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«Mujercitas» y el debate sobre su aporte al feminismo

Como todo clásico que trasciende las fronteras de su tiempo y logra ser releído en clave contemporánea, a 150 años de su publicación “Mujercitas” suma reinterpretaciones, como la octava adaptación cinematográfica que llegará a las salas argentinas

Como todo clásico que trasciende las fronteras de su tiempo y logra ser releído en clave contemporánea, a 150 años de su publicación “Mujercitas” suma reinterpretaciones, como la octava adaptación cinematográfica que llegará a las salas argentinas, aunque no son unánimes las lecturas que reconocen sus atributos: mientras que para algunos la novela de Louisa May Alcott prefigura las reinvidicaciones feministas e la actualidad, para otros se trata de una obra puritana y conservadora.

Acaso trascendiendo las expectativas de su autora, la obra publicada en 1868 que retrata el pasaje a la adolescencia de las hermanas March conjuró los límites temporales y aún hoy es leída en clave innovadora como un texto que anticipó -en algunos casos veladamente- cuestiones como la disidencia sexual, la menstruación y la tensión entre la maternidad y la autorrealización, a la vez que inspiró el imaginario de un rango diverso de artistas o pensadoras que va desde Patti Smith a Simone de Beauvoir.

Considerada el modelo que sentó las bases para la novela juvenil como género, “Mujercitas” llega a los cines bajo la atenta relectura de la realizadora Greta Gerwig, mientras se reabren los debates sobre si se trata de una obra subversiva o si, por el contrario, no es más que un manifiesto puritano que reproduce los mandatos de época.

“No me impactó mucho Mujercitas. La leí, como todas, en una versión completa (una traducción horrible y pomposa pero completa), y solamente me gustaba el personaje de Jo, indicó a Télam la escritora y crítica Márgara Averbach, que estuvo a cargo de la traducción del libro en una edición que publicó el sello Sudamericana en los 90.

Y, señaló: “Sigo viéndola como un libro conservador y puritano. No creo que se resignifique excepto adaptándolo”.

“En una familia muy progre como la mía, no fue un libro que nadie me alentara mucho a leer. Lo leí pero, creo que desde la primera vez, me sentí irritada por ciertas cosas que en ese momento no hubiera sabido definir y que era y son muy conservadoras y lo volví a sentir cuando la traduje”, relató la especialista en literatura norteamericana.

Radicalmente distinta fue la percepción de la escritora Gloria Casañas, autora no solamente del prólogo de la novela que acaba de lanzar el sello Penguin Random House en sintonía con el estreno de la película sino también de “En el huerto de las mujercitas”, un libro recién publicado por Plaza y Janés en el que recrea ficcionalmente el universo creativo de Alcott.

“Es evidente que, pese a que la novela trascendió desde el principio como una historia para niñas, tal como el editor de Louisa quería, el libro contenía algo más que se filtraba en sus páginas y que ahora, a la luz del redescubrimiento de su autora, comprendemos en toda su magnitud”, señaló Casañas a Télam.

“Es paradójico, porque la novela escrita por una auténtica feminista quedó durante años catalogada como patriarcal y conservadora. Louisa fue una mujer atípica en su época, si bien para los suyos y para el núcleo de amistades que la rodeaban no tanto, ya que todos ellos eran de vanguardia en sus ideas. Pero la misma escritora se sentía extraña, quería cosas que la sociedad en general no reservaba a las mujeres, y había en ella un impulso salvaje que la llevaba a comportarse sin cuidar las apariencias”, destacó la autora, que durante un viaje académico a Massachusetts conocí Orchard House, la casa que parece retratada en “Mujercitas”.

“¡Ni siquiera imaginaba que existiera! Fue un impacto tan profundo, que de inmediato pensé en contar mi descubrimiento a mis lectores. Poco a poco fue creciendo la idea y cuando viajé por segunda vez sólo a Concord, para ahondar en la vida de los Alcott, nació En el huerto de las Mujercitas, un libro que rinde homenaje a Louisa a través de una trama de ficción en la que la propia escritora aparece como personaje”, relató Casañas.

¿Cómo se inserta en la modernidad una novela que plantea la tensión entre familia y carrera o la cuestión del matrimonio por conveniencia, que hoy lucen algo caducas?

“Supongo que la idea de hacer un libro cuyas protagonistas son todas mujeres (los hombres están, pero pesan mucho menos) y donde no hay ni padre ni hermanos, y mostrar que esas mujeres se las arreglan y salen adelante y construyen su propio mundo… era, en ese momento, toda una novedad. No sé si es un clásico por sus cualidades intrínsecas, la verdad es que lo dudo. Creo que lo es sobre todo porque se lo leyó mucho, mucho, porque fue best seller”, explicó Averbach.

“La verdadera Louisa May Alcott estuvo durante años oculta tras la imagen edulcorada de una novela juvenil, y su vida personal, profunda y compleja, sólo se adivinaba entre las páginas. Hoy estamos conociendo a la auténtica Louisa, y es de justicia homenajearla con una versión distinta en el cine, y una edición completa de su obra más famosa”, subrayó Casañas.

“Mujercitas” se convirtió en fenómeno desde el mismo momento de su publicación, tanto que se agotó en apenas dos semanas y logró sacar a Alcott de la precariedad económica. A cambio, la autora tuvo que hacer algunas concesiones en el relato tras la petición de sus lectores, que no concebían para Jo -la más irreverente de las hermanas- un destino de soltería permanente.

Así, la indómita Jo terminó sucumbiendo al matrimonio, pero no con su vecino y amigo Laurie sino con el profesor Bhaer, un inmigrante alemán. “Jo debió haber sido una literata solterona”, confesó la autora, que a diferencia de su heroína -es innegable el favoritismo por este personaje por encima del resto de las hermanas March- nunca abandonó su soltería.

A propósito de la boda de su hermana, Jo enfatiza en un tramo de la novela: “Prefiero ser soltera libre y remar en mi propia canoa” y luego termina ella misma contrayendo matrimonio ¿Este gesto fue leído como una claudicación entre las feministas que veían en ella un gesto de rebelión y autonomía frente a los mandatos que recaían sobre las mujeres?”

“Sus lectoras le rogaban que casase a Jo March, su alter ego en la novela, con Laurie, su amigo y vecino. Y lo mismo quería su editor, pero ahí es cuando Louisa nos permite un atisbo de su rebeldía: no casará a Jo con Laurie, pues su deseo íntimo era que esa muchacha con ambiciones de escritora no se casara con nadie, ni renunciara a su carrera, pero al fin cede un poco a la presión editorial y le busca un candidato que posee la filantropía que ella y su familia han practicado a lo largo de sus vidas”, alegó Casañas.

Para Averbach, “la novela plantea el problema de la necesidad del matrimonio y lo que sí hay que decir es que lo plantea de diferentes maneras: como una especie de mandato para la mujer (y ahí la más representativa es Meg y su relación horrible con su marido); como una cuestión de conveniencia, si se quiere, o de…, de “destino”, hasta “de clase” (en algún sentido para mí el matrimonio Laurie-Amy es así); y finalmente como un matrimonio mucho más igualitario, un matrimonio de comprensión y amor mutuos como el que termina teniendo Jo”.

“En ese sentido, es una novela variada. De todos modos, no hay ninguna hermana en el libro que decida no casarse o no tener hijos…, excepto Beth pero es solo porque se muere. No creo que la novela se inserte demasiado en la modernidad en ese sentido. Y desde ya que no plantea las cuestiones económicas básicas y hermosas que se atreve a plantear Jane Austen”, añadió.

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