorno” como decimos en el teatro, y una intención antropológica y de búsqueda. Y siempre pasa algo mágico: el espectador se conmueve. A los cinco minutos, sé quién de la platea es más o menos peronista, pero al rato hay una comunión, todos afinamos en la misma nota, porque lo que se cuenta trasciende lo político y lo religioso para volverse extremadamente humano. Y volver a Rosario y a La Comedia es volver a mi casa, porque de chico, enfrente del teatro, estaba Casa Balaguer, el negocio de mi abuelo durante 50 años. Por eso digo siempre que es la fachada de un teatro que más veces vi en mi vida; pura emoción.

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