Young Wan Sohn fue una de esas personas que dejó huella en el deporte de un país. El coreano llegó a la Argentina por un acuerdo entre la Confederación Argentina, la Secretaría de Deportes y su similar coreana. El 5 de mayo de 1975 asumió al frente del seleccionado y comenzó la revolución de un equipo al cual llevaría a lo más alto del concierto mundial.
El coreano renovó el plantel y además comenzó a implementar entrenamientos técnicos y tácticos que eran desconocidos en el ámbito local. Interminables giras por Asia, de 60 o 70 días, con partidos donde ganar un set sabía a hazaña.
Sohn, de 75 años, le dio impulso al voleibol en la Argentina, el que sembró las primeras semillas y el que cosechó los primeros frutos de su paciente y dedicado trabajo. Así se llegó desde el puesto 23 en el Mundial de Italia 78 a la medalla de bronce en Argentina 82.
Tras ese máximo logro, un año más tarde volvió a su tierra natal pero su semilla ya estaba plantada y había germinado. Por eso no extraño que esa camada que saltó a la consideración mundial, seis años después en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 volviera a dar un nuevo golpe al quedarse con la medalla de bronce.
Aquella generación de Waldo Kantor, Hugo Conte, Daniel Castellani, Jon Uriarte, Carlos Getzelevich y Esteban Martínez, entre tantos otros quedó marcada a fuego y trasladó en los años los conocimientos adquiridos de parte de un coreano que llegó al país por un intercambio y revolucionó para siempre el vóley nacional.
