A partir de allí, las protestas se adueñaron de las calles de Teherán y otras ciudades iraníes, dejando un saldo de casi 80 muertos (hombres, mujeres y niños) y más de 700 detenidos hasta el momento (entre ellos 17 periodistas), generando reacciones también en Estados Unidos, Francia, España, Chile e Irak. El presidente Ebrahim Raisi -que es el funcionario de mayor jerarquía pero tiene varias instancias de autoridades religiosas no electas por encima de él- pidió a la policía actuar con firmeza para reprimirlas, y el Poder Judicial iraní amenazó con no mostrar “ninguna clemencia” hacia los manifestantes, tras varios días de protestas lideradas por mujeres y secundadas por sectores reformistas, que abogan por una relajación de la naturaleza religiosa del Estado. En las protestas varias mujeres quemaron sus velos, y otras muchas grabaron videos cortándose el pelo, que rápidamente se viralizaron en todo el mundo, por lo cual los funcionarios gubernamentales optaron por cortar Internet desde el jueves pasado, y bloquear WhatsApp, Skipe e Instagram. Por otra parte, las autoridades salieron a convocar concentraciones en defensa del hiyab y los valores conservadores, mientras que la cancillería iraní acusó a Estados Unidos, enemigo jurado del país, de tener un rol en las protestas, advirtiendo que “los esfuerzos por violar la soberanía de Irán no quedarán sin respuesta”.
El domingo pasado, otra mujer, Giorgia Meloni, quedó a un paso de ser premier de Italia, tras lograr el 26% de los votos para su partido –“Hermanos de Italia”- que, sumados a los de sus aliados de extrema derecha de “La Liga” de Matteo Salvini (8,9%) y “Forza Italia” del magnate conservador Silvio Berlusconi (8,1%) suman el 43% de los votos, en las elecciones legislativas celebradas en ese país. Las proyecciones le daban a su coalición alrededor de 236 de los 400 escaños para diputados y 114 de 200 senadores. En política desde los 15 años y con más de 30 años de militancia en fuerzas de derecha, Meloni saltó al primer plano nacional cuando en 2006 fue elegida diputada en las listas de la conservadora Alianza Nacional, llegando a ser la vicepresidenta de la Cámara más joven de la República. Dos años después, fue designada ministra de la Juventud (otra vez la más joven de la historia) en el cuarto Gobierno del entonces premier Berlusconi. Durante la reciente campaña, su discurso conservador abarcó temas clásicos de las derechas soberanistas europeas, poniendo el énfasis en cuestiones sensibles para las clases medias (advirtió que solo permitirá el ingreso de “inmigrantes que realmente tengan derecho a la protección humanitaria”) e hizo un esfuerzo por distanciarse de los símbolos fascistas que otrora supo reivindicar, a medida que subía en las encuestas. “De los italianos llegó una indicación clara: un Gobierno de centroderecha guiado por Hermanos de Italia”, declaró Meloni al conocerse los primeros datos del escrutinio, quien se define como parte de una “derecha moderna y occidental”. En su discurso mezcla el rechazo a la inmigración con el apoyo parcial a un sistema de subsidios para personas desempleadas, y propone una clara apertura hacia el mercado mientras defiende que el Estado tenga la “acción de oro” en empresas estratégicas. Las reacciones internacionales ante el resultado electoral mostraron una prudente cautela, oscilando entre las felicitaciones, la preocupación y las advertencias por eventuales retrocesos en derechos ya establecidos. El vocero del Kremlin, Dmitri Peskov declaró que “estamos listos para saludar a toda fuerza política capaz de superar la corriente dominante llena de odio hacia nuestro país (…) y mostrar predisposición a ser constructiva en las relaciones”; en tanto la primera ministra francesa, Élisabeth Borne, dijo que su país estará “atento” al “respeto” de los derechos humanos en Italia; y desde Brasil, el diputado brasileño Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente Jair Bolsonaro, felicitó a la líder derechista italiana con un mensaje en el que le dice que “así como Brasil, Italia ahora es Dios, patria y familia”.
Muchas veces, cuando se habla de feminismo y políticas de género se piensa en las mujeres como un colectivo compacto, donde todas nos identificamos con el logro de ciertas reivindicaciones, y asumimos los mismos reclamos. Sin embargo, entre los múltiples temas que nos atraviesan –desigualdades laborales, segregación en el acceso a créditos, a la educación y a la salud, acoso sexual, femicidios, maltrato y sometimiento en ciertas regiones, distribución dispar de las cargas familiares y una mirada sesgada (que aún perdura) sobre el deber y la vocación maternal- las diferencias son abrumadoras. Mientras algunas arriesgan su vida (y muchas veces la pierden) en defensa de los derechos más básicos, otras trabajan por una construcción de poder idéntica a la masculina, perpetuando modelos y negando o destruyendo logros largamente perseguidos. La escritora Angélica Gorodischer, feminista confesa y detective lúcida en cuánto a detectar las trampas de los relatos que navegan siempre dentro de la corrección política, decía: “Es literatura femenina(…) todo aquel texto que se niega explícita o implícitamente a dejar pasar el discurso social que dictamina “qué” es una mujer (todas las mujeres), “quién” es una mujer (todas las mujeres), “cómo” es una mujer (todas las mujeres); que no sólo se niega a dejarlo pasar sino que lo rechaza”. En virtud de ello es que en estas crónicas nunca nos identificaremos con las Le Pen o las Meloni, las Bullrich o las Fujimori, mujeres que atrasan el reloj de la historia y se mantienen aferradas a una tradición que las descalifica y abruma, sin preocuparse por el mensaje destructor que se esconde en la defensa del “statu quo”. Con esas mujeres no, sólo con las Amini, para que puedan (podamos) caminar por las veredas del mundo, sin temor a perder la libertad, el trabajo… o la vida.