Discípulo y amigo de Jacques Derrida, había nacido en Burdeos en 1940 y comenzó a publicar sus primeros trabajos a principios de los años 70, partiendo de la reflexión de Jacques Lacan sobre el psicoanálisis y la filosofía de Kant, Hegel y Heidegger. Su obra filosófica aborda un campo amplio que abarca desde el romanticismo y la filosofía del arte hasta el fin del sentido y la reflexión sobre el cuerpo.
Nancy era considerado uno de los pensadores más influyentes de su país por su forma de reflexionar alrededor de la globalización, la democracia, las ideologías y en particular sobre el significado de la palabra comunidad. Además de su contacto con la obra del pensador post-estructuralista, construyó su reputación a través de largas décadas de pensamiento en los bordes de las ideas de Heidegger o Bataille.
Su obra más conocida es La comunidad inoperante, donde plantea una teoría de la comunidad como «resistencia a la inmanencia», un ser que se opone a los intentos voluntarios de modelarla según un proyecto o una planificación.
“Si ya no sabemos qué es democracia, significa que esta palabra ya no tiene sentido. Sabemos qué son el estado de derecho, los derechos humanos, las libertades fundamentales, el principio de igualdad… pero democracia significaba otra cosa: una sociedad donde estas definiciones formales son reales y donde el poder es capaz de aplicarlas para el pueblo y por el pueblo”, escribió Nancy hace algunos años.
Su intensa curiosidad por la estética y el arte lo llevó a colaborar con los cineastas Abbas Kiarostami y Claire Denis, incluso dedicó al primero el ensayo La evidencia del film. Supo, además, hacer de la experiencia personal un objeto de reflexión colectiva.
En títulos como Corpus y El Intruso partió de su propia operación a corazón abierto para hablar de la dimensión social del cuerpo. “El cuerpo es nuestra angustia puesta al desnudo”, escribió entonces y es que, para el francés, la filosofía nunca ha sido una teoría abstracta, sino una fuerza ligada al ser intelectual y corpóreo.
Catedrático de Filosofía en la Universidad de Estrasburgo y miembro de la Escuela Internacional de Filosofía, Nancy se había destacado también con textos como La representación prohibida, El Deseo, ¿Por qué obedecemos?, La posibilidad de un mundo y Un virus demasiado humano, donde reflexionó sobre la pandemia.
El texto, que fue publicado en la Argentina en diciembre pasado por La Cebra en coedición con el sello chileno Palinodia, entre otras cosas plantea: “El coronavirus como pandemia es en verdad, desde todo punto de vista, un producto de la mundialización. Especifica sus rasgos y sus tendencias, es un librecambista activo, belicoso y eficaz”. Es que para Nancy, la pandemia reveló que el mundo experimenta “el desconcierto de una mutación profunda”.
Para el filósofo, la pandemia significó la caída del dogma de la infalibilidad occidental y a la vez el avance de una patología construida por la mundialización, por los desplazamientos, intercambios, interacciones humanas aceleradas por mediaciones tecnológicas y fronteras flexibles, que dan al flagelo el cariz de “un virus demasiado humano, activo, belicoso y eficaz”.