Mujeres. Mujeres que ven, mujeres que se enteran, mujeres que se involucran. Soledad Fernández Bouzo las llama “Mujeres del Río”, y ese es el nombre que lleva el documental en el que retrata, a través de sus relatos, la lucha de miles de familias que viven en la cuenca Matanza-Riachuelo, el curso de agua más contaminado del país. Las protagonistas son ellas, y no por una cuestión caprichosa. En su carrera como socióloga y como investigadora del Instituto Gino Germani (UBA) pudo llegar a una conclusión: “Del análisis del conflicto y de los procesos organizativos salta a la vista que quienes primero generan las alertas en materia ambiental son las mujeres”, cuenta Soledad. Y eso ocurre porque son ellas las que asumen las tareas de cuidado en la sociedad, tanto en ámbito doméstico como en el mercado laboral.
Las mujeres del río son madres, son docentes, son quienes están en los centros de salud. El documental dura doce minutos y expone la emergencia sanitaria en la cuenca Matanza-Riachuelo, el río más contaminado de la Argentina, donde viven cerca de 4 millones de personas que viven en la zona sur de la ciudad de Buenos Aires y en 14 municipios del conurbano bonaerense. En las voces de Beatriz Mendoza –trabajadora social en Villa Inflamable, una de las impulsoras para que esta lucha llegara a la Corte Suprema de la Nación–; Graciela Aguirre –directora de la escuela secundaria N°72 de Villa Lamadrid en Lomas de Zamora–; y Claudia Leguizamón –maestra de la escuela N°72 de Villa Jardín– se materializa el camino andado por otras tantas que encontraron un relación entre la contaminación de la cuenca con las patologías que – desde sus espacios de cuidado como trabajadoras de la salud y de la educación – veían en niños y adultos.
“Son las mujeres las que están en contacto mayormente con las tareas de cuidado y no solamente en la esfera doméstica más inmediata y privada que son sus familias. Es algo que se reproduce en el mercado de trabajo. En Argentina, el 80% de la mano de obra en el área de servicios, que tiene que ver con el servicio de salud, el servicio de educación y las empleadas domésticas, somos mujeres. Claramente son áreas que están muy vinculadas a los cuidados. Y se da que quienes comienzan a evidenciar problemas de salud, problemas ambientales, son las mujeres en esos espacios de trabajo”, dijo a El Ciudadano la socióloga Soledad Fernández Bouzo, que en 2005 comenzó a investigar los conflictos ambientales en la cuenca Matanza-Riachuelo a través del Instituto Gino Germani, que depende de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
“Desde la economía ecológica o desde la ecología política se piensa que las externalidades negativas, es decir, los costos ambientales de la producción que no son contemplados en el cálculo costo-beneficio de muchas empresas que llevan adelante emprendimientos extractivos o contaminantes, recae mayormente sobre las espaldas de las mujeres, no solo en el ámbito doméstico más inmediato sino también respecto de su participación en el mercado de trabajo”, explica Soledad, que encuentra en ese análisis un justificativo a que sean justamente las mujeres las que detecten las problemáticas ambientales. El caso del Riachuelo no es aislado. En Córdoba, fueron las mujeres las que se organizaron como “Madres de Ituzaingó”, refiriéndose a sus roles de cuidado y al barrio en el que viven, para exigir que detuvieran las fumigaciones con agrotóxicos que enfermaban a sus hijos. En las áreas rurales, fueron las maestras las que, por el mismo motivo, se constituyeron en una Red de Docentes por la Vida.
La socióloga no duda en trazar una continuidad política entre estas mujeres y aquellas que en los ochenta comenzaron a reunirse en Plaza de Mayo para reclamar por la aparición con vida de sus hijos y nietos. “Son mujeres que se identifican en tanto madres como madres afectadas, con una fuerte politización del rol materno. Podemos trazar una continuidad entre la historia de nuestro país por la lucha por los derechos humanos, que de alguna manera se actualiza con esta lucha por un ambiente sano. Tiene que ver con identificar un alerta en relación a la ausencia y la afectación a los hijos, y tiene que ver con los cuidados. Tiene que ver con las sociedades patriarcales, en las que sabemos que las tareas de cuidado se distribuyen en forma desigual y quedan en las espaldas de las mujeres, y culturalmente después esos roles son asumidos. Y esas causas y roles, se politizan luego”, considera la investigadora.
Esa continuidad histórica en las luchas pueda, tal vez, resumirse en una frase de Norita Cortiñas, madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora: «Las fumigaciones y la megaminería son violaciones a los derechos humanos».