“En los barrios nos organizamos entre todos para sobrevivir”. Así resume Graciela cómo han sido los últimos meses en la zona oeste de Rosario, donde junto con su marido, vecinas y vecinos sostienen desde 2015 un comedor y merendero comunitario en Felipe Moré y Uruguay, en barrio Moderno. Dan viandas tres veces por semana y es un espacio de contención y generación de políticas para vivir mejor. Ahí donde los estados no llegan, los barrios se organizan: llevaron el agua potable, limpian basurales, hacen huertas, pelean contra la violencia de género, enseñan oficios. Todo el trabajo territorial se potenció con la pandemia de coronavirus que llegó con más desigualdades para los sectores populares. En el comedor de Graciela la cantidad de familias que asisten se duplicó: hoy son 400 personas, cuando a principios de año eran 200.
Graciela es una de las tantas mujeres que forman parte de la economía popular. En Argentina este sector llega a 4,2 millones de personas y representa un 11% de la población. De acuerdo con el Registro Nacional de Barrios Populares, el 63,7% de las viviendas tiene de responsable de hogar a na mujer. Los hogares monoparentales son el 8,5% del total y están a cargo de mujeres en casi el 90% de los casos. Para el 34% de las mujeres que viven en barrios populares la ocupación más relevante son las tareas en el hogar sin sueldo, mientras que sólo el 1% de los varones hace trabajo doméstico sin remuneración. Según datos del segundo trimestre de 2019 de la Encuesta Permanente de Hogares, la población registrada en los programas sociales para cooperativas está conformada en su mayoría por mujeres: son el son 62% de quienes perciben el Salario Social Complementario y el 74% el Hacemos Futuro. Con la pandemia se puso en evidencia de que las mujeres de los barrios populares son también las más afectadas por la informalidad: el 57% por ciento de quienes cobraron el Ingreso Familiar de Emergencia fueron mujeres.
Las mujeres en los barrios populares de la Argentina sostienen los hogares y también los espacios comunitarios. Graciela tiene 34 años y fundó el comedor hace cinco, cuando asomaba el macrismo en el país. Era un momento difícil. Sobrevivían con changas que hacía su marido Mauricio y con la asignación universal por hijo que cobraba ella. La crisis económica crecía y Graciela pensó en que en la misma situación afectaba al resto del barrio. El matrimonio tiene tres hijas de quince, seis y cuatro años y un hijo de nueve, pero Graciela dice que tiene muchos hijos del corazón que no podía dejar sin comer. Fue entonces que con Mauricio decidieron empezar a cocinar y a dar viandas a vecinas y vecinos.
Para hacer la comida y entregarla abrieron un comedor y merendero. Está sobre las vías del ferrocarril, en Felipe Moré y Uruguay. Desde el primer día empezaron a llegar familias del barrio y de zonas vecinas a buscar un plato de comida. Dan almuerzo los lunes y sábados y hacen copa de leche los miércoles. Antes de la pandemia de coronavirus recibían a 200 personas. Hoy llega el doble.
Al principio Graciela y Mauricio compraban la comida con la plata de la asignación y de las changas que él hacía. Después empezaron a recibir donaciones de vecinas y vecinos que veían lo que hacían y querían colaborar. De a poco armaron un colchón para garantizar las comidas tres veces por semana. En 2018 vino otra crisis. Mauricio se quedó sin trabajo en el rubro de la construcción y a Graciela le retiraron la asignación. Durante 4 meses no tuvieron ingresos. Aun así, el comedor no dejó de funcionar. “Se corrió la voz y todos empezaron a traer donaciones, venían vecinos de todos lados”, cuenta Graciela.
En 2018 empezó una alianza estratégica que permitió que crezca el trabajo territorial. Graciela conoció al Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y empezó a ser parte de una cooperativa en barrio Alvear que se llama Luz y Esperanza. “Después de un año mi referente propone abrir un comedor en barrio Moderno. Nosotros ya lo teníamos funcionando desde 2015 así que nos unimos y le pusimos el nombre de Luz y Esperanza 2”, explica Graciela.
Trabajo territorial en pandemia
Hoy el comedor funciona como un socio comunitario del MTE. Durante la pandemia, además de dar comida, sumaron otras acciones. Tienen una huerta, están limpiando y eliminando los basurales del barrio, hacen descacharreo para evitar el dengue y zanjeo en el ferrocarril, dan capacitaciones y brindan acompañamiento de distinto tipo. “Hacemos lo que el Estado no está haciendo. Trabajamos en mejorar las condiciones y calidad de vida de nuestro barrio”, sintetiza Graciela.
“Pusimos la primer canilla comunitaria del barrio para garantizar el agua potable, que es prioritaria siempre pero en tiempos de pandemia más aún. Concientizamos a los vecinos para que carguen agua a la madrugada para higiene y con la comunitaria garantizamos para tomar y cocinar”, cuenta y agrega que otra de las acciones fue con el Distrito Oeste, que todos los miércoles manda un camión para sacar la basura: “Los días previos limpiamos y dejamos todo listo. Los chicos lo hacen con amor porque saben que es un bienestar para ellos. En el terreno que es un basural vamos a armar una huerta barrial y transformar lo que te contamina en algo beneficioso para el barrio”.
“Estamos trabajando todos para limpiar nuestro barrio porque sabemos que en medio de esta pandemia somos los que más sufrimos. Nuestra salud está en juego por la contaminación que hay en las zanjas, las ratas o la basura. No paramos, trabajamos de lunes a lunes”, agrega Graciela.
Para ella la pandemia llegó a su barrio con la organización comunitaria para sobrevivir: «Vemos lo que le falta a cada cual y nos ayudamos entre nosotros. Conocemos territorialmente y sabemos qué tenemos que hacer: articular entre organizaciones, dejar prejuicios de lado y pelear por un bien común que es el bien de la gente. Si la lucha no es para los demás no me sirve”.
La pandemia de coronavirus generó también cambios en la forma de organización de la casa y en ese punto Graciela ve que es distinto para mujeres y varones: «Para las mujeres ha cambiado nuestro ritmo de vida un 100%. Las que pertenecemos a la rama de la economía popular estábamos acostumbradas a marchar, a hacer asambleas, reuniones, y hoy nos toca trabajar y hacer todo desde casa. Ser mujeres, madres, amas de casa, trabajadoras de la economía popular, todo en nuestro territorio y en nuestro hogar».
Graciela es promotora de género y viene atendiendo las situaciones de violencia en el barrio. En este sentido, la pandemia también hizo que tenga que modificar estrategias. “Nos cuesta más tratar estos casos. Antes lo resolvíamos yendo a la casa, vinculándonos, teniendo un trato junto a esa persona. Hoy intentamos mantenernos comunicadas por Whatsapp y la vez buscar una clave, una palabra, algo que nos dé un alerta de que la compañera esté pasando por una mala situación para poder ayudar, porque sabemos que en este tiempo de encierro muchas mujeres que sufren de violencia quedaron encerradas con el agresor en sus casas”.
Para Graciela en tiempos de covid19 los barrios potenciaron el autocuidado. Reconoce que ese trabajo sólo es posible por miles de mujeres que como ella ponen el cuerpo. Cuando vio la noticia de la muerte por coronavirus de Ramona Medina, referente territorial de la Villa 31, sintió que se había ido una compañera. “Quienes sostenemos los comedores estamos expuestos por estar en contacto con tantas personas, damos nuestras vidas y nuestra salud para ayudar a alguien que está mal, es un riesgo que muchos tomamos, muchas dieron su vida, y es algo que decidimos hacer, ponernos en ese lugar, dar nuestra vida y salud por la gente. No son muchos los que saldrían a hacerlo. El sector de la salud es el más visible pero somos muchos los que garantizamos servicios esenciales y damos nuestra vida para que esto siga funcionando”.
Feminización de la pobreza
La desigualdad de género es también económica. Según distintos relevamientos del Indec, en Argentina las mujeres ganan en promedio un 27 por ciento menos que los varones. Al mirar lo que pasa con las que están en los barrios populares, esa brecha se amplía y muestra que existe una feminización de la pobreza, es decir, que las desigualdades sociales afectan particularmente a mujeres. Esto sucede por la carga que tienen de trabajo no remunerado, ese que se hace sin compensación económica y que abarca las tareas domésticas y de cuidado de hijos, hijas, mayores y otras personas a cargo, y todo lo que implica la gestión del hogar. En promedio, las mujeres en Argentina dedican seis horas diarias a ese trabajo no pago, mientras que los varones apenas dos. Nuevamente, al mirar de cerca a los sectores populares puede verse que esa brecha se ensancha.
Para dar cuenta de esas desigualdades el año pasado se hizo el Relevamiento Nacional de Barrios Populares (Re.Na.Ba.P) que desagregó los resultados por género. Contabilizó 4.416 barrios populares en el territorio nacional, donde viven aproximadamente 4,2 millones de personas, el equivalente al 11% de la población urbana de la Argentina.
Según datos del segundo trimestre de 2019 de la Encuesta Permanente de Hogares, sólo 12% de la economía popular percibe algún subsidio estatal, cuando para este sector representa el 48% de sus ingresos. La población registrada en los programas sociales para cooperativas está conformada en su mayoría por mujeres: son el son 62% de quienes perciben el Salario Social Complementario y el 74% el Hacemos Futuro.
La falta de empleo es un problema que afecta particularmente a las mujeres. Sólo el 31% de las mujeres que viven en barrios populares tiene un trabajo con ingreso, mientras que el 73% de los varones se encuentran en esta condición. Al comparar esos números con la tasa de ocupación de la población en general, que indica 46% para las mujeres y 66% en los varones, la brecha de ocupación entre varones y mujeres se duplica en los barrios populares.
Lo mismo pasa con la desocupación. Si a nivel general en Argentina las mujeres están desocupadas en un 11%, la tasa se duplica para las mujeres residentes en barrios populares, que es del 22%. Sólo el 10% de ellas tiene trabajo registrado, mientras que la cifra asciende al 24% en el caso de los varones.
Para el 34% mujeres que viven en barrios populares la ocupación más relevante corresponde a las tareas fijas en el hogar y sin sueldo. El 12% se desempeña en trabajos no registrados.
Sólo el 1% de los varones trabaja sin remuneración. Dentro de la categoría de trabajo independiente e informal, los varones se desempeñan en la construcción, la venta en la vía pública, cartoneo, carreros y afines. En el caso de las mujeres, el 9% que se dedica al trabajo independiente e informal, lo hace fundamentalmente en actividades de comercio barrial, tareas comunitarias y participación en programas sociales.
En cambio, según la EPH en el 3er trimestre de 2019 son asalariadas registradas el 23% de las trabajadoras, igual que las jubiladas y pensionadas, el 14% realiza tareas en el hogar sin sueldo y el 13% trabaja sin registro.
El 88,7% de los barrios no cuenta con acceso formal al agua corriente, el 97,85% no tiene acceso formal a la red cloacal, el 63,8% no cuenta con acceso formal a la red eléctrica y el 98,9% no accede a la red formal de gas natural. Las personas más perjudicadas por la falta de derechos básicos son los niños, niñas y jóvenes de hasta 24 años, que son el 56% de la población de los barrios populares.
El 63,7% de las viviendas de los barrios populares tiene de responsable de hogar una mujer. Los hogares monoparentales son el 8,5% del total de hogares y están a cargo de mujeres en el 88% de los casos.
Más del 54% de los barrios no tiene al menos un jardín en un kilómetro a la redonda, el 89% no tiene cerca un hospital, el caso de escuelas primarias es más bajo en porcentaje pero afecta a 108.879 familias, y las escuelas secundarias a casi 199.419 familias.
El Renabap relevó también la ciudad de Rosario. La población en barrios populares asciende a 52 mil personas, de las cuales el 52% son mujeres. Las desigualdades de género se replican en la ciudad. Del total de personas que tienen un trabajo en blanco en los barrios populares sólo el 23 por ciento son mujeres. De quienes tienen empleo informal, son sólo el 30%, en el cuentapropismo llegan al 22% y entre las personas jubiladas son el 61%. Al encuestar quienes se dedican a tareas en el hogar, el 99,5% de las mujeres contestó que se ocupa de este trabajo, mientras que sólo el 0,5% de los varones dijo hacer tareas domésticas y de cuidado.